Nunca me ha gustado insistir demasiado en la faceta urgente de una obra:
“Tienes que leer esto”. Cuando alguien pronuncia esta frase, a veces puede dar la impresión de que uno llega con retraso, de que debería lanzar en ese mismo instante el café por los aires y dejar lo que sea que esté haciendo para comenzar la lectura en ese preciso momento.
Aunque entiendo que hay otra intención en esas palabras, siempre positiva y alentadora, soy de la opinión de que todo llega cuando debe, y que no hay mejor momento que aquel en el que se decide llevar a cabo algo. Considero que lo que cada lector lee a cada momento es justo lo que necesita. Que no siempre nos apetece leer una determinada obra, sin importar su calidad o su trascendencia. Que no hay un momento único, ya que podemos llegar demasiado pronto, o demasiado tarde, o simplemente estar interesados en otros temas. Es por eso por lo que como digo, no me gusta resaltar aquello de la necesidad del “Tienes que leer esto”.
Dicho esto, si tuviera que decir algo así de una obra, sin duda lo diría de Arrugas.
Porque tienes que leer Arrugas.
Quiero pensar que cuando Paco Roca (Valencia, 1969), su autor, estaba dando forma a esta historia, no tenía una finalidad concreta en mente, ni quería llegar a un público determinado, ni pensaba en las excelencias artísticas o creativas que alcanzaría el cómic. Porque sería muy sencillo para mí, como lector y crítico, destacar que Arrugas, Premio Nacional de cómic 2008 entre decenas de galardones más, es una obra maestra del medio y quedarme tan tranquilo.
Pero más allá del arte por el arte, de las intangibles y abstractas apreciaciones que hacemos usualmente, plagadas de “obras maestras”, “trascendencia” y demás jerga, creo que lo que impulsó a su creador a dar vida a estos personajes, fue algo tan sencillo como que intuyó que ahí había una historia que merecía ser contada. Una historia cercana e imposible de obviar, que vemos cada día, y en la que merecía detenerse un segundo extra. Una historia importante, o que su autor pensó que era importante. Una transmisión natural, llamémosla artística, pero también humana, con la pura intención de comunicar una reflexión, una idea, un sentir, a un público que no es sino el resto del mundo del que tanto autor como lector forman parte.
Años después de esta idea, Arrugas se ha convertido en una obra internacional, traducida a diversas lenguas, premiada con los más prestigiosos premios y reconocimientos, e incluso ha sido llevada al cine y televisión como adaptación animada en una película de larga duración estrenada en 2012, ganadora entre otros premios de dos Goyas, al Mejor Guión Adaptado y a la Mejor Película de Animación.
Por todo ello, más allá de lo que yo o cualquier otro os pueda decir sobre si es un cómic imprescindible o no, o que ha trascendido su medio, o que representa una crítica social ineludible, lo cierto es que sois vosotros los que tendréis que meditar si os merecéis esta obra (como decía alguien mucho más oportuno que yo al respecto de Rayuela, la que quizás sea la obra cumbre del genio que es y fue Julio Cortázar: “Algunas obras hay que merecerlas”).
Me cuesta imaginar que haya alguien que no se merezca una historia como esta, al margen de cómo y cuándo llegue a ella. Quizás todo esto contradiga lo que empecé a deciros en un principio, pero hay “cosas” (y digo y quiero decir cosas, palabra maldita de todo redactor, con toda la intención del mundo; como algo que no puedo coger con las manos para empujarlo contra el folio y plasmar exactamente con una palabra aquello a lo que me refiero) que están más allá de debates estériles o de discusiones sobre arte. Hay cosas que simplemente son. Y Arrugas es una de ellas.
Todo lo que puedo deciros sobre esta novela gráfica, es que al igual que en la vida, en ella hay dos tipos de lecturas:
Una amarga, con un regusto punzante y ocre, que es dolorosamente consciente de sí misma. Que interesará a quienes gusten de las historias que no hacen rehenes ni concesiones, a quienes quieren salir de una lectura con los ojos amoratados y la cara hinchada después de aguantar el tipo de pie mientras los golpes caen uno tras otro.
Y otra menos hiriente, una lectura cálida, positiva sin ser condescendiente, valiente y comprensiva. Una lectura cargada de humanidad, de cariño, de amistades y ciclos, cargada de “volver a empezar”. Hay “algo” (de nuevo no me atreveré a describirlo) universal, genuinamente humano y consciente en Arrugas. En forma de dolor y de alegría.
Acompañar a Emilio, protagonista de esta historia, en su viaje, significa aceptar ambas partes, si bien la película omite algunos pasajes quizás demasiado duros, y aporta profundidad a otros más alegres. Pero lo cierto es que tanto lectura como visionado, encierran el mismo mensaje, la misma reflexión.
En este cómic, Paco Roca nos regala una obra en plena madurez creativa, esa etapa tocada por lo divino en la que un creador consigue quedarse con lo esencial y dejar toda la paja y los artificios a un lado. De ello hay ejemplos sobrados a lo largo de todo el cómic. Destellos narrativos –visuales y escritos– de pura genialidad para representar a la perfección la confusión, el miedo, la desorientación o la rabia en la que se ven sumidos algunos de los personajes de Arrugas en determinados momentos. Todo cimentado sobre una documentación exhaustiva y cuidada, que el autor llevó a cabo tanto en instituciones como en su círculo más cercano.
Si empecé este artículo rompiendo un par de normas autoimpuestas, espero me permitáis transgredir unas pocas más ahora, para deciros que creo que este cómic es uno de los pocos casos en los que me atrevería a decir que el lector saldrá reforzado tras su lectura como un ser humano mejor y más completo.
O al menos uno más consciente de sí mismo y de su entorno. Porque si el conocimiento nos lleva a la compresión, y de ahí a la empatía y la solidaridad, esta obra está repleta de conocimiento, de vivencias útiles. De recuerdos que no se perderán. Y si esto es así, Arrugas es una obra cum laude en lo que a ponerse prestados los zapatos del otro se refiere.
Y creo, honestamente, que esto es lo máximo a lo que toda obra que analice su entorno puede aspirar.
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Copyright de las imágenes © Paco Roca, Astiberri Ediciones. Reservados todos los derechos.