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«El crucero de los olvidados» (1975), de Pierre Christin y Enki Bilal

En 1975, la revolución del cómic adulto francés gestada en el 68 todavía mantiene su vigor. Junto a la continuidad de series clásicas (AsterixLucky LukeAlixBlueberry…), aparece la primera aventura de Corto Maltés, La Balada del Mar Salado, serializada en France-Soir, y se lanza una nueva publicación de cómics, Fluide Glacial.

En ese ambiente de efervescencia creativa unen fuerzas dos de los nombres destinados a figurar en pocos años con letras de oro en la historia del cómic mundial: el guionista Pierre Christin y Enki Bilal. Y lo hicieron en un álbum que inauguró una serie creada tres años atrás por el propio Christin y Jacques Tardi para Dargaud: Leyendas de hoy.

Los primeros trabajos de Enki Bilal habían consistido en ilustraciones para las páginas de actualidad de la revista Piloteasí como breves historias de ciencia ficción planteadas con un tono satírico y claramente deudoras de Moebius en su estética.

Bilal era un dibujante prometedor de 24 años que sólo necesitaba de un buen guionista que le ofreciera narraciones sólidas con las que asentar su estilo y hacerlo evolucionar. Y ese fue Christin, un escritor ya curtido que unos años antes había creado para Pilote la que no tardaría en convertirse en una de las mejores series de ciencia ficción del cómic: Valerian. Utilizando los escenarios y recursos propios de ese género, Christin estaba construyendo una saga que combinaba a la perfección la aventura con el mensaje social y que podían disfrutar por igual lectores jóvenes y adultos.

La inquietud social y política de Christin encontró campo abonado en la expansión que por entonces experimentaba el cómic adulto y comprometido. Y decidió crear una nueva serie que siguiera la fórmula ya ensayada con éxito en Valerian –esto es, utilizar el marco general de un género, en este caso el fantástico–, pero ahora destinada claramente a un público adulto. Su título: Leyendas de hoy.

Se trataba de recrear en un entorno urbano contemporáneo el soplo milagroso de las leyendas de otros tiempos, mezclando elementos fantásticos, sátira y denuncia social y política. Como enseguida se puso de manifiesto, eran demasiados ingredientes para lograr una obra bien equilibrada. Los dos primeros álbumes, El crucero de los olvidados y El navío de piedra tenían una orientación decididamente irreal y fabulosa, pero en los siguientes (La ciudad que nunca existióPartida de cazaLas falanges del orden negro, todos dibujados por Bilal) el componente mágico fue desvaneciéndose con rapidez hasta desaparecer completamente.

El crucero de los olvidados se abre con un prólogo en el que diversos responsables de losservicios secretos del Estado se reúnen en un palacete de turbulento pasado para compartir información sobre un misterioso individuo de pelo blanco que ha ido apareciendo en los últimos años como agitador y activista político de izquierdas en diversos momentos y lugares de todo el globo. Alguien lo califica como «leyenda de hoy”, dando así título a la serie y presentando al personaje que servirá de nexo de unión al resto de los álbumes que la componen: «un simple avatar del devenir histórico, un figurante que sólo es la expresión de fuerzas sociales en lucha, conflictos de clases, por supuesto, donde la ideología dominante se ve ridiculizada”. Casi nada se sabe de él excepto que estudió alquimia y magia medieval y que despliega una notable habilidad para disfrazarse y pasar desapercibido. Tanto es así, que se ha infiltrado en el edificio y, haciéndose pasar por un funcionario, va atrayendo uno a uno a los reunidos para dejarlos en manos de horribles demonios extraídos de una especie de inframundo.

La acción salta entonces hasta la aldea de Liternos, un puñado de viejos edificios en decadencia olvidados por las autoridades y que, tras la confiscación de parte de sus tierras, han pasado a tener como indeseable vecino un complejo militar en el que se están realizando oscuros experimentos con la fuerza de la gravedad. Una mañana, los rústicos habitantes del pueblo descubren estupefactos que sus casas, establos e incluso iglesia están levitando a metro y medio del suelo. Sin embargo, pasada la sorpresa inicial, continúan sus vidas con naturalidad, asumiendo con total serenidad el maravilloso fenómeno.

Y entonces, aparece el extraño personaje de cabello blanco presentado en el prólogo, acompañado de una joven que dice haber trabajado para los militares. Ambos se dicen simples viajeros y son recibidos con hospitalidad, pero subrepticiamente instalan en la iglesia un dispositivo que desvía el efecto gravitatorio de los ensayos militares hacia el propio pueblo. Éste comienza a elevarse y, empujado por el viento, comienza un viaje de destino incierto. Sus habitantes tienen reacciones encontradas: para algunos, es una aventura, un “crucero”, la oportunidad de descubrir el mundo que se extiende más allá de su aldea; para otros, un refrescante intervalo en su monótona vida cotidiana –la cual, en el fondo, siguen manteniendo a pesar de todo–; o, para el “alcalde” no oficial, una conspiración comunista.

Sin embargo, los que viven fuera del pueblo volador ven en el acontecimiento algo más. Para los militares, es una bochornosa prueba de su fracaso; para las autoridades, una muestra de su incompetencia; los periodistas lo tratan como noticia sensacionalista que tan pronto se encumbra como se olvida; y la gente común lo contempla como símbolo de libertad y resistencia contra el poder del gobierno.

El crucero de los olvidados es un álbum irregular. La idea de partida es original y valiente: utilizar lo fantástico como pretexto para denunciar una Francia militarizada, contaminada y completamente despreocupada del destino de muchos de sus ciudadanos. Pero sobre esa base Christin no consigue edificar una historia suficientemente sólida sostenida por personajes de enjundia. Éstos son meras marionetas al servicio del mensaje que el autor quiere lanzar, un mensaje que, en mi opinión, peca de maniqueo y superficial. Por un lado, se nos presentan los agradables y honestos campesinos, representantes de una vida rural idealizada que nunca existió; por otro, los repulsivos –física y moralmente– militares. Ya en el prólogo se retrata a los jefes de los servicios secretos como individuos paranoicos, de tendencias totalitarias, poco brillantes, groseros e incluso acosadores del personal femenino. Pero son los militares de uniforme los que salen peor parados: no les preocupan tanto las consecuencias de sus experimentos secretos como perder las subvenciones oficiales o quedar mal ante la opinión pública. Semejante degeneración moral recibe plasmación gráfica en forma de la grotesca metamorfosis que experimentan sus cuerpos.

Se critican asimismo el periodismo sensacionalista vendido a los poderes políticos, los promotores inmobiliarios y los industriales polucionantes. Pero son ataques a bulto, poco sutiles, realizados con un humor algo facilón e igualmente maniqueo. La conclusión resulta insatisfactoria e inverosímil incluso para una fábula, y las motivaciones de la pareja de agentes subversivos jamás se llegan a explicar.

El grafismo de Bilal, detallista hasta el recargamiento (particularmente en los monstruosos rostros de los militares) no se ha alejado todavía de sus influencias juveniles para alcanzar su estilizado feísmo de posteriores obras y adolece de cierta rigidez tanto expresiva como narrativa. Con todo, ya exhibe esa personal extravagancia gráfica rayana en el antiesteticismo que siempre le ha caracterizado. Merece una mención el color de Dan Brown, que contribuye a dar peso y vida al dibujo de Bilal.

Ciertamente, El crucero de los olvidados no es la mejor obra del dúo Christin/Bilal y hoy se antoja demasiado enraizada en el ideario anarco–ecologista de su época, unos años setenta reivindicativos y muy politizados. Tanto Christin como Bilal depurarían extraordinariamente sus respectivos talentos en los siguientes álbumes de la serie. Pero al mismo tiempo es una propuesta original dentro del género fantástico cuyo dibujo no ha perdido su fuerza evocadora. Aún más, esta obra fue una de las que contribuyeron a abrir para el cómic europeo nuevas perspectivas temáticas, narrativas y visuales. Es por todo ello por lo que este cuento de un pueblo volador sigue reeditándose y gozando del favor de nuevas generaciones de lectores.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".