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Crítica: «El bar» (Álex de la Iglesia, 2017)

Un grupo de personajes recluidos en un recinto concreto a causa de una amenaza externa tendrá que enfrentarse no sólo a dicho peligro, sino a la eterna verdad ‒Homo homini lupus‒, en situaciones en las que el miedo y la desconfianza sacan lo peor que llevamos dentro.

Sí, es una historia contada muchas veces, pero que siempre se agradece si está bien narrada. En esta oportunidad, la acción no transcurre en una mansión en la que los invitados a una fiesta son incapaces de salir a la calle, ni en un supermercado de Maine rodeado de una niebla letal ni en una granja asediada por muertos vivientes, sino en un cochambroso bar de viejo, sito en la oscura y pequeña plaza de Mostenses, a un tiro de piedra de la madrileña Gran Vía.

Los protagonistas de la cinta no son atracadores profesionales ni científicos de una misión antártica, sino un pequeño y variopinto grupo de habitantes de la urbe: un jubilado con malas pulgas, un publicista hipster, un sin techo con problemas mentales, una pija, la dueña y el camarero del bar, un ama de casa ludópata y algunas otras personas más, todas ellas normales y corrientes, todas golpeadas por un suceso espantoso e inesperado.

Álex de la Iglesia es un cineasta con múltiples y variadas influencias, pero no un imitador o recolector de escenas ajenas. De ahí que su cine sea único e inimitable. En esta ocasión, uno podría rastrear en la inspiración de El bar los episodios de series clásicas de suspense, como Alfred Hitchcock presenta o The Twilight Zone, pero más justo sería recordar al especialista patrio en estas lides catódicas, Narciso Ibáñez Serrador, cuya obra siempre ha sido un condimento importante en el sabor de la filmografía del director de La comunidad.

El suspense, el humor negro, la acción violenta, las interpretaciones bigger than life, la simbología esotérica, el centro de Madrid y la desvergüenza más sana (en esta película las referencias cultas a las diversas concepciones de inframundo dan paso a chistes sobre los aperitivos Chaskis de Facundo) son elementos que vuelven a estar presentes en esta película del director vasco.

Álex de la Iglesia es un genuino autor que prefiere pasarse a quedarse corto, que abraza el exceso sin miedo, y que realiza un cine al que, “académicamente”, podríamos considerar como irregular, pero totalmente necesario frente un panorama de cineastas grises y clónicos, quizá más “correctos”, pero… ¿hablamos de ingeniería o de arte?

El realizador, en compañía de Jorge Guerricaechevarría (portador actual de la antorcha que en su momento llevó Rafael Azcona), elabora un guión que ni condena ni celebra la imperfección humana (uno de los personajes dice algo así como “Todos somos ratas”), sino que la asume con amargo humor.

Mientras que algunos de los protagonistas admiten que todos tenemos nuestros pecados y nuestros vicios, otros se sorprenden a sí mismos al actuar de manera mezquina ante el peligro y la presión. “No sé qué me ha pasado ‒dice uno de ellos‒. Yo no soy así». Y sí, todos somos así.

Los excelentes créditos iniciales muestran un panorama de microorganismos y virus, “bichos” que forman parte importante de la narración, pero que también sirven como retrato de los propios personajes y, por extensión, de toda la humanidad.

Como de costumbre, Álex de la Iglesia saca provecho al buen hacer de un puñado de excelentes veteranos (Terele PávezJoaquín Climent o una espectacular Carmen Machi, la mejor interpretación de la película) y da la oportunidad de lucirse a intérpretes más jóvenes (Blanca Suárez como personaje-guía dentro de un film coral, un voluntarioso Mario Casas que, por desgracia, no logra quitarse su deje “cani” y un terrorífico Jaime Ordoñez, librándose al fin de su personaje recurrente “señor que habla deprisa”).

El bar nos habla de los temores y horrores del mundo contemporáneo: el terrorismo, las pandemias, la manipulación de los medios, los hipsters… Pero al final trata sobre la pequeñez e imperfección del ser humano. Un tema clásico, eterno y muy posiblemente insuperable.

Tratamiento de la película (por Álex de la Iglesia)

Encerrados

Uno de los temas recurrentes que me preocupan cinematográficamente es el encierro: personajes atrapados en un decorado. En La Comunidad, en 800 Balas, en Las Brujas de Zugarramurdi (los personajes huyen de un encierro y caen en otro) y, por último, en Mi Gran Noche, la acción transcurre en espacios únicos, claustrofóbicos, de los que los protagonistas no pueden escapar.

Antecedentes

No se trata, precisamente de un entorno inusual en el ámbito narrativo. Desde Ford, con El DoradoCarpenter en Asalto a la comisaría del distrito 13Buñuel, con El Ángel Exterminador, hasta Mercero, con La Cabina, el cine ha encontrado una de sus armas de comunicación más poderosas en el encierro, buscando el modo de expresar visualmente emociones que expliquen el comportamiento humano.

Por qué nos interesa

Esa, y no otra, es en realidad la razón de su efectividad. La vida es un encierro inexplicable del que no encontramos salida. Una serie de circunstancias erróneas, o aún peor, casuales, nos llevan a vivir una vida que no parece la nuestras, la que deseábamos, y cuando encontramos una puerta que nos saca de ella, siempre es demasiado tarde; hemos perdido la llave.

Si profundizamos, el encierro es más terrible. No se trata de nuestra vida, sino de nuestro yo. Estamos atrapados en nuestra propia conciencia, encarcelados por nuestros deseos, anhelos, odios y amores. No podemos salir de nuestra cabeza, ni ver las cosas más que a través de nuestros ojos. El infierno es reconocer que sólo podemos pensar con nuestro defectuoso cerebro, ese que filtra la realidad a su antojo, si es que existe algo más allá de nuestra percepción de las cosas.

La solución es racional

En nuestra película, las razones que les detienen en su encierro son de una lógica aplastante: el gobierno ha decidido sacrificarles para evitar un mal mayor. ¿Quién les retiene? ¿Un asesino? ¿La policía? No, la enfermedad de un desconocido, la muerte roja que, como en un cuento de Poe, se ha colado sin ser visto en su castillo de normalidad aparente. Sin embargo, en último término, no es ésta la circunstancia que les mantiene atrapados. No es la peste, o el ébola, lo que les termina matando. Hay algo más.

Una vez superada la prueba de la realidad, una vez que encuentran las respuestas a la situación que les oprime, deben salir de ese segundo encierro, el más preocupante, el verdaderamente angustioso. Siguen encerrados en un nivel más profundo. Han llegado por fin a las alcantarillas del problema. Es la soberbia, la codicia, el secreto deseo de querer ser inmortales, lo que finalmente les destruye. Luchan contra ellos mismos, porque ellos son el problema.

Conclusiones

La llave, por tanto, no se encuentra en la solución del misterio del encierro, sino en conseguir salir de su prisión interior. Sólo Elena, la protagonista, llega hasta ahí superando sus propias contradicciones. La muerte, sin embargo, es insuperable. Forma parte de nosotros. No es algo exterior que se nos impone. El dolor, la violencia, no son pruebas que tenemos que vencer, sino comportamientos que nos definen y que necesitamos asumir. Elena lo entiende y por ellos consigue derrotar a la muerte. Asiste impasible a la propagación imparable de la enfermedad, porque ya no le asusta, la comprende. Elena pierde el miedo, ya no está encerrada.

Comedia negra

Abundando en ello, podríamos decir que el humor se amplifica si el chiste es difícil de asumir, cuando nos reímos de algo de lo que, habitualmente no nos reímos. El humor es serio, igual lo único verdaderamente serio, después del dolor y la muerte. No sólo funciona como mecanismo de defensa, sino como un arma poderosísima. Gracias a la risa colocamos al espectador bajo un punto de vista excéntrico. Éste nos permite ver las cosas con distancia, única manera de entenderlas en su totalidad. Es así como el humor se convierte en un método de conocimiento válido para el mundo que nos ha tocado vivir.

Estilo

Este tema no se puede, a mi entender, tratarse desde otro punto de vista que no sea el de la tragedia grotesca, el esperpento, o por llamarlo de otra manera, la comedia. Estamos hablando de un thriller, no de una pantomima.

Últimas intenciones

Hoy más que nunca tenemos miedo al dolor y a la muerte. No hablamos de ello ni con nuestros hijos, porque ya no tenemos respuestas. No lo entendemos y, sobre todo, no queremos pensar en ello. Eso genera una angustia insoportable que, tarde o temprano se hace presente, como una explosión de violencia incontrolada en el mejor de los casos, o como una amarga presencia constante en nuestra mente, en el peor de ellos.

Si conseguimos resolver esa amargura acompañando al espectador de la mano, contándole la historia de unos personajes que sufren una situación imposible en un mundo de ficción, quizá entienda que su amargura no es necesaria, que puede ser al menos endulzada con eso que llena nuestros fines de semana, ese entretenimiento frívolo e insustancial que se llama cine.

Sinopsis

La barra de un bar un día cualquiera a media mañana. Clientes de toda la vida y desconocidos compartiendo churros, porras y mixtos bajo la dirección implacable de Amparo, la dueña del bar. Un hipster bucea en su portátil mientras Trini va dejando caer, una a una, todas las monedas del dinero de la compra en la máquina tragaperras. Los oficinistas comentan con el barrendero como va la mañana y todos a su vez aguantan las gracias de Israel, el vagabundo alcohólico que desayuna cada día en el bar gracias a la generosidad de la dueña del local. Mientras tanto Satur, el camarero que lleva trabajando allí mas tiempo que la máquina del café, se alegra la vista con la llegada de Elena, una joven que acude a una cita y ha tenido que hacer escala en el bar para recargar su teléfono.

La vida transcurre con normalidad hasta que uno de los oficinistas presentes sale del local y recibe un disparo en medio de la plaza desierta. El estupor se apodera de la concurrencia y solo el barrendero se decide a salir para socorrer al caído, recibiendo también él un disparo de inmediato.

Todos tratan de encontrar una explicación al hecho de que nadie en el exterior acuda a socorrer a los hombres caídos: Puede tratarse de un loco disparando desde el tejado.

La plaza permanece extrañamente vacía y sus teléfonos no tienen cobertura. En medio de la confusión, descubren que alguien ha retirado los cuerpos de la plaza sin que ellos lo hayan advertido. A partir de ese momento las especulaciones se desatan, pero pronto una idea parece abrirse paso con fuerza: ¿Y si el peligro está dentro ?, ¿Y si los disparos tratan de evitar que alguien salga del local y ponga en peligro a los que están fuera?.

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

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Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).

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