Pues resulta que, a comienzos del siglo XIX, en la zona del Cabo de Buena Esperanza, los ingleses de entonces “descubrieron” una nueva especie de planta. En concreto, fue el londinense William J. Burchell, doctor en leyes por la universidad de Oxford, quien hizo el “descubrimiento”, pasando a ser el primer occidental en hacer una colección científica de estas plantas subtropicales, plantas de sombra, con unas atractivas flores de tonalidades rojizo-anaranjadas.
Dicen los estudiosos que Burchell se había doctorado en leyes pero que, en realidad, lo que le interesaba era la historia natural, de ahí que dedicase su vida a recorrer medio mundo en busca de especímenes exóticos. Primero, en la isla de Santa Helena; a continuación, en Ciudad de El Cabo; más tarde, la selva amazónica. Tengo la impresión de que Burchell, en realidad, era un buscador de commodities, que dicen los anglosajones: esto es, materias primas susceptibles de ser comercializadas.
Después de que Burchell hizo su colección, llegó otro intrépido londinense, James Bowie, jardinero comisionado por los Reales Jardines de Kew para hacer colecciones de semillas y especies exóticas, primero en Brasil y, luego, en Sudáfrica. A comienzos de la década de los veinte, Bowie envía las primeras semillas sudafricanas a Kew. El encargado de recibirlas, John Lindley, le pasa muestras a Lady Charlotte Florentine Clive, duquesa de Northumberland, cuya mansión, Syon House, se encontraba frente por frente de los jardines reales, justo al otro lado del Támesis, y contaba con un imponente invernadero.
Lady Clive, como era conocida en la alta sociedad del momento, era una avezada horticultora. Y, así, consiguió cultivar, por vez primera en suelo británico, la especie Clivia miniata, que recibió su nombre en honor de su primera cultivadora británica, cuyas espectaculares flores trompeta pronto causaron sensación en la alta sociedad europea, exportándose a Francia, Bélgica, Alemania, creando una floreciente industria que enriqueció a no pocos… en ese sentido, los protestantes son verdaderos genios, disfrazando sus negocios de saber y cultura.
Por cierto: si alguien sabe algo del nombre con el que esta especie era conocida en su hábitat de origen, KwaZulu-Natal, provincia costera sudafricana, que me lo haga saber. Porque los anglosajones mucho criticar a la Monarquía Hispánica y mucha leyenda negra y mucho decir que los españoles arrasaron a sangre y fuego las pacíficas tierras por las que transitaron pero, de momento, que yo sepa, la flora originaria de tierras americanas y asiáticas invadidas por hordas de conquistadores y misioneros ibéricos es descrita con el nombre que allí se conocía, las circunstancias de su “descubrimiento”, sus usos locales: así figura en los textos escritos durante los siglos XVI y XVII. Cosa que no ocurre en el caso de esta Clivia. Y he buscado, ¿eh?
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