Recuerdo que los muchachos normalistas porteños de los años cincuenta (léase: 1950) nos llamábamos mutuamente con nombres de banda o secta: los Lemaître y los Hubble. Los primeros estudiaban francés y los segundos, inglés. En rigor, los membretes invocaban a dos astrónomos que habían construido la teoría del Big Bang, según la cual el universo empezó con la explosión de un bosón, una partícula infinitamente pequeña e infinitamente enérgica, algo descriptible pero inconcebible, en la cual estaba ya, virtualmente, todo el universo.
A la vez, figuraba la teoría evolucionista sobre el origen del hombre. Al menos en las escuelas argentinas de aquellos tiempos, a nadie se le ocurría cuestionar a Darwin, de modo que los humanos éramos provenientes de una suerte de esquicios humanoides intermedios entre los primates superiores y nosotros. Estas familias previas eran sólo tres: el australopiteco, el neandertal y el pitecantropus erectus. Al neandertal lo vapulearon algunos, intentando mostrar que provenía de otra familia, ajena a la humana y prehumana. Ahora las aguas se han aquietado y el neandertal ha recuperado su escalón en el ranking homínido.
Dado que evoco estudios, repasemos. El Bang permanece pero ya no es uno sino, al menos, tres. Es decir: no estamos ante un impensable y único estallido, sino ante un proceso. La pregunta crítica es: ¿Qué había antes del reventón cósmico, ya que parece motivado por un repentino subidón de temperatura? Sí, lectores y lectoras, eso del cambio climático nos viene de lejos. Aún más: si lo que llamamos origen del universo admite antecedentes, entonces original no es. Acaso no exista tal cosa y estemos ante ese Algo-al-que-todos-pertenecemos que ciertos pueblos antiguos como los chinos y los griegos consideraron eterno, perpetuo, sin principio ni fin porque carece de fin y de principio y cada instante reúne ambas condiciones. Ahí queda eso.
En cuanto a los tres selectos antepasados de nuestra estudiosa adolescencia, ahora resulta que constituyen un familión: homo habilis, homo ergaster, homo antecessor (éste es el más cómodo, un perfecto comodín), homo antecessor (este, no tanto), homo floresiensis, homínido de Denísova y suma porque sigue.
Lo peor es ese esqueleto de un bípedo tan antiguo como el más antiguo equivalente de chimpancé, con lo cual sería, según cierta y atrevida opinión, una especie paralela y no dependiente. Bueno, ya sabemos que cada casa es un mundo y en cada casa hay una familia.
La ciencia siempre acierta cuando formula hipótesis. Conforme la corroboran las probanzas, se vuelve tesis y se puede transmitir como tal pero sin olvidar que siempre está sometida a un doble filtro: que aparezcan probanzas imprevistas y, por lo tanto, ajenas a lo sabido; y que cualquier afirmación admite la contraria, que puede dedicarse a falsearla, es decir a hacer la crítica de la prueba y de la ley en juego. Así, la norma de una época pasa a ser mera opinión en otra época, a la vez que paso ineludible en la historia de nuestros saberes.
Justamente, a un historiador, Fernand Braudel, se atribuye aquello de que el pasado tiene un futuro prometedor. Los prejuicios se diluyen, aparecen documentos antes ignorados, personajes y eventos tenidos por empíricos dejan de serlo y sólo conservan su atractivo legendario, etcétera. No olvido los valores: Fulano es muy importante pero me parece un mal tipo, en tanto para ti es un paradigma de bondad. Es razonable que el universo no tenga fin, tan razonable como poner fin a esta columna.
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