Puede que alguna vez, al ver una película de Álex de la Iglesia, usted se haya hecho alguna de las preguntas que, hace cierto tiempo, planteamos en esta entrevista al director de El día de la Bestia (1995), La comunidad (2000), 800 balas (2002), Los crímenes de Oxford (2007) y Las brujas de Zugarramurdi (2013).
Licenciado en Filosofía por la Universidad de Deusto, nuestro interlocutor debutó en el cine como director artístico, primero en el cortometraje Mamá (1988), de Pablo Berger y después en el largo Todo por la pasta (1991), de Enrique Urbizu. Tras su primer cortometraje como realizador, Mirindas asesinas (1991), emprendió con Acción mutante (1993) una trayectoria llena de éxitos, con propuestas creativas tan diversas como Perdita Durango (1997), Muertos de risa (1999) y Balada triste de trompeta (2010).
Más allá de las modas, Álex de la Iglesia se ciñe a un estilo personal, muy poderoso, en el que encajan antecedentes tan variados como el cine de Berlanga, el terror clásico, la serie B, los cómics Marvel y el humor underground.
Suele firmar los guiones a medias con Jorge Guerricaecheverría. ¿Cuál es el método de trabajo que utilizan?
Hay veces en las que la idea original –la idea base– surge de Jorge y otras veces de mí. Y a partir de ahí, él escribe y luego yo leo lo que él ha escrito. O lo escribimos a la vez. Nos ponemos los dos delante del ordenador, y vamos escribiendo los dos. Entonces cuando vamos leyéndolo, paramos y pensamos cómo continuar, cómo puede ser la estructura… Y partir del momento en el que tenemos una estructura, se hace más fácil. Pero establecer esta estructura básica de la historia es siempre lo más complicado.
¿Diría que el mundo está dividido en guapos y feos?
Esa especie de maniqueísmo brutal que había de una manera más paródica –si quieres más simplona– en Acción Mutante, también está en una película como Crimen ferpecto, en la que vuelven las mismas paranoias. Todo este timo de las guapas y las feas que hay en Crimen ferpecto está motivado por la planta de cosméticos. En la planta de cosméticos solamente hay tías que estén buenas. O sea, no puede trabajar una tía que sea fea. A mí eso me parece absolutamente demente. Entonces yo comprendo que Lourdes, el personaje interpretado por Mónica Cervera, esté completamente loca. O sea, has estado diez años trabajando en ese centro comercial en la sección de complementos porque nunca la dejarán estar en cosméticos. Y viene un tío que la desprecia todos los días… así que no me extraña que haga lo que hace.
Gran parte de la fuerza de su cine reside en los personajes y en esos excelentes secundarios.
Crimen ferpecto no es una película tan coral como otras. Es una película de dos personajes, de Mónica Cervera y de Willy Toledo. Y de lo que más estoy orgulloso es de haber trabajado casi hasta el milímetro cada frase. Por ejemplo, la secuencia del diálogo en la mesa, cuando se encuentran por primera vez, a esa le dedicamos varios días porque queríamos clavar exactamente el tono de cada respuesta. De esa secuencia estoy particularmente contento porque la he hecho exactamente como quería.
En Crimen ferpecto, el protagonista interpela al espectador. Por medio de fórmulas parecidas, esa interacción con el público se advierte en otras películas suyas.
Lo más bonito de una película es conseguir que el espectador viva sensaciones y decisiones morales que uno no tomaría. A mí es una cosa que me vuelve loco. Eso lo hace mucho Scorsese. Cuando empieza Goodfellas entiendes a Ray Liotta hasta tal punto que te sientes uno más de la mafia y disfrutas siendo un mafioso, con ese plano absolutamente alucinante en el que Ray Liotta entra en un local lleno de gente y le colocan la mejor silla, se inventan una silla para él, una mesa, le colocan una lámpara y le sientan exactamente al lado del cantante. Entonces dices: «Joder, merece la pena ser mafioso». Y en ese momento, claro, hay un crimen, y se cargan a una persona y dices: «Dios santo, ¿dónde me he metido? Porque he aceptado todos los parámetros morales de este tío y ahora resulta que es un asesino ¿Y cómo no había pensado en ello?» Te sientes absolutamente identificado con el personaje. Lo mismo quise conseguir con Crimen ferpecto.
Hay ciertos temas recurrentes en su filmografía, contra las que parece desquitarse. Una de ellas sería la Navidad, durante la que se ambienta, por ejemplo, El día de la bestia…
Dramáticamente funciona muy bien. Es muy gracioso que esté sonando un villancico cuando dos tíos están intentando matarse, ¿no? Es el momento más mentiroso del año, todo el mundo pretende tener buenos sentimientos y todo el mundo está hasta los cojones de todo.
Todo el mundo tiene que comprar un montón de regalos para la gente a la que no aprecia. Todo el mundo miente, todo el mundo está intentando crear una especie de sensación de felicidad ficticia. Y en ese sentido, me resulta muy atractiva cinematográficamente. Resulta muy atractivo que esté sonando un villancico y alguien te pegue, como obligándote a reírte cuando lo único que quieres es matar a una persona y te estás comprando un cuchillo.
Otro tanto se podría decir de la familia, que usted retrata en un estado casi psicopático y homicida.
No sé a qué se debe. Mi vida familiar es muy tranquila. Habría que escarbar demasiado en el subconsciente. Es que eso de investigar por qué hago las cosas… No sé muy bien por qué las hago. Son sensaciones, son cosas que haces de una manera inconsciente y que vosotros lo veis desde fuera, pero es que explicar las razones…
Hombre, sin duda alguna la familia o la comunidad, todo ese tipo de estamentos, pues son como bases de una manera de pensar que me gustaría destruir. Tampoco sé muy bien por qué. Porque la odio o porque me oprime o porque me estoy volviendo loco o porque todo el mundo acepta de una manera implícita una serie de mentiras que me vuelven loco y que me desgarran por dentro.
Ves el telediario… veo a todo el mundo viendo los anuncios y me dan ganas de gritar. Que todo el mundo lo acepte como con una alegría y con una facilidad, ¿no? O sea, nos están destrozando la vida, tenemos cuarenta años y prácticamente todo ha acabado. Lo único que podemos hacer ahora es mirar con resignación el futuro y decir: «Por favor, que no me den una paliza». Bueno, pues todo ha acabado ya y nos han vendido una moto que hemos comprado gustosos, y todo eso no lleva a nada más que a un gran absurdo.
Lo que me molesta es la aceptación alegre de ese crimen, que todos decimos: «Vale, habéis destruido mi vida, me parece estupendo. Me voy a comprar ahora el último número de Interviú«. No hay una respuesta, no hay ira, no hay nada. Nadie se escandaliza, nadie se ofende con nada. Todo el mundo acepta tácitamente todo lo que ocurre.
¿Todo es una farsa absurda y los hombres que dirigen el mundo son todos unos personajes siniestros y crueles que quieren hundirnos? Vale. ¡No hay ningún tipo de reacción! Lo único que se me ocurre es descargar esa ira en las películas.
De ahí lo de llenar el mundo de payasos.
Totalmente.
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