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Conocimiento, realidad y percepción

Connie Willis es una muy buena escritora de ciencia ficción. También es una estupenda escritora en general. Una de sus novelas, El apagón (Blackout, 2010), está protagonizada por unos historiadores de Oxford que, en 2160, realizan viajes al pasado.

En concreto, uno de estos personajes, Polly Churchill, decide que su destino sea el Londres de 1940, durante los bombardeos de la aviación nazi, conocidos como el Blitz.

La novela continúa en una segunda entrega, Cese de alerta (All Clear, 2010). Ambas recrean de forma impecable la vida cotidiana en la Gran Bretaña asediada durante la Segunda Guerra Mundial. Willis lo hace con una documentación exhaustiva y con una construcción de personajes creíbles, que nos permiten sumergirnos en ese periodo histórico.

Imagen superior: un vigía observa el cielo, desde lo alto de la Catedral de San Pablo, para dar la alerta en caso de ataque aéreo (Londres, 1940).

Una de las cosas más interesantes que la mirada de Willis nos proporciona es la comprensión de la época narrada. Por ejemplo, el de estas novelas es un mundo en el que todavía no hay antibióticos. Ello provoca constantes temores por parte de los protagonistas, indefensos ante algo tan común como un resfriado.

Estamos hablando de percepción. Las cosas conocidas no requieren de nosotros ni un momento de atención: las incorporamos a nuestro ámbito sin pestañear.

Imagen superior: «La adoración de los pastores» («Natividad Allendale,​​ 1505-1510), de Giorgione.

Una recopilación de relatos publicada por Connie Willis en 1999 bajo el título El espíritu de la Navidad y otras historias navideñas (Miracle and Other Christmas Stories) incluía un cuento, “Posada” (1993), que ilustra lo que acabo de escribir sobre la percepción de una manera que me resultó sobrecogedora.

El relato nos habla sobre una feligresa que participa en la conmemoración de la Navidad, una especie de belén viviente. Por un bucle temporal, se encuentra en la puerta trasera de la iglesia con una pareja de jóvenes muy extraña. Ambos visten con túnicas andrajosas y ella está embarazada. Teniendo en cuenta el frío reinante, intenta cobijarlos en el sótano. Pero entonces se da cuenta de queellos no sabían cómo bajar las escaleras. La muchacha se dio la vuelta y bajó de espaldas, con las manos planas sobre los escalones de arriba, y el muchacho la ayudó a bajar, escalón tras escalón, como si estuvieran descendiendo entre rocas”.

Más tarde, María y José ‒pues de ellos se trataba‒ terminan saliendo por la puerta al mundo del que procedían.

Imagen superior: «Relativity» (1953), de M.C. Escher.

He aquí un ejemplo de que algo tan habitual como una escalera es un artefacto tecnológico. Algo desconocido para las personas pobres del siglo I, que jamás habían entrado en un palacio o en un edificio más sofisticado que una cabaña.

Lo que somos capaces de percibir está íntimamente relacionado con el mundo que conocemos. El resto no lo vamos a ver, a no ser que logremos entrenar una mirada limpia y no contaminada, en el sentido que le daban Brentano y Husserl.

Imagen de la cabecera: «St Paul’s Survives», fotografía tomada por Herbert Mason durante el Blitz, el 29 de diciembre de 1940.

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Joaquín Sanz Gavín

Contable y licenciado en Derecho.