First Publishing fue una de las primeras editoriales independientes (esto es, ninguna de las dos grandes: Marvel o DC) que a comienzos de los ochenta transformaron el panorama del comic-book. Y lo hicieron no sólo cambiando el modelo de negocio, sino con apuestas creativas que trataban de distanciarse de los patrones y esquemas ya establecidos en el formato superheróico.
El primer título lanzado por First Comics fue Warp (1983), dirigido a un lector más adulto que el comprador habitual de héroes enmascarados. Tan solo unos meses después, American Flagg (octubre de 1983), reafirmó esa nueva política y demostró su viabilidad.
Howard Chaykin tenía 33 años cuando comenzó American Flagg y para entonces no era en absoluto un recién llegado ni al comic-book ni a la ciencia-ficción. Desde 1973 colaboraba regularmente con DC Comics en personajes de este género, como Iron Wolf (serializado en Weird World con guiones de Len Wein). Poco después, en 1974, fue uno de los profesionales que participó en el prozine Star Reach, para el que creó otra serie de ciencia-ficción, Cody Starbuck –que retomaría más adelante en su carrera para la revista Heavy Metal–. A continuación vendrían Monark Starstalker para Marvel con guiones de Roy Thomas; y Star Wars, para la misma editorial. Dos espectaculares trabajos en el entonces arriesgado formato de novela gráfica, Empire (1978) y Las estrellas mi destino (1979), basadas en las novelas respectivas de Samuel R. Delany y Alfred Bester, lo confirmaron como uno de los principales autores norteamericanos del género, un creador argumentalmente audaz y gráficamente sofisticado, tanto en su diseño como en el uso del color.
First Comics vino como caído del cielo para un autor cuyas inquietudes creativas le hacían difícil encontrar un hueco en las rígidas directrices editoriales de Marvel o DC. Aquí pudo Chaykin dar rienda suelta no sólo a sus originales ideas gráficas, sino a sus obsesiones y fetiches. Quizá no fuera tan sorprendente el que su propuesta, American Flagg, se convirtiera en uno de los comics más favorablemente acogidos por público y crítica. Muchos lectores comenzaban a estar cansados de los decorosos cruzados enmascarados de siempre y he aquí que alguien les invitaba a sumergirse en una lectura llena de sexo, violencia, moralidad ambigua y finales no siempre felices.
La historia transcurre en el año 2031. Treinta y cinco años antes, tras una serie de calamidades domésticas e internacionales, el liderazgo político y empresarial de los Estados Unidos trasladó su base de operaciones a la colonia Hammarskjold de Marte, reinventándose como una especie de conglomerado político/corporativo de corte totalitario llamado Plex. En la Tierra, mientras tanto, la Unión Soviética se derrumba, las facciones islámicas se sublevan y la Unión Brasileña de las Américas se convierte en la única superpotencia a tener en cuenta.
El Plex gobierna lo que queda de Estados Unidos –las costas este y oeste han quedado devastadas– y suministran entretenimiento bajo la forma de programas televisivos legales. La mayor parte de la población superviviente se agrupa en el interior de enormes construcciones fortificadas, los Plexmall, una mezcla de complejo residencial y centro comercial. En ellos, la máxima autoridad y representante del Plex es el cuerpo de los Plexus Rangers, cuya principal tarea es mantener la paz en el interior de los Plexmall y proteger las instalaciones agrícolas e industriales circundantes, fundamentales para mantener la economía del Plex. Dichas instalaciones son regularmente atacadas tanto por hordas de desahuciados empobrecidos y hambrientos como por delincuentes agrupados en violentas bandas y milicias.
La nueva y flamante incorporación de los Rangers es Reuben Flagg, un popular y atractivo actor (protagonista de una serie reveladoramente titulada Mark Thrust, Sexxus Ranger) que fue despedido cuando la tecnología hizo posible sustituirle en la pantalla por un doble digital. Es destinado al Plexmall de Chicago como ayudante de su Ranger Jefe, Hilton Hammerhead Krieger. Nacido y criado en Marte, Flagg jamás había estado en la Tierra antes y lo que se encuentra es muy diferente de la idealizada imagen que se había formado desde su niñez: algunas bandas han vendido al Plex los derechos de retransmisión televisiva de sus guerras urbanas a cambio de recibir armas –ligeras, nada de nucleares o aeroplanos– y dinero; los grupos de ideología más radical son capaces de matarse ellos y a sus familias antes que caer prisioneros del Plex.
Dentro del Plexmall, las cosas son diferentes pero no necesariamente mejores. Todo lo que parece importar a sus residentes son el sexo en sus más diversas modalidades, las drogas recreativas, los dibujos animados y los realitiesfinanciados por el Plex. Al principio, Flagg se deja llevar, pero cuando alguien asesina al Ranger Jefe, se ve obligado no sólo a ocupar su puesto sino a hacerse cargo de la emisora pirata de televisión que Krieger operaba en secreto. Investido de su nueva autoridad y con los recursos del Plex a su disposición, Flagg se prepara para enfrentarse a la corrupción y la codicia que dominan el sistema, evitar que el Plex venda Illinois a una corporación sudamericana y devolver la libertad a una población anestesiada por la violencia, el sexo y el consumismo.
American Flagg se alejó radicalmente del esquema de ciencia-ficción basado en la space opera del que tanto se ha abusado en el comic norteamericano, para presentar una distopia pop y satírica que metía el dedo en el ojo a la América de Reagan. Exageró modas y tendencias del momento y previó otras por venir –la importancia del estilo sobre el contenido, el consumismo pasivo, la sobrecarga de información, la omnipresencia de la televisión basura, la violencia gratuita, la sexualización de la sociedad, el despiadado oportunismo o la obsesión por el dinero– y las llevó hasta extremos absurdos e hilarantes. Es ese humor negro el que ayuda al lector a asimilar el siniestro mundo que presenta el autor a través de, por ejemplo, frases y eslóganes absurdos o imaginería propia de programas televisivos de nombres tan expresivos como Putillas blancas colocadas o Romances interespecies (esta noche: un hombre, una mujer… y un pato). Los boletines de noticias se especializan en el glamour de los visitantes VIP y el sensacionalismo violento.
Chaykin nos retrata una sociedad en la que las grandes corporaciones y el consumismo brutal permean todos los niveles. Y lo hace con originalidad, como por ejemplo utilizando imaginarios nombres de productos o programas, todos ellos invariablemente seguidos de la TM que apunta al dominio de una gran empresa. Envueltos en la bruma fabricada por la televisión y la publicidad, la gente vive y muere sin caer en la cuenta del poco respeto que las autoridades tienen por sus vidas. En ese corrupto mundo dominado por la banalidad en un extremo y por la lucha por la supervivencia en el otro, no tiene cabida superhéroe alguno. Reuben Flagg es el protagonista pero difícilmente se le puede calificar de héroe : aunque tiene principios éticos e intenta hacer justicia, también es un cínico que no espera nada bueno de la raza humana.
Gráficamente, American Flagg ofreció una propuesta que la situaba muy por delante de lo que entonces podía encontrarse en el formato del comic-book. Lo primero a destacar es la inteligente combinación de abundancia informativa y agilidad narrativa que Chaykin logró en su técnica, estableciendo una atractiva dinámica no sólo entre las palabras y las imágenes, sino de éstas con las onomatopeyas. Sus diseños de página son a la vez bellos y funcionales, utilizando los globos de diálogo como conexión entre diferentes niveles de lectura y dosificándolos de acuerdo al ritmo normal de la conversación humana, tramas mecánicas, variada tipografía de corte publicitario y original diseño…
El autor destaca sobre la mayoría de los dibujantes de comics al no ceñirse a una estructura fija de tantas viñetas por página: recurre a páginas–viñeta, viñetas que forman pantallas de televisión, logos comerciales, efectos de sonido, pósters de estilo publicitario, emisiones televisivas que se mezclan de fondo con las conversaciones de los personajes… todo ello superpuesto en imágenes que cumplen una función al tiempo decorativa y dramática.
Por todo ello, en su momento hubo quien consideró American Flagg un tebeo difícil de leer. Quizá lo fuera. Pero es precisamente porque Chaykin respeta la inteligencia del lector por lo que no le pone las cosas fáciles: le exige atención, reflexión e, incluso, una segunda lectura; razones que hacen que lo mejor de su obra siempre resulte recomendable para quien busque una mayor complejidad en el comic.
Además, décadas de evolución narrativa y transformación de fondo y forma en el mundo del comic-book –por no hablar de la revolución multimedia y la desgraciada extensión de la multitarea– han dado la razón a Chaykin. Probablemente, el lector contemporáneo se sentirá menos confuso que el que abrió por primera vez las páginas de aquel cómic en los ochenta. Por ejemplo, su idea de la introducción del formato televisivo en el fondo y la forma de las historietas sería retomada después por nombres tan insignes como Alan Moore (Watchmen) o Frank Miller (The Dark Knight Returns, las series de Martha Washington). En el ámbito cinematográfico, Paul Verhoeven reconoció su deuda con Chaykin en filmes de ciencia-ficción como Robocop o Tropas del Espacio).
No todo es perfecto, sin embargo. En el aspecto argumental, la principal debilidad de American Flagg es su tratamiento de los personajes femeninos. Los protagonistas varones disfrutan de personalidades bien definidas desde el comienzo, pero Chaykin parece incapaz de presentar una fémina que no se ciña al estereotipo de mujer fatal, dominante, manipuladora y oportunista (como es el caso de Mandy o Ester Maria de la Cristo). Intenta darles cierta profundidad para compensar su frívolo aspecto, pero no acaba de conseguirlo. Varios personajes femeninos, como Medea Blitz y la nazi Titania Weiss se comportan de una manera al comienzo de la saga y de otra muy diferente hacia el final. A tales cambios se les da una justificación, sí, pero el contraste es excesivo y no acaba de resultar creíble. Por ejemplo, Medea pasa de ser una delincuente drogadicta a miembro ejemplar de los Rangers con carisma de líder. Sin embargo, es difícil detectar pistas de su heroico futuro en su etapa de motorista rebelde y, a la inversa, encontrar restos de su antigua personalidad tras su regeneración. Tampoco es convincente el súbito giro argumental en el que uno de los personajes femeninos, Gretchen Holstrum, emerge de una amnesia para revelar su olvidada y sorprendente identidad.
El tratamiento desenfadado y abundante que Chaykin otorgaba al aspecto sexual fue por entonces motivo de controversia. En casi todos los episodios, Flagg acaba en la cama con una u otra mujer, todas ellas exuberantes y ataviadas con esos modelitos tan fetichistas (tacones altos, ligueros…) que a partir de entonces se convirtieron en marca característica del autor. Hay cuerpos desnudos y sadomasoquismo, violaciones y canales eróticos, aunque todo ello retratado sin caer en la burda pornografía.
Todo es cuestión de opiniones pero la mía es que, aunque no cabe duda de que el sexo resulta fundamental para dar consistencia al futuro de la América postcatastrófica de Flagg, Chaykin fuerza a menudo las cosas sin que la narración lo requiera. El guionista/dibujante ha demostrado a menudo que, además de tener algo que decir, su intención era crear polémica y desafiar a la crítica bienpensante introduciendo contenidos escabrosos, particularmente el sexo. Y aunque es cierto que las escenas que nos muestra el autor difícilmente podrían escandalizar a un lector europeo de comics o a alguien familiarizado con el panorama viñetero norteamericano que discurría más allá del corsé del Comics Code Authority (léase el mundo underground o las revistas de comic para adultos como Heavy Metal), también lo es que el formato del comic-book de amplia distribución no solía ofrecer pasajes subidos de tono.
En el aspecto gráfico, Chaykin, además de su talento para el diseño y el lenguaje narrativo, también demuestra ser un hábil truquista. Si se examinan con atención las páginas, se descubrirán viñetas pobremente terminadas, escenas que son apenas bocetos y torpes diseños de maquinaria, vehículos o armamento. Sin embargo, consigue ocultar sus carencias –quizá motivadas por los apresurados plazos de entrega que lastra cualquier serie de cadencia mensual– con destreza, introduciendo elementos gráficos que atraen la atención desviándola de aquéllas, ya sean «cabezas flotantes» excelentemente dibujadas, un bombardeo de originales y expresivas onomatopeyas, un color explosivo o una serie de bocadillos de diálogos que hacen resbalar nuestra vista evitando fijarnos demasiado en esos deslucidos momentos.
Defectos aparte, American Flagg es un cómic tremendamente ameno. En sus mejores momentos, ofrece una lectura densa e ingeniosa con una capa de sátira hiriente adornada por un arriesgado y variado festival gráfico. Pero tras doce números, Chaykin se fue desvinculando de su obra. Por una parte, encargarse del guión, el elaborado dibujo, el entintado y la rotulación de un comic mensual suponía una carga de trabajo excesiva. Por otra, su interés fue decreciendo al interesarse por otros proyectos, como la renovación de La Sombra para DC Comics o las novelas gráficas de Time2 para First.
Primero traspasó el apartado artístico a otras manos, lo que puso aún más de manifiesto –si es que ello era necesario– la calidad gráfica que él había aportado en los primeros números. En comparación con sus páginas, los esfuerzos de dibujantes de segunda fila como Rick Burchett o Pat Broderick eran casi patéticos. Tras su marcha definitiva en el número 26, el complejo entramado de relaciones entre los personajes, la caracterización de los mismos, el humor cínico y provocativo, los diálogos ingeniosos, el glamour, la socarronería descarnada y la continuidad que enlazaba y daba solidez a la colección, se fueron desintegrando rápidamente en las manos de sucesivos guionistas, como J.M. DeMatteis, Steven Grant o Alan Moore.
American Flagg era una obra de autor y los lectores así lo entendieron: las ventas se desplomaron. La colección había llegado a su punto más alto nada más empezar, y no había sido capaz de mantener tal nivel de excelencia. First se vio obligado a llamar de nuevo a Chaykin, quien no pudo arreglar el desaguisado, poniendo fin a la colección en el nº 50 (marzo de 1988). Para entonces Reuben Flagg había derrocado al Plex, alcanzado el puesto de Presidente y separado Illinois del resto del país para convertirlo en su reino particular.
La colección tuvo una segunda vida, esta vez bajo el título Howard Chaykin’s American Flagg, en un intento de atraer la atención de aquellos que disfrutaron con la primera etapa. Chaykin se dedicó a reflotar el barco, decidiendo que todo lo que se había hecho tras su marcha no había tenido lugar y retomando la narración en el punto en el que él la había abandonado, en el año 2032. El resultado fue entretenido, pero no brillante, al menos no tanto como en su primera época, entre otras cosas porque el dibujo recayó en las inadecuadas manos de Mike Vosburg y Richard Ory. En esta ocasión, las enloquecidas aventuras de Flagg terminaban en matrimonio e hijos pero, ya fuera por decisión del autor (que por entonces tenía su mirada puesta en los guiones de una serie televisiva, The Flash), imposición editorial o el dedo acusador de las ventas, el segundo volumen de American Flagg finalizó en su número doce.
American Flagg no fue una serie longeva que consiguiera sobrevivir a su creador original, pero resultó ser una fuente de inspiración e influencia para guionistas de la siguiente generación, como Warren Ellis, Matt Fraction o Brian Michael Bendis. Al elevar el comic-book a nuevas alturas gráficas y conceptuales, atrajo la atención de nuevos lectores de edad más adulta, encabezando una revolución que luego continuarían otras obras de los ochenta como Love & Rockets, The Dark Knight Returns o Watchmen.
El cierre de First Comics dejó a American Flagg convertida en inalcanzable obra de culto. Durante veinte años, la única forma de conseguir números sueltos o las novelas gráficas en las que se recopilaron los primeros arcos argumentales fue a través del caro mercado de segunda mano. Por fin, la edición en un lujoso volumen de los primeros catorce episodios (en España publicado por Norma Comics) puso a nuestra disposición una lectura obligada para cualquiera que disfrute de la ciencia ficción en viñetas.
Control de población en forma de píldoras anticonceptivas que producen esterilidad, mensajes subliminales en la televisión, emisiones deportivas ilegales, cambios climáticos desatados por satélites reliquias de la Guerra Fría, judíos de ideología nazi, gatos parlantes, robots con sentimientos, dirigibles transcontinentales, el último de los royal Windsor desterrado en Chicago trabajando en la clandestinidad, negocios corruptos de altos vuelos, intrigas sexuales, reality shows, ciudades tomadas por las bandas… Sexy, penetrante, divertida, irreverente y bien ejecutada, American Flagg no sólo superó a cualquier cómic de superhéroes del momento, sino que hoy, décadas después, sigue siendo tan legible como entonces.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.