En Europa, los temas explorados por el «romance científico» retomaron la atención de buen número de escritores y lectores en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial. Pero el desarrollo del género siguió un camino muy diferente en los Estados Unidos. Allí no fueron autores o editoriales «serios» los que cultivaron la incipiente ciencia-ficción, sino lo que se conoce genéricamente como revistas pulp: publicaciones editadas en papel de mala calidad y dirigidas a un relativamente pequeño grupo de entregados seguidores.
Con un formato inventado por Frank Munsey en 1898 en la revista Argosy, sus mejores años los vivieron estas publicaciones entre los años veinte y los cincuenta del siglo pasado, como parte de un pujante negocio editorial (que también comprendía las novelas baratas y los comic-books) cuyo público objetivo era la clase baja y media-baja con un presupuesto económico que sólo les brindaba acceso a ofertas de ocio baratas. A menudo despreciadas por los estudiosos como subproducto juvenil sin mayor interés, más recientemente han sido recuperadas y apreciadas como parte fundamental de la historia no sólo de la ciencia-ficción, sino de otros géneros como el terror, la fantasía o el policiaco.
Al principio, estas revistas incluían relatos de una gran variedad temática: western, misterio, romántico, aventura… y ciencia-ficción. El énfasis de estas historias se ponía en la sucesión ininterrumpida de acontecimientos, personajes de marcado carisma, un código ético binario bien-mal y, especialmente en la ciencia-ficción, escenarios exóticos y maravillosos.
En 1906 apareció la primera de las revistas especializadas en un género concreto, Railroad Man´s Magazine, al que pronto siguieron otras en la misma línea como Detective Story Monthly (1915), Western Story (1919), Love Stories (1921) o Weird Tales (1923). Sin embargo, ninguno se atrevió con la ciencia-ficción. Se diría que era todavía un género algo difuso, cuya escasa delimitación impedía venderlo como un producto con posibilidades comerciales. Con todo, pronto algunos editores se dieron cuenta de que cuando incluían en sus publicaciones narraciones de ciencia-ficción, las ventas aumentaban. Hasta que, en abril de 1926, nació Amazing Stories quizá la revista de ciencia-ficción más importante jamás publicada. Y ello no gracias a su formato o la calidad de las historias que incluía, sino por ser la primera en dedicarse exclusivamente al género y realizar un claro y decidido esfuerzo por su dignificación como rama independiente de la literatura popular.
Hugo Gernsback, el padre de la criatura, era perfecto para la tarea, un personaje no sólo conocido entre los aficionados a la ciencia-ficción, sino entre los historiadores de la tecnología. Nacido en Luxemburgo en 1885, emigró a Estados Unidos en 1903, convirtiéndose en un destacado pionero en la retransmisión de radio y televisión. Su emisora WRNY-1010 AM, Coytesville, empezó a emitir el 12 de junio de 1925 desde su estudio en Nueva York, presentando programas diarios de cinco minutos sobre cocina, ejercicios gimnásticos y conciertos.
Su pasión por la tecnología le llevó al ámbito de la divulgación a través de la edición de revistas de ciencia popular, como Modern Electrics y Science and Invention, en las que junto a artículos científicos incluía regularmente ejemplos de lo que llamaba «cientificción» («Scientifiction»). La mayor parte de ese material era estilísticamente aburrido y muy convencional, sin el sentido de la maravilla y el impulso aventurero que se podían encontrar en otros «romances científicos» del estilo de los seriales de Edgar Rice Burroughs. En muchos casos no eran más que insulsos rellenos cuyo auténtico propósito era la presentación de una nueva idea o invento y que más se asemejaban a manuales de instrucciones que a un relato de ficción. La novela Ralph 124C41+ (1912, recopilada en forma de libro en 1925) fue escrita por el propio Gernsback siguiendo estas directrices; el tiempo la ha convertido en un texto apenas digerible hoy.
Pero en su momento tuvo éxito, y ello animó a Gernsback a reclutar a otros escritores de ficción para su revista Practical Electrics primero y otras publicaciones después, dedicando desde entonces todas sus energías a la tarea de edición y relegando sus otros negocios a un segundo plano.
Él mismo continuó escribiendo ocasionalmente ciencia ficción, por ejemplo, La tormenta magnética (1918), en la que presentaba con didactismo su plan para finalizar la Primera Guerra Mundial utilizando el electromagnetismo para desmontar la maquinaria bélica alemana. Lo más destacable de su producción posterior a Ralph 124C41+, sin embargo, fueron dos novelas: Baron Munchausen´s New Scientific Adventures (serializada en Electrical Experimenter de 1915 a 1917 y nunca reeditada en forma de libro), en la que el fanfarrón personaje del siglo XVIII interviene en la Gran Guerra antes de embarcarse en un largo viaje espacial que va perdiendo su vena satírica inicial hasta convertirse en una sosa utopía; y Ultimate World, publicado póstumamente en 1971, una intriga en la que visitantes alienígenas aumentan la inteligencia de los niños terrestres.
Es, sin embargo, por su faceta de editor por lo que Gernsback es recordado hoy. Tras el éxito cosechado con un número especial «Scientific Fiction” de su revista Science and Invention en 1923, Gernsback comenzó a darle vueltas a la idea de publicar un magazine exclusivamente dedicado al género.
El resultado fue, tres años después, Amazing Stories, de noventa y seis páginas. Su fórmula editorial obtuvo un éxito inmediato, alcanzando en poco tiempo una circulación mensual de 100.000 ejemplares. No tardaron otros editores en crear sus propias revistas de ciencia-ficción, revistas cuyos títulos reconocían su deuda con la de Gernsback: Astounding Stories(1930), Astonishing Stories (1931), Marvel Science Stories (1938), Startling Stories (1939)… La mayoría eran propiedad de grandes compañías, como Munsey o Clayton, en cuyo catálogo se incluían listas enteras de cabeceras pulp.
Paradójicamente, el primer competidor de Gernsback fue él mismo. Se había expandido tanto financieramente que perdió el control de su negocio, haciendo bancarrota en 1929. La revista quedó entonces bajo la dirección de Arthur Lynch primero y T. O’Connor Sloane después. Amazing Stories conservó su popularidad hasta mediados de los cincuenta. Desde entonces, fue cancelándose y reapareciendo esporádica pero regularmente, pasando de dueño en dueño. Su última encarnación tuvo lugar bajo la tutela de la compañía de juegos de rol Wizards of the Coast, con un contenido basado principalmente en franquicias cinematográficas o televisivas . Dejó de publicarse en agosto de 2000.
En fin, tras la pérdida de su cabecera favorita, Gernsback no se desanimó, ni mucho menos. Fundó inmediatamente otras revistas, como Science Wonder Stories (12 números entre junio de 1929 y mayo de 1930), Science Wonder Quarterly (tres números en 1929 y 1930), Scientific Detective Stories (diez números desde enero a octubre de 1930) o Air Wonder Stories(11 números entre julio de 1929 y mayo de 1930); pero siempre fueron publicaciones de precaria y breve existencia que no lograron emular el éxito que había obtenido con Amazing.
Sólo Wonder Stories (amalgama de otras dos cabeceras, Science Wonder Stories y Air Wonder Stories) consiguió acercarse, sobreviviendo holgadamente hasta los primeros años treinta. Fue esta última publicación para la que Gernsback, intentando eludir conflictos legales con su antigua revista, inventó una palabra para definir las narraciones que editaba: «ciencia-ficción», término que imprimía en las portadas de sus revistas. (Ulteriores investigaciones revelaron que el término «ciencia ficción» había sido independientemente acuñado en 1851 por un oscuro crítico, William Wilson, tan desconocido para Gernsbackentonces como para el resto del mundo).
La fórmula inicial consistía en ahorrar costes a base de reeditar novelas y relatos de Julio Verne, H.G. Wells, Edgar Allan Poe y otros pioneros del género ya entonces muy populares. Los comentarios que el propio Gernsback realizó a estas obras constituyen una especie de pionera historia de la ciencia-ficción. El contenido se completaba con artículos científicos y pasatiempos. Más tarde optó por publicar exclusivamente historias de escritores vivos, ya fueran nombres establecidos (George Allan England, Garrett P. Serviss, Abraham Merritt), ya principiantes cuyas carreras él mismo contribuyó a impulsar (Jack Williamson, Clifford D. Simak, H.P. Lovecraft, Edmond Hamilton, Stanley G. Weinbaum… ). También organizó concursos entre los lectores, animándoles a enviar sus relatos -siempre que tuvieran una clara orientación tecnológica o científica-. De uno de ellos salió la primera narración escrita por una mujer que apareció en una revista de ciencia-ficción: «The Fate of the Poseidonia» (1927), escrita por Clare Winger Harris.
En realidad, como hemos visto abundantemente en este espacio, muchos escritores antes de Gernsback habían escrito historias que hoy están universalmente reconocidas como ciencia-ficción; pero él fue el primero en proponer un sistema que permitió identificar, clasificar y producir este tipo de narraciones. En sus editoriales, presentaciones de los relatos y respuestas a las cartas de los lectores que se publicaban tanto en la pionera Amazing Stories como en sus herederas, no se cansaba de afirmar que las tres características que reunía una historia de ciencia-ficción eran: narración (romance cautivador) que incorpora información científica precisa («hechos científicos») y predicciones derivadas de forma lógica de esa información (visión profética). Estos elementos hacían de la ciencia-ficción un género enfocado a tres tipos de público: lectores en general, adolescentes brillantes y científicos e inventores; asimismo, era un tipo de literatura con tres propósitos: entretener, proporcionar educación científica y ofrecer ideas para posibles avances científicos.
A diferencia de las innumerables predicciones con las que Gernsback inundaba sus artículos para revistas de ciencia popular, una predicción inserta en una historia cautivadora tenía mayores posibilidades de alcanzar una audiencia más amplia, incluyendo científicos e inventores que quizá se sintieran inspirados por ella y se pusieran manos a la obra para hacerla realidad. Esto hacía de la ciencia-ficción un tipo de literatura especialmente importante. Es más, el incluir una predicción en una historia podría animar a los escritores no sólo a especular sobre cómo conseguir tal o cual invención, sino sobre su efecto en la sociedad del futuro, punto este último en el que pondría especial énfasis el principal sucesor de Gernsback en la edición de revistas de ciencia-ficción, John W.Campbell Jr, cuya revista Astounding Science Fiction tomó el relevo como referencia del género durante los veinte años siguientes.
Pero a pesar de la influencia que ejerció durante los años veinte y treinta, Gernsback fracasó en su propósito de purgar totalmente a la ciencia-ficción de sus elementos místicos y/o fantásticos, objetivo que había formado parte de su filosofía personal desde el comienzo. Hacia 1930, Gernsback se había visto forzado a modificar los términos de su proyecto, cambiando el nombre de la revista Science Wonder Stories a Wonder Stories sobre la base de que la palabra Science había limitado el número de lectores, una decisión que habría sido anatema para Gernsback cinco años antes. Sus lectores querían algo más que sólo ciencia. Las historias educativas protagonizadas por geniales inventores que tanto le gustaban pronto aburrieron a los lectores. Éstos querían emoción y aventura. Y eso fue lo que les ofreció uno de los escritores descubiertos por Gernsback, E.E. Doc Smith, cuyo The Skylark of Space se publicó en Amazing Stories en 1928. La inmensa popularidad de esa serie indicó el nuevo rumbo editorial a seguir: a partir de los años treinta, ya en poder de sus nuevos dueños, Amazing Stories fue el refugio de las más extravagantes aventuras espaciales, historias protagonizadas por pilotos y guerreros de mandíbula varonil a bordo de brillantes naves y heroínas de grito fácil, con argumentos absurdos, planes insensatos y diálogos estúpidos. Este subgénero fue sarcásticamente etiquetado en 1941 por Wilson Tucker como space opera en el fanzine Le Zombie.
Aún más innovaciones pueden atribuírsele a Gernsback. Fue el primero en diseñar los símbolos e iconos visuales más característicos de la ciencia-ficción, incluyendo el archiconocido cohete de forma acigarrada. Con un encanto que ha soportado el paso del tiempo, las ilustraciones de sus revistas combinaban maquinaria futurista con paisajes extraterrestres ante los que los seres humanos parecían insignificantes.
Aunque el primer artista que se ocupó de las portadas, Frank R. Paul, no era especialmente diestro dibujando gente y su trabajo se reproducía sobre el mediocre soporte del papel de pulpa, fue capaz de crear un sinfín de variaciones sobre un limitado rango de temas: cohetes, alienígenas de ojos saltones, viajes espaciales, ciudades cubiertas por cúpulas transparentes… Él y sus sucesores se encargaron de traducir las palabras de los escritores a luminosas imágenes que todavía hoy son lo más recordado del fenómeno pulp y que inspiraron directamente la imaginería de los cómics. Éstos, a su vez, ofrecieron ya de los años treinta una ciencia-ficción en la que importaba menos la ciencia y más los héroes. Casi inmediatamente, los personajes de cómics como Buck Rogers, Flash Gordon o Superman se convirtieron en el peldaño necesario para que la ciencia-ficción saltara a la gran pantalla.
En cierto sentido, el arte gráfico, los artículos científicos, las historias casi intercambiables e incluso los anuncios de las revistas pulp formaban un flujo continuo de información que trataba de transmitir la idea que sobre el futuro tenían sus autores. Leer de principio a fin una de estas revistas es como pasar una noche viendo la televisión por cable. Nada destaca especialmente porque no es esa la intención. Los personajes de una historia reaparecen en otra, como si fueran estrellas invitadas de comedias televisivas. Algunas veces lo hacen bajo otro nombre: el profesor Brown en lugar del profesor Stone; otras se llaman igual porque a los escritores se les animaba a repetir los esquemas que probaban ser populares, como las aventuras del profesor Aloysius O’Flannigan en los relatos escritos por Amelia R. Long. Y si en un número en particular el lector no encontraba una historia de A.R. Long, no había problema, hallaría los mismos ingredientes en las de Eando Binder o R.R. Winterbotham.
Otra de las grandes ideas de Gernsback fue incluir en sus revistas una sección de correo de los lectores. En ella, además de comentar y analizar las historias, los aficionados podían indicar su dirección, permitiendo que se pusieran en contacto los unos con los otros. No tardó en formarse una activa comunidad de entusiastas seguidores, algunos de los cuales, como hemos dicho, se convertirían en escritores de fama. Fue el comienzo del movimiento de fans de la ciencia-ficción que no ha hecho sino crecer hasta la actualidad y que distingue netamente al género de otras ramas de la literatura popular. Para impulsar aún más este movimiento, en 1934 Gernsback fundó la primera organización oficial de aficionados a la ciencia-ficción, la Science Fiction League.
Sin embargo, no todo fueron luces. Gernsback era un hombre muy competitivo que debía sacar beneficios como fuera de una industria despiadada. Se vendían cada mes millones de pulps en kioscos y tiendas y sus revistas eran sólo una gota de agua entre un océano de cientos de títulos. Así, mantener los costes al mínimo fue siempre una obsesión para él, con el resultado de que su reconocimiento en el mundo editorial quedó lastrado por su costumbre de alienar a los escritores pagándoles poco, tarde y mal. H.P. Lovecraft siempre se refería a él como «Hugo la Rata» y Donald A. Wollheim se unió a otros autores en una demanda colectiva para reclamarle el pago de sus encargos.
Siempre intentando ganar dinero como fuera, Gernsback abandonó temporalmente la ciencia-ficción en 1936, cuando vendió la cada vez menos rentable Wonder Stories (rebautizada por el nuevo propietario como Thrilling Wonder Stories), dedicándose a otras aventuras editoriales, especialmente la revista Sexology . Pero siguió escribiendo por diversión y en dos ocasiones más intentó volver a su género favorito, aunque fueron incursiones de breve duración: un comic book, Superworld Comics (1940) y una revista de lujo, Science-Fiction Plus (siete números entre marzo y diciembre de 1953). También comenzó a escribir con carácter anual una revista publicada a sus expensas (inicialmente parodias de otras revistas y luego titulada Forecast), que enviaba a sus amigos por Navidad como felicitación personal.
Aunque nunca fue considerado como una persona agradable ni dotada de especial encanto, Gernsback fue invitado a asistir con honores a la Convención Mundial de Ciencia-ficción de 1952. Los galardones más prestigiosos del género otorgados por los aficionados –no por jurados o editoriales–, los Science Fiction Achievement Award, fueron a partir de entonces bautizados –no oficialmente– como Premios Hugo; y los fans lo agraciaron con el título padre de la ciencia-ficción, calificativo que él mismo no tuvo problemas en adoptar y repetir hasta la saciedad. Desde los años cuarenta, en artículos y entrevistas, practicó la autopromoción, considerándose el más prolífico y preciso profeta de avances científicos. Continuó publicando y escribiendo hasta su muerte en 1967. Su obituario en el New York Times lo calificó de Barnum de la Era Espacial
Cuando los ensayos sobre ciencia-ficción comenzaron a proliferar en los sesenta y setenta del siglo pasado, hubo una tendencia a infravalorar a Gernsback y considerarlo como una influencia perjudicial a causa de su ineptitud literaria, su ideología conservadora (proto–fascista se le llegó a denominar) y su gusto por las historias con largas y pesadas explicaciones científicas que adormecían la capacidad creativa del escritor que había recibido el encargo. Se le atacaba por crear una ciencia-ficción sin humor, didáctica, pedestre, aburrida y poco fiel a los principios de la ciencia; se le hacía responsable de la infantilización de un género que, de no haber sido por él, habría evolucionado hacia temas adultos tratados con la adecuada profundidad (denuncias similares sufriría George Lucas cuando estrenó Star Wars en 1977). Brian Aldiss, en el nombre de Europa y al frente de la entonces influyente New Wave, lo calificó como «uno de los peores desastres que hayan afligido a la ciencia-ficción». William Gibson, antes de dar comienzo al ciberpunk, escribió un cuento, The Gernsback Continuum, en el que criticaba con sorna la ciencia-ficción norteamericana anterior a la Época Dorada
Sin embargo, estudiosos posteriores, como Gary Westfahl, han reconocido su importancia. Sea cual sea la calidad de las historias que publicó, tuvieron un gran impacto en la percepción que del género se transmitió a la sociedad. Escritores y lectores comenzaron a fijarse en la ciencia-ficción; otros editores hicieron hincapié en el valor científico de sus historias, los autores incluyeron más explicaciones científicas en sus relatos y los entusiasmados lectores escribían cartas alabando esos enfoques. Sencillamente, sin Amazing Stories otras revistas de ciencia-fición –en las que nombres de la categoría de Isaac Asimov, Robert A. Heinlein o Arthur C.Clarke publicaron sus primeros trabajos–, jamás habrían existido. El esfuerzo de Gernsback por involucrar en el proyecto a multitud de jóvenes no sólo contribuyó a popularizar la ciencia-ficción, enfatizar el aspecto científico de las historias y asentar su particular iconografía futurista, sino que les animó a explorar nuevas formas de contar esas historias.
«No sólo la ciencia-ficción es una idea de tremenda relevancia, sino que será un importante factor a la hora de convertir el mundo en un lugar mejor para vivir gracias a la educación del público en las posibilidades de la ciencia y la influencia de ésta en la vida que, aún hoy, no es apreciada por el hombre ordinario. (…) Si se pudiera hacer que cada hombre, mujer, chico y chica leyeran ciencia-ficción, ello redundaría en un gran beneficio para la comunidad ya que se elevaría tremendamente el nivel educativo de sus integrantes. La ciencia-ficción haría a la gente más feliz, les proporcionaría un mayor entendimiento del mundo, les haría más tolerantes». No hay que decir que la ingenuidad que impregna estas palabras de Gernsback –por otra parte compartida por muchos profesionales de la época– no superó la prueba del tiempo. Su limitado concepto de la ciencia-ficción como nueva forma de literatura expresada en términos estrictamente científico-didácticos («75% de literatura mezclada con un 25% de ciencia»), valiosa en su calidad de foro de intercambio entre científicos y tablón de anuncios de propuestas científicas novedosas, sólo ha perdurado en una rama del género, la ciencia-ficción «dura».
La ciencia-ficción, por suerte para todos, ha trascendido aquel rígido planteamiento inicial y se ha convertido en un género de masas enriquecido mediante las más diversas aportaciones y enfoques. Sin embargo, la visión de Gernsback de la ciencia-ficción como género con una identidad claramente diferenciada y de gran relevancia así como el entusiasmo que le permitió reunir a un público receptivo a aquellas historias, sí tuvo un gran impacto en todos sus autores y lectores, incluso aquellos que creían tener poco que ver con él. En retrospectiva, puede que lo que naciera a partir de Amazing Stories no fuera más que un guetto, pero fue un guetto dorado, una hermandad de oportunidades y maravillas.
Gernsback hizo posible creer en la ciencia ficción, y esa fe, más que la calidad literaria de su oferta inicial, permitió vislumbrar el potencial de todo un género. Antes de él, había historias de ciencia-ficción. Después, hubo ciencia-ficción.
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.