El futuro está reunido (The future is in session). Esa era la frase publicitaria de esta serie televisiva que mezclaba el drama legal con la ciencia-ficción. Por desgracia, la deliberación de su jurado fue corta y la audiencia no llegó a un veredicto positivo.
Century City estaba ambientada en Los Angeles en el año 2030, un mundo donde un Mick Jagger rejuvenecido sigue interpretando sus canciones a los 87 años de edad, donde los refrigeradores programados avisan de cuándo se está acabando la leche y donde las almohadas imitan el ronquido del cónyuge ausente. Las máquinas de refresco pueden analizar las funciones corporales y preparar una bebida que satisfaga las necesidades nutricionales del cliente (sabe a demonios, pero qué le vamos a hacer, esto es el año 2030, no el Nirvana). También la sociedad ha cambiado: Oprah Winfrey es presidente, el vicepresidente es gay y Britney Spears y Jessica Simpson son figuras nostálgicas.
Y es precisamente en el conflicto entre la nueva sociedad de la futurista Los Ángeles, las nuevas tecnologías y los viejos problemas donde tiene lugar la acción de Century City. La serie se centra en un bufete de abogados, Crane, Constable, McNeil y Montero, profesionales apasionados por su trabajo, inteligentes y habilidosos a la hora de abordar las múltiples caras que presentan sus casos. Éstos se sustancian alrededor de preguntas incómodas: ¿debería un doctor trastear con embriones (que tienen un 95% de probabilidades de ser gay) sin que la pareja donante sospeche sólo porque teme que los homosexuales están siendo genéticamente eliminados por parejas con prejuicios? ¿Qué haces con un niño actor que tiene miedo de que la pubertad signifique su fin profesional y que exige productos químicos para prolongar su infancia? ¿Y una estrella del rock de 70 años que es expulsado de la banda porque ha envejecido mientras que sus excompañeros se someten a cirugía plástica y enzimas cromosómicas para conservar su antiguo vigor?
Creado por el escritor-productor de Ley & Orden, Ed Zuckerman, Century City tenía sólo seis personajes principales. Las personalidades de los abogados eran de lo más diversas. El cómico Darwin McNeil (Eric Schaeffer) está continuamente tratando de sacar tajada de situaciones que a menudo se vuelven en su contra. Hannah Crane (Viola Davis) es una joven y dura bogada negra que comenzó en el bufete impulsada por su espíritu altruista y un pesado fardo emocional (su propio padre le robó la infancia por su adicción al trabajo). Lee May Bristol (Kristen Lehman) es rubia y hermosa pero fría e infeliz por mucho que disfrute de un cuerpo genéticamente perfecto; lleva un parche de la felicidad tras la oreja que libera opiáceos cerebrales que le ayudan a sobrellevar sus pasadas rupturas sentimentales. Lukas Gold (Ioan Gruffudd) está casado, le gusta Lee May pero ello no le distrae de su trabajo. Tom Montero (Néstor Carbonell) es un antiguo político y Martin Constable (Héctor Elizondo) es el veterano del bufete.
A pesar de la novedosa premisa de la serie, la CBS sólo llegó a emitir cuatro episodios en marzo de 2004 (y otros cinco de diciembre de ese año a enero de 2005). Con poca promoción por parte de la cadena y perdida en el torbellino de teleseries con abogados y policías (desde Ley y Orden hasta CSI ), la competencia de otros programas bien establecidos resultó ser demasiado para poder sobrevivir en el despiadado mundo de las audiencias televisivas. Aunque contaba con ideas inteligentes, carecía del atractivo puramente visual que a menudo fascina a los aficionados a la ciencia-ficción, que prefirieron seguir viendo Andrómeda o Stargate SG–1.
Y es una lástima, porque Century City planteaba historias de moralidad y ley en el siglo XXI que permanecían fieles a la definición que de la ciencia-ficción dio Isaac Asimov: esa rama de la literatura que se ocupa del impacto de los avances científicos sobre los seres humanos . Efectivamente, se trataba de gente normal enfrentada a decisiones difíciles producto del avance de la ciencia sobre las relaciones individuales y colectivas.
Si se piensa bien, Los Ángeles del año 2005 no era tan diferente del de 1975, por lo que, aunque la acción transcurría en el 2030, no era necesario adoptar un aspecto visual radicalmente distinto. De hecho, inicialmente la serie se escribió ambientada en el 2050. Ya se habían rodado todos los episodios cuando alguien cayó en la cuenta de que aquello no parecía muy futurista, sobre todo porque el vestuario apenas había variado. Pero es que además, las noticias que iban apareciendo en la prensa cotidiana hacían que los dramas que se planteaban en la serie no resultaran tan propias de los tiempos por venir. Así que en el último minuto se decidió trasladar la acción tan sólo 25 años en el futuro, debiendo los actores doblar los episodios para reflejar ese cambio.
Pero el que estuviera ambientada más cerca o más lejos en el futuro era lo de menos, porque el auténtico atractivo de la serie provenía de los dramas cotidianos que planteaban: clones para servir de donantes de órganos, personalidades humanas digitalmente transferidas a ordenadores, una adolescente demandando a sus padres porque le habían inyectado un implante que monitorizaba todas sus conversaciones, violaciones virtuales…
A diferencia de otras series de drama legal cuyos episodios terminan con veredictos ambiguos y fríos, los abogados de Century City trabajan por lo que estiman es correcto y los jueces atemperan sus decisiones con compasión. A un chico mentalmente angustiado se le permite que borren de su mente los recuerdos de una madre abusiva para que así pueda comenzar una vida nueva; la adolescente que comentábamos arriba recibirá permiso para retirar el implante de vigilancia y recuperar su intimidad. En un episodio, un jugador de beisbol con un ojo biónico ha sido expulsado de las grandes ligas acusado de jugar con ventaja; sus abogados argumentan que es su habilidad y talento, y no su ojo electrónico, lo que determinarán la calidad de su juego. Como Martin Constable afirma: «¿Expulsaremos a continuación a los jugadores que llevan lentes de contacto o gafas?»
Algunas veces, antiguas historias reciben un empuje en una nueva dirección. El tema del esposo que asesina a su mujer tiene un enfoque diferente en un episodio en el que el marido es arrestado después de que la policía confirme que su ADN estaba presente en la pistola homicida. Nadie más podría haberla disparado. Pero resulta que lo que de verdad ocurrió es algo que podría suceder en el futuro cercano: la celosa amante del marido había buscado a su gemelo clonado, convenciéndolo para matar a la mujer. El ADN de ambos era idéntico. Incluso en Century City algunos motivos para asesinar son tan viejos como el hombre.
Se introdujeron también pequeños pero imaginativos detalles que indicaran que la acción transcurría en el futuro: alfombras que detectan el peso de las personas, sistemas de sonido que seleccionan música acorde al estado de ánimo de su dueño o electrodomésticos de cocina que elaboran automáticamente el guiso favorito del inquilino.
Algunos de esos detalles futuristas de Century City ya están entre nosotros… o casi: aperitivos de tofu, píldoras anticonceptivas masculinas, computadoras que obedecen órdenes orales… Los ordenadores están por todas partes, como los paneles solares. La mayor parte de la serie transcurre en interiores y las secuencias de acción son inexistentes. Las reuniones con abogados a larga distancia se realizan a través de hologramas. Es un mundo dominado por y atrincherado en la tecnología.
Precisamente los efectos fueron una de las razones que llevaron a la cancelación de la serie. Y no por su calidad, sino por su coste. Efectivamente, los especialistas tenían que crear salas de tribunal virtuales, holo-habitaciones, hologramas flotantes… y todo aquello no solo era caro, sino que consumía mucho tiempo. Dado que sólo se rodaron nueve episodios, no hubo tiempo para desarrollar procedimientos que permitieran abaratar costes y acumular experiencia.
Century City, a pesar de su breve trayectoria, consiguió plantear algunos dilemas morales poco frecuentes en otras teleseries de dramas legales. Como suele ser habitual en la ciencia-ficción, la tecnología no se presenta como algo netamente bueno o malo. Todo depende del uso que le demos. Todos los avances tecnológicos nos ofrecen ventajas y comodidades, pero también la posibilidad de abusos. Century City trataba de profundizar en esa problemática, obteniendo sus mejores resultados cuando había un contenido político en la historia –por ejemplo, el episodio sobre la selección genética del sexo y atributos de los embriones, no exactamente el mismo debate que suscita el aborto, pero muy próximo–. Aunque los efectos especiales no eran particularmente brillantes, el tema central sobre tecnología y evolución, legal y moral, tenía bastante interés. Quizá en 2030 alguien volverá a revisar aquellos nueve episodios y comprobará lo cerca que se quedaron del auténtico futuro.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.