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«Al final de la mañana», de Michael Frayn

Frayn vuelve a ser traducido a nuestro idioma. Lo que parece una cuestión anecdótica, sólo relevante para los especialistas en literatura inglesa, responde, en realidad, a un golpe de suerte. Porque, a estas alturas, sólo la fortuna explica que volvamos a disfrutar ‒en una impecable versión de Olalla García‒ de uno de los escritores más notables del panorama británico.

De no haber existido Michael Frayn, es posible que el público británico no conociera ciertas interiodidades del pasado reciente a través del teatro. Por ejemplo, el encuentro entre Niels Bohr y Werner Heisenberg en tiempo de guerra (Copenhague, 1998), la relación del canciller alemán Willy Brandt con su asistente, el espía de la Stasi Günter Guillaume (Democracy, 2003), o la exuberante vida del gran director escénico Max Reinhardt (Afterlife, 2008).

Esas tres piezas teatrales bastarían para consagrar a cualquier dramaturgo. Pero es que, además de un fabuloso escritor escénico, Frayn es un magnífico articulista, nos ha dejado textos filosóficos, y redondeando su carrera literaria, también es autor de excelentes novelas.

Descubrí a Frayn después de que José María Pou me recomendase la lectura del libreto de Copenhague. No obstante, el libro que me convirtió en su seguidor fue la divertidísima novela La trampa maestra (Headlong, 1999). Ahora, gracias a la editorial Impedimenta, ya podemos leer en español otra novela igual de placentera, Al final de la mañana (1967), en este caso ambientada en el microcosmos periodístico de Fleet Street. Por si no lo saben, esta fue la calle de Londres donde prosperaron los periódicos más importantes de Inglaterra, desde 1702, año en que se fundó The Daily Courant, hasta los ochenta, la década en la que los medios buscaron acomodo en otros rincones de la capital (Échenle la culpa de esto último a Rupert Murdoch).

Evelyn Waugh captó el dinámico ambiente de Fleet Street ‒la «calle de la verguenza»‒ en ¡Noticia bomba! (1938), un libro que, a su modo, forma una pareja perfecta con la novela de Frayn, otra sátira repleta de hallazgos.

John Dyson, el protagonista de Al final de la mañana, personifica a un tipo de periodista propio de aquel tiempo: inmerso en en esas tareas rutinarias que servían para rellenar los periódicos con contenidos triviales o de escasa entidad.

Dicen que Frayn volcó en estas páginas su experiencia en la redacción de The Observer entre 1962 y 1968. No sé hasta qué punto es cierto, pero puedo asegurarles que la ambientación es muy veraz. Uno se siente parte de esa redacción que oscila entre el esfuerzo inútil y el tedio ‒y entre la máquina de escribir y la mesa del pub más cercano‒, repleta de personalidades pintorescas, muy representativa de la paulatina decadencia del periodismo escrito frente a medios emergentes como la radio y la televisión.

Como buen dramaturgo, Frayn se luce en los diálogos: ocurrentes, graciosos, llenos de ingenio. En todo caso, el libro se disfruta de principio a fin, tanto por su inteligencia como por esa permanente agudeza que es el sello de su autor.

Sinopsis

Una comedia exuberante, en la cumbre del mejor humor británico. Un clásico moderno sobre el periodismo de la vieja escuela, la vulgaridad y la insatisfacción de la clase media, dotado de un elenco de personajes memorables.

John Dyson trabaja en un periódico londinense que parece estar sumido en el letargo y en el que los periodistas se aburren soberanamente, alternando largas visitas al pub con siestas que se prolongan durante toda la tarde. Editor de medio pelo (su sección se compone de columnas sobre el campo y reflexiones religiosas, además de crucigramas), casado con un ama de casa resignada, padre de dos hijos raros y vecino de un suburbio decadente, sueña con alcanzar la fama y la vida burguesa. Tiene la impresión de que su carrera está paralizada y se pasa el día compartiendo sus penas con Bob, su subordinado, un joven que no sabe muy bien cómo enfrentarse a sus propios problemas. Hasta que un buen día se le presenta su gran oportunidad: va a asistir a un programa de la BBC para participar en un debate sobre el conflicto racial.

Michael Frayn (Londres, 1933) nació en Londres en 1933. Novelista y dramaturgo, es uno de los pocos escritores alabados por crítica y público tanto en un género literario como en el otro. Ha traducido obras de autores rusos, como Tolstói, y se le considera el mejor traductor de Chéjov al inglés.

Pasó toda su infancia en el condado de Surrey, y posteriormente hizo el servicio militar durante dos años, a lo largo de los cuales aprendió a hablar ruso. Más tarde iniciaría estudios de Filosofía en el Emmanuel College de Cambridge. Empezó su carrera periodística en The Guardian, pasando después a The Observer, donde trabajó hasta 1968. En ambas cabeceras pronto destacaría por su afilada pluma satírica. Es autor de más de una quincena de obras teatrales, entre las que destacan títulos como Qué desastre de función (Premio London Evening Standard, elegida por los británicos como una de sus tres obras favoritas de todos los tiempos) y Copenhague (ganadora del Premio Tony a la Mejor Obra en el año 2000).

Frayn se sirve de la comedia para explorar todo tipo de ideas filosóficas y conflictos familiares y sociales. Algunas de sus novelas más conocidas, además de Al final de la mañana (1967), son The Tin Men (1965, ganadora del Premio Somerset Maugham), The Russian Interpreter (1966, ganadora del Premio Hawthornden), Una vida muy privada (1968), La trampa maestra (1999, finalista del Premio Booker) y Juego de espías (2002, ganadora del Premio Whitbread de novela). En 1993 contrajo matrimonio con la biógrafa, editora y periodista Claire Tomalin.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.