¿Por qué la cultura de Europa occidental ha llegado a ser predominante sobre las demás? Carles Lalueza-Fox, especialista en paleogenética, encontró respuestas, y aún más preguntas, en Armas, gérmenes y acero, un libro ya clásico del biólogo Jared Diamond. En este artículo, analiza cómo el progreso de las civilizaciones del mundo y las tecnologías que han poseído se explican por sus condiciones ambientales.
Leí por primera vez Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond, cuando estaba de investigador postdoctoral en Oxford, en 1998. Como no tenía mucho dinero ni, desde luego, espacio para libros, cada tarde al salir del laboratorio iba a la librería Dillons de Broad Street –ahora perteneciente a la cadena Waterstones– a leer un rato. Inicialmente me sentaba en el suelo, pero al cabo de unos meses, los de la librería pusieron muy amablemente una silla en mi rincón para que estuviera más cómodo.
En este ambiente lluvioso y un tanto deprimente de la campiña inglesa descubrí que Diamond se había hecho la misma pregunta que yo: “¿Cómo es que los habitantes de esta pequeña isla del norte de Europa llegaron a dominar el mundo?”, aunque ampliada a toda la civilización occidental. Su respuesta me sorprendió por la riqueza y por la novedad de sus argumentos.
Según el autor, fue una cuestión de suerte, el resultado de una serie de circunstancias ecológicas favorables que desencadenaron el proceso a partir del neolítico y que, una vez iniciado, convirtieron en prácticamente inevitable el éxito de unas poblaciones sobre otras.
El libro empieza en una de sus expediciones a Nueva Guinea. En una conversación casual con un líder local, este le pregunta cómo puede ser que los occidentales tengan tantas cosas materiales y ellos tan pocas. Esta pregunta, engañosamente obvia y aparentemente simple, lleva al autor a explorar a fondo lo que se ilustra en la portada: la batalla de Cajamarca. En este incidente, Pizarro y sus hombres atacaron por sorpresa a fuerzas infinitamente superiores del inca Atahualpa, a quien capturaron.
Diamond explica la superioridad táctica, cultural y militar de los españoles, pero se plantea también una cuestión fundamental: ¿Por qué esto ocurrió así y no al revés? Es decir ¿por qué los incas no invadieron Europa y capturaron al emperador Carlos I?
Diamond sitúa el inicio del proceso en el neolítico y explora, por ejemplo, qué circunstancias dietéticas y etológicas han de concurrir para que un animal pueda ser domesticado. A continuación descubre que en Eurasia se encontraba el mayor número potencial de ‘domesticables’, en contraste con otros continentes como América, Oceanía y África, que prácticamente no tenían candidato alguno.
El caso de los vegetales es parecido, pero además, el eje longitudinal de Eurasia permitió la expansión de la agricultura debido a su propia uniformidad climática, mientras que los ejes esencialmente latitudinales de África y América actuaron en contra de ella.
La geografía recortada de Europa, con diversas penínsulas e islas de gran tamaño –incluyendo Gran Bretaña–, condicionó la emergencia de sociedades con una diversidad cultural que, a través del conflicto, propició la creatividad y la competitividad y que fue por tanto un motor de progreso. Diamond lo contrasta con el perfil esencialmente continuo del este de Asia y atribuye a causas geográficas y ecológicas el inmovilismo cultural chino.
En definitiva, Diamond no necesita recurrir a ninguna posible superioridad genética –o racial, por emplear un término científicamente desacreditado pero todavía popular– para explicar el triunfo de las sociedades europeas sobre el resto. Para sus críticos, sin embargo, Diamond sustenta su revisión histórica en un excesivo determinismo ecológico.
Niall Ferguson, en su libro de 2011 Civilización: Occidente y el resto, utiliza una argumentación diferente a la de Diamond. Según él, la expansión y la superioridad europea que tiene lugar a partir del siglo XV era totalmente impredecible viendo la devastación provocada unas décadas antes por la peste negra y que contrastaba vivamente con la pujanza de la dinastía Ming y del Imperio Otomano. Sin embargo, ocurrió, y no por cuestiones ecológicas sino, según el autor, por el desarrollo occidental de ideas propias como la democracia, la ética del trabajo, la ciencia y el consumismo.
Sea como sea, un buen libro de divulgación científica es el que promueve el debate de las ideas e incluso la controversia. Un artículo publicado en la revista PNAS encontró apoyo estadístico a la propuesta de Diamond de que existe una correlación entre el eje geográfico de los continentes y la persistencia de la diversidad cultural. Creo que en este sentido Armas, gérmenes y acero no defraudará a ningún lector.
Carles Lalueza-Fox es Investigador del Instituto de Biología Evolutiva (CSIC-UPF) de Barcelona. Ha trabajado en las universidades de Cambridge y de Oxford así como en la compañía privada de genética de CODE Genetics (Islandia). Es experto en el análisis del ADN antiguo y ha participado en el proyecto Genoma Neandertal junto con el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig.
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