En Vida inteligente en el universo, un libro publicado en 1962 y escrito conjuntamente por I. S. Shklovskii y Carl Sagan, los dos científicos aceptaban que es legítimo especular con que seres extraterrestres pudieran haber visitado la Tierra en el pasado, y para ello aventuraban algunos puntos a tener en cuenta: “Tal suceso insólito sería en verdad descrito en las leyendas y mitos de los pueblos que estuvieran en contacto con viajeros del espacio. Los astronautas serían probablemente pintados como si tuvieran propiedades deíficas y fuerzas sobrenaturales. Se harían resaltar sus llegadas del cielo y sus posteriores regresos al mismo. Esos seres pueden haber enseñado a los habitantes de la Tierra artes útiles y ciencias básicas, que también se reflejarían en sus leyendas y mitos”.
Tras unas páginas dedicadas a ejemplos, como los mitos sumerios, concluyen: “En cualquiera de los casos, la demostración convincente completa de un contacto en el pasado con una civilización extraterrestre será siempre difícil basada sólo en fundamentos textuales. Pero los cuentos como la leyenda de Oannes y especialmente las representaciones de las más primitivas civilizaciones de la Tierra merecen mucha más atención que la dedicada hasta ahora para ver la posibilidad de contacto directo con una civilización extraterrestre entre sus múltiples posibles interpretaciones”.
La posibilidad de contactos extraterrestres es una hipótesis digna de conversaciones serias y cultas, como demostraron Carl Sagan y, hoy en día, por ejemplo, el físico y divulgador Michio Kaku, quien defiende la necesidad de estudiar en serio los casos de ovnis, un 5% de los cuales considera inexplicables desde la ciencia actual. Por ejemplo, en su libro Física de lo imposible escribe: “Si en realidad nuestra Luna ha sido visitada en el pasado, o ha sido el emplazamiento de una base nanotecnológica, esto explicaría por qué los ovnis no tienen que ser muy grandes. Algunos científicos se han burlado de los ovnis porque no encajan en ninguno de los gigantescos sistemas de propulsión que los ingenieros consideran hoy día, tales como estatorreactores de fusión, enormes velas impulsadas por láseres y motores nucleares, que podrían tener un tamaño de kilómetros. Los ovnis pueden ser tan pequeños como un avión a reacción. Pero si hay una base lunar permanente, producto de una visita anterior, los ovnis no tienen por qué ser grandes; pueden recargarse en su base espacial cercana. Así, los avistamientos pueden corresponder a naves de reconocimiento no tripuladas que tienen su origen en la base lunar”.
Sin embargo, se suele destacar a ciertos personajes, populares y de dudosa credibilidad, como muestra de que la hipótesis en sí misma es una insensatez. Lo malo de todo esto es que tales personajes facilitan que el disgusto hacia su inconsistencia sea proyectado no sólo hacia ellos, sino hacia los temas con los que se les asocia.
Uno de estos personajes es Erich Von Däniken, a quien se le atribuye no el origen –rastreable cuando menos a Charles Fort, como veremos— sino la popularización masiva de la teoría de los antiguos astronautas a partir del éxito de su libro Recuerdos del futuro (1968).
Esta fantasía, derivada de la hipótesis sobre contactos extraterrestres, señala que algunas construcciones de la Tierra han sido obra de civilizaciones alienígenas. Es más, Von Däniken afirma que el propio homo sapiens es una criatura nacida de las habilidades en ciencia genética de tales civilizaciones.
Ciencia popular y seudociencia
Como explica Ronald Story en su libro The Space Gods Revealed (uno de los más críticos con Von Däniken y sus seguidores), no hay nada absurdo en especular sobre la presencia alienígena en la Tierra, con una condición: que se mantenga en el ámbito de los “a priori”. Como argumento a posteriori, basándose en los hechos, está claro que no hay evidencias de que la Gran Pirámide de Gizeh, por ejemplo, sea un producto alienígena. Eso no significa, desde luego, que haya que negar ciertos misterios arqueológicos: si hay algo que parece claro en todo esto, es que todavía hay mucho por descubrir sobre el pasado. Lo que es inadmisible es interpretar la cultura egipcia como un cuento de ciencia-ficción.
La diferencia más obvia entre el libro de Sagan y Shklovskii y el de Von Däniken es que, mientras Vida inteligente en el universo se abre a la posibilidad de interpretaciones históricas alternativas a la convencional, Recuerdos del futuro considera que la presencia extraterrestre fue un hecho indiscutible.
Sagan y Shklovskii saben que el vuelo de la imaginación sirve para despertar el asombro por el pasado y el presente, y la emoción por nuevos descubrimientos hacia los que se dirige la ciencia. Von Däniken, por su parte, carece de sentido lúdico. Desde su punto de vista, la especulación se toma por hecho, y la ciencia se transforma en un monstruo cobarde y mentiroso que no tiene la amplitud de miras necesaria para comprender su innovadora postura.
Es esta manera de tratar el contenido, y no los contenidos en sí, lo que diferencia a la seudociencia –Von Däniken— de la ciencia popular –Carl Sagan—, una distinción que se antoja más natural en el mundo anglosajón que en el hispano. En nuestro entorno cultural, la imaginación se confunde con el desvarío, y por eso mismo, los grandes títulos de la ciencia ficción y la fantasía son considerados simples entretenimientos o productos infantiles, negándoseles profundidad y seriedad sin ni siquiera haber cruzado el umbral de sus portadas.
Sin ese aspecto lúdico del pensamiento, se radicalizan las posiciones y se limitan a dos bandos: el de la superstición y el del cientifismo radical. Sin embargo, el rechazo de que puedan existir, fuera de la ciencia, otras formas de abordar la realidad no deja de ser una superstición, un acto de fe o una metafísica.
La ciencia popular, como enseñó Sagan, no puede hablar con el mismo propósito que la ciencia académica desde el momento en que su público es muy diferente y, lo que es más importante, desde el momento en que las expectativas de ese público tienden hacia otra meta; se trata de una comunicación informal, relajada, que no busca la asepsia exclusiva de los experimentos controlados en sistemas cerrados, sino la ampliación de los horizontes del conocimiento del ser humano. Un conocimiento que habita en eso que se llama vida y que responde a la dinámica de los sistemas abiertos, imposibles de sistematizar. Por consiguiente, para que esa ampliación del conocimiento sea efectiva, se necesita poder soñar.
Así, la ciencia popular no puede caer, por paradójico que esto suene de entrada, en la trampa del discurso científico –el método aplicado a la vida real crea monstruos totalitarios—, sino que ha de perder el miedo a mancharse con la especulación, siempre que ésta sea moderada por el saber teórico.
La regla de oro en este sentido la proporciona Kaku en su introducción a Física de lo imposible: “Como dijo en cierta ocasión sir William Osler, «las filosofías de una época se han convertido en los absurdos de la siguiente, y las locuras de ayer se han convertido en la sabiduría del mañana». Muchos físicos suscriben la famosa sentencia de T. H. White, que escribió en Camelot: «¡Lo que no está prohibido es obligatorio!». En física encontramos pruebas de ello continuamente. A menos que haya una ley de la física que impida explícitamente un nuevo fenómeno, tarde o temprano encontramos que existe”.
¿Es esto aplicable a los discursos de Von Däniken y a la tradición a la que pertenece? Por supuesto que no. El discurso de Von Däniken no es especulativo. Tampoco es una reflexión atenta y con propósito de hondura, sino que responde a una larga tradición nacida del delirio argumentativo, y de la necesidad de confundir la realidad con la fantasía.
Las fuentes de Von Däniken
A la edad de diecinueve años, Von Däniken tuvo una visión cuyo contenido concreto no quiso revelar, pero gracias a la cual accedió a información privilegiada acerca de los asuntos del universo, lo que marcó su carrera como escritor años después.
Tan celoso debió estar de la misma que, en realidad, Von Däniken nunca aportó nada nuevo. Como él mismo se vio obligado a confirmar, las historias que se atribuyó en un principio fueron tomadas de libros anteriores, como El retorno de los brujos, de Louis Pauwels y Jacques Bergier, e Historia desconocida de los hombres, de Robert Charroux.
En la cadena de creencias de la que Von Däniken es un eslabón clave, pues marcó su desarrolló posterior, una idea compartida por diferentes arqueólogos fue vital para su popularización: la hipótesis de que ciertos restos arqueológicos eran calendarios astronómicos de viejas civilizaciones.
Esa fue la excusa de muchos “investigadores independientes” para reunir en una sola dos tradiciones que se venían gestando desde el siglo XIX: una versión revisada del mito del buen salvaje, por un lado, y el espiritismo reformulado en canalizaciones extraterrestres, por otro.
Recurriremos a las líneas de Nazca para ilustrar el proceso. El primero en investigar las líneas de Nazca fue Paul Kosok, en la década de 1940. Según anotó Kosok, una de las líneas señalaba el lugar por donde se ponía el Sol en el solsticio de invierno, lo que le llevó a la hipótesis de que Nazca era un gigantesco calendario astronómico.
Maria Reiche fue, durante cuarenta años, la mayor defensora de la propuesta de Kosok.
Story señala a George Hunt Williamson como la inspiración de Von Däniken en lo que a las líneas de Nazca se refiere: en su libro Road in the Sky (1954), Williamson se basa en las ideas de Maria Reiche y las lleva un pueblo, o tres, más allá: ya no había un calendario, ni siquiera un reflejo especular de las constelaciones como llamada de atención a los dioses, sino balizas de aterrizaje para naves espaciales.
Von Däniken se apropió de esta idea y convirtió la pampa peruana en un aeropuerto de naves interplanetarias. A este respecto, Story ya señaló en su día sus dudas sobre la necesidad que podrían tener unos vehículos capacitados para el vuelo interplanetario de que se les marcase con piedras la zona de aterrizaje. Maria Reiche, por su parte, dudaba de la conveniencia de posar naves sobre el blando y arenoso terreno de la pampa, salvo, claro está, que se quisiera aplicar un violento pero seguro clavado de la nave en su aterrizaje.
El caso es que Williamson insiste en la enorme sabiduría de los pueblos indígenas para, acto seguido, preguntarse de dónde procede la misma. El salto a los visitantes del espacio es inmediato. ¿Por qué? Porque Williamson ya había sido contactado por los alienígenas mediante procesos de canalización, y «le habían dicho» que, efectivamente, las tribus americanas habían surgido de colonias extraterrestres.
Que los extraterrestres llevaban milenios en contacto con el homo sapiens es algo procedente del universo creado en torno a Charles Fort. En 1919, Fort escribió El libro de los condenados, donde declaraba sus principios: “Pienso que pertenecemos a algo. Que antiguamente la Tierra era una especie de tierra de nadie que otros mundos han explorado, colonizado y disputado entre ellos. Actualmente, alguien posee la Tierra, y ha alejado de ella a todos los colonos. Nada se nos ha aparecido viniendo del más allá, tan abiertamente como un Cristóbal Colón desembarcando en San Salvador o Hudson remontando el río que lleva su nombre. Pero, en cuanto a las visitas subrepticias hechas al planeta, muy recientemente aún, en cuanto a los viajeros emisarios llegados quizá de otro mundo y cuidando mucho de evitarnos, tenemos pruebas convincentes».
«Emprendiendo esta tarea –añade–, deberé prescindir a mi vez de algunos aspectos de la realidad. Veo difícil, por ejemplo, cómo abarcar en un solo libro todos los usos posibles de la humanidad para un modo distinto de existencia, o incluso justificar la lisonjera ilusión que quiere que seamos útiles a algo o a alguien. Los cerdos, los patos y las vacas deben, en principio, descubrir que son posesión de alguien, y después preocuparse por saber por qué son poseídos. Quizá somos utilizables, quizá se ha operado un convenio entre varias partes: algo sobre nosotros tiene derecho legal por la fuerza, después de haber pagado por obtenerlo, el equivalente de las cuentas de colores que le reclamaba nuestro anterior propietario, más primitivo. Y esta transacción es conocida desde hace varios siglos por algunos de nosotros, carneros emisarios de un culto o de una orden secreta cuyos miembros como esclavos de primera clase, nos dirigen de acuerdo con las instrucciones recibidas y nos encaminan hacia nuestra misteriosa función. Antiguamente, mucho antes de que la posesión legal fuera establecida, los habitantes de una multitud de Universos aterrizaron en la Tierra y saltaron, volaron, navegaron o derivaron, empujados, atraídos hacia nuestras orillas, aisladamente o bien en grupos, visitándonos ocasionalmente o periódicamente por razones de caza, de trueque o de prospección, quizá también para llenar sus harenes. Instalaron aquí sus colonias, se perdieron o debieron volver a marcharse”.
Además de esta línea trágica, que ha llegado a nuestros días en varias versiones –una de las que más entusiasman al público es la invasión reptiliana, popularizada por David Icke—, los extraterrestres se hicieron buena gente gracias, entre otros, a los herederos de la Teosofía, en concreto según la concibió Alice Bailey a partir de la década de 1920. Sus canalizaciones de la Jerarquía Espiritual que vela por el mundo anticipan lo que vendría unos cuantos años más tarde de grupos afines: mensajes de una civilización alienígena preocupada por impulsar el desarrollo espiritual del homo sapiens.
En cuanto al mito del buen salvaje, éste tuvo un desarrollo peculiar en Estados Unidos, gracias a la habilidad de diferentes grupos evangelizadores para descubrir referencias bíblicas en las leyendas de los nativos, incluyendo la presencia de las tribus perdidas de Israel entre los pueblos indígenas.
Uno de los trabajos más relevantes en ese sentido fue el realizado por Ernest y Julia Seton, eclécticos evangelizadores que también eran amigos del movimiento teosófico. Fueron ellos los impulsores en Estados Unidos de los movimientos Boy Scouts y Woodcraft (Arte de los Bosques) y, en 1936, publicaron el Evangelio del Piel Roja, una guía de la conducta perfecta como imitación del modo de vida del indio americano y una alternativa a la que consideraban ya fracasada civilización occidental.
En el prefacio, se nos cuenta cómo un Mahatma –una de las “grandes almas” que impulsan la Teosofía— le revela a Ernest Seton que éste es, en realidad, “un Jefe indio reencarnado para transmitir el Mensaje del Indio a la raza blanca, que tanto lo necesita”.
Tras la década de 1940, los mensajeros de la Verdad ya no fueron únicamente los mahatmas, sino también los extraterrestres –los buenos, claro, no los malos…—; un paso más y ya no fueron mensajeros, sino creadores como gustaba al universo fortiano y como bien supo expresar George Hunt Williamson.
Otro paso más y ya no hubo creadores y criaturas, sino una raza humana procedente de las estrellas que llegó a la Tierra para dirigir los pasos de sus hermanos terrícolas. Eso es lo que, según parece, le dijeron a José Argüelles los, al parecer, auténticos mayas, los galácticos, que seguían –¿siguen?— vigilando, por nuestro bien, los acontecimientos de este planeta.
Pero eso último ocurrió muchos años después de que Von Däniken diera a conocer su revelación de los antiguos astronautas… Bueno, en realidad mucho antes, pues los indígenas galácticos ya aparecen en la obra misionera de Serge Raynaud de la Ferrière, iniciada en la década de 1940.
Muchos años antes si cabe, cuando los extraterrestres aún no eran sospechosos de dirigir a los humanos, los indígenas americanos eran sabios por otro motivo: eran los descendientes de la malograda Atlántida.
El «mayanismo» fue una rama del movimiento teosófico de principios del siglo XX que se encargó de divulgar las teorías del académico y explorador Brasseur de Bourbourg, quien afirmaba haber descubierto las huellas de la Atlántida en sus aventuras por Centroamérica, una historia que se continuaría a lo largo de todo el siglo y que involucraría también a la civilización egipcia, a los que se consideró, Edgar Cayce y otras revelaciones mediante, la rama oriental de los atlantes.
Con todo lo expuesto, se entenderá que, durante los años 50 y 60 del siglo XX, una ola de movimientos descontentos con el sistema adoptaran y sincretizaran el discurso indigenista-milenarista, convertido en una alternativa a las contradicciones de la vida moderna y la creciente deshumanización que percibían en ella.
Lo que Von Däniken vino a aportar a esta larga y enrevesada historia fue la reunión en un solo libro de todas las “evidencias” físicas de la presencia extraterrestre en el planeta Tierra. Unas evidencias que eran los restos arqueológicos de las diferentes civilizaciones, interpretados siempre desde el mismo ángulo.
Para demostrarlo, emprendió un largo viaje por todo el planeta en busca de objetos que confirmaran sus afirmaciones. La búsqueda estaba más que justificada pues, como el autor reconoció en una entrevista a la revista Playboy en 1974, cuando se publicó Recuerdos del futuro, ni él mismo tenía claro que lo que había escrito fuese verdad, a pesar de afirmarlo. Con el segundo libro, Regreso a las estrellas, dice que ya lo tuvo un poco más claro, pero no del todo.
En cuanto a las acusaciones que lo tachaban de mentiroso, Von Däniken siempre se defendió argumentando que estaba inmerso en una guerra contra la mentira institucionalizada, y que ello le legitimaba para emplear las técnicas necesarias para convencernos de la verdad. Por ejemplo, en relación a una biblioteca que todavía no se ha encontrado, pero que el suizo afirmó haber visto en la cueva de los Tayos, en Ecuador, compuesta de innumerables libros de oro en los que los extraterrestres habrían escrito la verdadera historia de la humanidad, y sobre la cual habla en su tercer libro, El oro de los dioses, confesó finalmente haber mentido sobre la localización. para que así semejante tesoro no sufriera daño alguno.
Von Däniken reconoció que sus libros estaban llenos de errores e incluso mentiras al haber sacado de contexto los objetos que se mostraban como pruebas, pero que, con el fin de revelar la verdadera historia del ser humano, si el público necesitaba datos, había que ofrecérselos independientemente de cómo se obtuvieran.
Lo importante no era demostrar que él tenía las evidencias, lo importante era preguntarse si tales evidencias podían existir. Y si alguien creía que sí, entonces tendría que ir a buscarlas por sí mismo. Él ya había hecho su trabajo combatiendo la mentira establecida.
El caso es que los libros se siguieron vendiendo por millones por todo el mundo. No tardó en vincularse la creencia en esos visitantes intergalácticos con otro mito, el de la Atlántida. De ahí en adelante, la cultura pop (sobre todo, el cine y el cómic) reforzaron la idea. Y gracias a este éxito comercial, se creó un ejército de investigadores en pos de las huellas de los antiguos astronautas, de cuyos nombres –de los investigadores, no de los astronautas— no nos acordaremos hoy.
Imagen superior: «Ancient Aliens» © History TV.
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