Aunque Alejandro Jodorowsky sólo ha hecho siete películas a lo largo de 45 años, es muy popular entre los aficionados a las rarezas cinematográficas. En la década de los setenta, se convirtió en una celebridad del mundo underground. Una verdadera superestrella de la contracultura artística internacional.
Luego le fue imposible hacer películas acordes con sus extravagantes ambiciones: antes de que David Lynch rodara su versión de Dune, él no pudo filmar la suya, como refleja un documental exhibido en la Quincena de Realizadores de Cannes. A partir de entonces, Jodorowsky se dedicó durante muchos años a la literatura, el cómic y la enseñanza del tarot, antes de regresar a la dirección con La danza de la realidad.
Jodorowsky es un cineasta visionario, una categoría de realizador que estuvo de moda en la era de la psicodelia, caracterizada por una novedosa tolerancia en cuestiones como el sexo y la violencia. Esto le llevó a ser comparado con Kubrick o Fellini, y también con muchos maestros menores, hoy olvidados.
Jodorowsky siempre ha encontrado a sí mismo entre esos dos cineastas. Los fans del rock o de la ciencia ficción le adoran por su fértil fantasía y la potencia de su imaginario, pero no es tomado en serio por los guardianes del templo del cine, que le consideran un vaquero encantador que se pasó con los hongos mágicos.
Sin embargo, Jodorowsky es un cineasta increíble, y cada uno de sus films sigue una senda de aventuras, visiones y experiencias, cada vez más delirantes, aterradoras y peligrosas, que permite comparar su obra con la de Dario Argento y Werner Herzog.
Por primera vez, con La danza de la realidad, realizas una película a partir de material explícitamente autobiográfico. Sin embargo, has escrito un guión fantástico y onírico, como si estuvieras soñando tu infancia en un pobre pueblo chileno, y como si con ello quisieras mostrar las claves que nos permitirán interpretar mejor tu vida y tu obra. ¿Qué significa esta película en ese retorno a tus raíces, veintitrés años después de tu último rodaje?
Para mí, esta película es una bomba atómica mental. He escrito libros y asimismo he inventado una terapia llamada psicomagia, que implica determinadas acciones para sanar problemas psicológicos relacionados con la familia.
En este sentido, La danza de la realidad no solo es un film, sino también una suerte de sanación familiar, dado que tres de mis hijos actúan en él.
Regreso al origen de mi niñez, al mismo lugar en el que crecí, con el propósito de reinventarme. Se trata de una reconstrucción que parte de la realidad, pero que no me permite cambiar el pasado. Filmamos la película en Tocopilla, el lugar en el que crecí, que no ha cambiado en los últimos ochenta años. Rodamos en la misma calle donde estaba la tienda de mis padres. Era la única tienda que se había incendiado en esa calle, y yo la reconstruí para el rodaje. Retocamos algunas cosas; pintamos la sala de cine y reparamos el asfaltado de la carretera.
Cuando era un niño, la gente me rechazaba por mi apariencia física: mi piel era pálida y tenía una nariz prominente, así que me llamaban Pinocho. Yo era hijo de inmigrantes rusos de origen judío, en mitad de un territorio arrebatado a Bolivia y poblado por amerindios. Eso me convertía en un mutante a ojos de los lugareños.
No tenía amigos y pasé la niñez encerrado en la biblioteca, con mis libros. En la película, muestro cómo los otros niños se burlaban de mí por estar circuncidado. Sin embargo, a través de esta película, y gracias a las mejoras que hemos hecho en la ciudad, me he convertido en un salvador, y al final, en el hijo predilecto de Tocopilla. Incluso me concedieron un diploma honorífico. Ahora soy el héroe que llegó a través de un filtro mágico para salvar a la gente, y ese filtro es el cine.
Se trata de un área muy pobre y aislada. ¿Cómo te sentiste al regresar a tu ciudad natal?
Fue como un sueño. Todo está envenenado con la contaminación de las factorías y de las minas. Nos pusimos un poco enfermos, y además no había hotel donde alojarnos. Encontré el lugar exactamente igual a como lo había dejado.
Como se ve en la película, mi pelo había crecido y fui a cortármelo en la misma barbería que visitaba en mi niñez. Yo fui a la escuela con el hijo del barbero, que ahora es quien corta el pelo al niño protagonista en la película.
A mi modo de ver, el arte debe ser más que arte. Uno debe crear algo que sea más que un espectáculo destinado a divertir o inspirar admiración.
Tus anteriores películas implicaban experiencias que iban más allá de lo cinematográfico. Santa sangre era una violenta forma de terapia en la que dirigías a tus propios hijos.
Eso fue así porque el productor, Claudio Argento, quería una película de terror con un asesino en serie. Y eso es lo que hice, pero a mi manera.
Cuando rodé El Topo, quería hacer un western para conectar con la audiencia de Estados Unidos, porque ellos no habían comprendido mi primera película, Fando y Lis.
Al preparar La danza de la realidad tuve la enorme fortuna de descubrir a un joven, Xavier Guerrero, que me dijo que íbamos a solicitar subvenciones del gobierno chileno, y de ese modo, las cosas comenzaron a funcionar muy rápido. Al final, el gobierno no nos dio nada, pero conseguimos poner en marcha el proyecto con poco dinero y con algo de mis ahorros.
Coincidí con Michel Seydoux gracias al documental que se rodó sobre Dune. Hacía mucho que no nos veíamos. Pensé que me odiaba porque no habíamos logrado rodar Dune, así que no quería hablarle. Yo era demasiado orgulloso en ese aspecto.
Sin embargo, al final descubrimos que seguíamos siendo amigos y que los dos habíamos sufrido por no haber rodado Dune. Así pues, se me ocurrió la idea de comentarle este nuevo proyecto. Me preguntó qué necesitaba, y yo le respondí: “Quiero entre uno y dos millones de dólares para hacer una película sobre la que no voy a contarte nada. Solo quiero que me dejes solo, que confíes en mí, y yo te mostraré la película cuando la tenga terminada».
Me dijo inmediatamente que sí.
Nunca lloro, pero encontré su respuesta tan conmovedora que tuve que marcharme antes de que se me saltaran las lágrimas. Lo considero un milagro, porque al final, me fue posible rodar la película como yo quería, en total libertad.
Describes a tus padres como unos personajes excéntricos. Tu padre, interpretado por tu hijo Brontis Jodorowsky, viste como Stalin, y tu madre solo se comunica por medio de canciones. ¿Cuánto hay de realidad y de invención en todo ello?
¡He de decirte que interpretar a mi padre ha cambiado la vida de mi hijo! Todo es verdad, o casi. Mi padre era comunista y siempre vestía como Stalin.
La película es una adaptación de mi novela autobiográfica La danza de la realidad. Escribí otro libro, El Niño del Jueves Negro, en el que me imagino que mi padre iba a matar a Carlos Ibáñez del Campo [presidente de Chile entre 1927 y 1931, y desde 1952 a 1958]. Esa parte era una fantasía. Quería hacerlo pero nunca llevó adelante su plan.
Mi madre quería ser cantante, pero nunca lo consiguió. En la película, hago realidad los sueños de mis padres, y cumplo mi propio sueño de unirlos de nuevo para crear una familia.
Tu universo visual es muy barroco y delirante, pero como realizador eres sobrio, directo y casi teatral. Esa manera de fijar los planos quizá procede de tu experiencia en el mundo del cómic.
Le dije a mi director de fotografía, Jean-Marie Dreujou, que quería un estilo que fuera más clínico que estético. Deseaba que la belleza partiera del contenido, no de la forma. Por eso mismo, decidimos eliminar la forma, para que nada se interpusiera entre la cámara y lo que estábamos filmando, y para evitar movimientos innecesarios. Me desprendí asimismo de todo el equipo y de la parafernalia que suele estorbar en las tomas, limitándome a un operador con una Steadicam. Una vez terminada la película, retoqué los colores empleando tecnología digital.
Este filme representa una proeza técnica porque fue hecho de un modo muy original. Eliminé una estética para crear otra. Me limité a lo esencial. El montaje y las tomas deben mucho a los cómics. La película avanza como un río.
En La danza de la realidad, retornas a un folklore asociado con tu cine: el mundo del circo, de los mendigos discapacitados, etc. ¿Formaba todo eso parte de tu vida cotidiana cuando eras niño?
Por supuesto. Los discapacitados estaban allí cuando era niño, y los recuperé para la película. El pueblo estaba lleno de hombres que habían sufrido mutilaciones por culpa de accidentes mineros y de explosiones fallidas. Lisiados e incapaces de trabajar, eran arrojados a la calle como perros. Solían emborracharse con alcohol de quemar.
Gracias a La danza de la realidad, comprendemos que la imaginería y los extraños personajes que aparecen en tus películas no provienen de tus referencias culturales o cinematográficas, sino de tu propia existencia.
Mi madre era una mujer de pechos grandes, así que busqué una actriz con un busto prominente. Cuando uno muestra una mujer exuberante, se piensa en Fellini; cuando aparece un enano, piensas en Buñuel; si aparece un fenómeno de feria, piensas en Tod Browning. Pero, de hecho, esa era mi vida en el pueblo. Todos los elementos de mi niñez están ahí.
En la actualidad, muchos directores manifiestan admiración por tus películas: realizadores como Nicolas Winding Refn, Gaspar Noé y Rob Zombie…
Eso es un placer y también un bálsamo para mis heridas. Me siento como un radiador lleno de rasguños. Mi vida como director no ha sido siempre fácil. En México quisieron lincharme tras el estreno de mi primera película, Fando y Lis. He sido víctima de insultos y de persecución. Tardaron treinta años en reconocer los méritos de La montaña sagrada. He esperado mucho para poder rodar mis películas y siempre me he negado a hacer cine comercial.
El Topo fue un éxito en el circuito contracultural de Nueva York, y esa fue una etapa muy feliz para mí, pero de ahí en adelante, todo fue complicándose. Sin embargo, nunca he dejado de imaginarme películas que luego no pude rodar. Hay centenares en mi cabeza. Espero que La danza de la realidad sea el comienzo de un nuevo ciclo: un renacimiento de mi cine, que siempre ha sido una lucha contra la industria.
Olivier Père realizó esta entrevista el 3 de mayo de 2013 en París.
Copyright de texto (Olivier Père) e imágenes (Pascale Montandon-Jodorowsky) © Michel Seydoux, Pathé International, Camera One. Cortesía de Le Public Système Cinéma. Traducción de Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.