Amazing Stories fue la primera revista pulp especializada en ciencia-ficción y punto de arranque de la etapa moderna del género. Fundada por el emprendedor Hugo Gernsback en 1926, en 1938 fue adquirida por la compañía Ziff Davis, que puso en el cargo de editor a Raymond Palmer, un jorobado de estatura diminuta.
Como veremos en otro artículo, no tardaron en aparecer publicaciones similares, la más brillante de las cuales fue Astounding Science Fiction, dirigida por John W. Campbell y cuna de lo que se daría en llamar Edad Dorada de la ciencia-ficción. Esta última publicación demostró ser más selectiva en cuanto al material que aceptaba y pronto se convirtió en un referente de la ciencia-ficción más compleja, poniendo un énfasis especial en lo que de humano se escondía tras la ciencia.
Por el contrario, Amazing Stories se deslizó claramente hacia historias más sencillas y populares, rebosantes de acción y sexo poco enmascarado, orientación que hallaba claro reflejo en las ilustraciones de sus portadas. Esta es una de las razones por las que, en general, el material de Amazing… no ha sobrevivido bien al paso del tiempo. No obstante, fue en sus páginas donde nació un personaje que consiguió capear mejor que el resto la erosión de los años, uno de los primeros y más influyentes robots de la ciencia-ficción: Adam Link.
Los relatos de robots más famosos de la literatura fueron los escritos por Isaac Asimov a lo largo de bastantes años y publicados como recopilatorios diversos y un puñado de novelas. Pero la inspiración de Asimov, según sus propias declaraciones, fue Adam Link: «Dos meses después de leerlo, comencé Robbie, sobre un simpático robot que fue el comienzo de mi serie de robots positrónicos». Once años después, cuando nueve de sus historias de robots fueron recopiladas en un volumen, el editor desoyó los deseos de Asimov (que propuso como título Mente y hierro) y tituló aquel libro Yo, robot. Aunque por lo visto ese editor no lo sabía, ese título ya había sido utilizado para la primera aventura de Adam Link, publicada en 1939.
Adam Link fue un pionero dentro de los robots inteligentes de la ciencia-ficción. Sofisticada máquina autoconsciente construida a imagen y semejanza del hombre, fue protagonista de diez historias cortas escritas por los hermanos Earl y OttoBinder, que firmaban conjuntamente bajo el seudónimo Eando Binder. Aquellas narraciones fueron publicadas por la revista Amazing Stories entre 1939 y 1942.
En la primera de ellas, Yo, robot, Adam Link se nos presentaba como creación del doctor Charles Link. Se trataba de un androide dotado de un avanzado cerebro con células de iridio (precedente del cerebro positrónico de los robots de Asimov) que le otorgaba inteligencia artificial. Durante seis meses, el sabio mantiene su existencia en secreto, educándolo con el fin de presentarlo en sociedad y conseguir para él la ciudadanía norteamericana. Pero el día antes de revelar su existencia al mundo, el doctor Link muere en un accidente y Adam, todavía sin entender muy bien lo que ocurre, es acusado por el ama de llaves de asesinato. Allá donde va, su grotesca forma despierta temor y desconfianza. Rescata a una niña que se está ahogando sin prever que su fuerte mano metálica le hará daño y que será tachado de monstruo asesino de niños. Acosado por multitudes enfurecidas, entristecido por el rechazo de que es objeto, decide desconectarse.
El paralelismo con Frankenstein de Mary Shelley (libro que el propio robot acaba encontrando y con el que se siente identificado) parece claro. Sin embargo, las diferencias son notables. La criatura es igualmente artificial en ambos casos, pero mientras que la de Shelley era producto de la biología, Adam Link es un hijo de la mecánica. También los dos son víctimas de los prejuicios y el miedo a lo diferente propios de los humanos aunque hay que admitir que no faltaban razones para la inquietud: Link tiene cámaras en lugar de ojos y micrófonos en vez de orejas; y aunque posee la sensibilidad emocional de un humano, su tremenda fuerza a menudo provoca accidentes que asustan a la gente. Al fin y al cabo, este robot pertenece a la generación anterior a las Tres Leyes de la Robótica de Asimov y era perfectamente capaz de matar si se sentía amenazado o si lo consideraba necesario por la razón que fuere.
La diferencia entre la criatura de Shelley y la de los Binder residía en su reacción a la hostilidad de la que eran blanco. Los padres de Link pensaban que era una estupidez que una creación se volviera contra su hacedor o, por extensión, contra toda la humanidad, especialmente si tenía alma. Por eso rechazaron convertir a su robot en un Frankenstein consumido por el odio y el deseo de venganza. Cuando Link cuenta su vida, lo hace sin resentimiento, negándose siempre a devolver el golpe. Esta interpretación del robot como una figura trágica digna de compasión e incluso de emulación por su fuerza de voluntad y espíritu generoso, fue muy inusual en un panorama en el que estos ingenios se presentaban como máquinas asesinas o simples compañeros del protagonista con una vena cómica. Fue quizá el primer robot humanoide cuya personalidad era indistinguible de la humana.
Por desgracia, la historia de Adam Link no se detuvo donde debía. Earl abandonó la labor creativa para dedicarse a la representación literaria y Otto se encargó de sumergir al robot en aventuras cada vez más absurdas con títulos como Adam Link campeón deportivo, Adam Link robot detective o Adam Link salva al mundo. Tras limpiar su nombre, el androide se embarca en una serie de aventuras en las que intenta demostrar su condición humana. Se hace consultor empresarial amasando una considerable fortuna que utiliza para la renovación de barrios marginales; construye una versión femenina de sí mismo a la que bautiza (naturalmente) Eva, que recibirá adiestramiento en los quehaceres propios de su género de la mano de la secretaria personal de Adam; le traiciona un amigo que lo manipula para robar bancos; se convierte en detective para descubrir quien culpó a Eva por asesinatos que no cometió; lleva a cabo una serie de hazañas atléticas y lucha en defensa de la raza humana contra extraterrestres.
La alienación y angustia existencial que habían caracterizado la primera historia se transforman en una sucesión de situaciones bufas, niños robots, perros robots… muy en sintonía con la línea editorial que entonces defendía el editor de Amazing Stories . Veinte años más tarde encontraríamos de nuevo a Binder escribiendo varias historias de ciencia ficción de cierto interés para la EC Comics y exportando su modelo de familia de héroes a los cómics de Superman editados por DC, convirtiéndolo en un título tan absurdo e infantil –algunos prefieren calificarlo generosamente como kitsch– como el Adam Link crepuscular (esta etapa del Hombre de Acero acabaría cuando el editor Julius Schwartz contrató a una serie de guionistas competentes que abjuraron de la familia Superman).
En 1965 se publicó bajo el título Adam Link-Robot una recopilación en libro de todos aquellos relatos, reconfigurados como novela dividida en 22 capítulos y relatada en primera persona por el robot. Desde entonces no sólo ese volumen ha sido reeditado periódicamente, sino que el personaje visitó otros medios. En 1964 se rodaron las dos primeras historias como parte de la serie Outer Limits, recuperándolas treinta años más tarde (1995) en el revival del programa (por cierto que en ambas versiones participó Leonard Nimoy). EC Comics las adaptó para su colección Weird Science-Fantasy (nº 27 al 29) en 1955, con guiones del propio Binder y dibujos de Joe Orlando. Ese mismo equipo volvió a trasladar al robot a las viñetas entre 1965 y 1967 en ocho números de la revista Creepy.
A diferencia de la serie de los robots de Isaac Asimov, las aventuras de Adam Link y su compañera Eva no son historias que hoy me parezcan particularmente recomendables. Aunque resultaron bastante sofisticadas en su momento –al menos la primera historia, «Yo, robot»–, también quedaron demasiado vinculadas a su época y hoy, a diferencia de lo que ocurre con los auténticos clásicos, resultan antiguas. Son, sin embargo un episodio simpático –y también relevante– dentro de la historia de la ciencia-ficción que merece la pena reseñar.
Relatos
«I, Robot» (enero de 1939)
«The Trial of Adam Link, Robot» (julio de 1939)
«Adam Link in Business» (enero de 1940)
«Adam Link’s Vengeance» (febrero de 1940)
«Adam Link, Robot Detective» (mayo de 1940)
«Adam Link, Champion Athlete» (julio de 1940)
«Adam Link Fights a War» (diciembre de 1940)
«Adam Link in the Past» (febrero de 1941)
«Adam Link Faces a Revolt» (mayo de 1941)
«Adam Link Saves the World» (abril de 1942)
Copyright del texto © Manuel Rodríguez Yagüe. Sus artículos aparecieron previamente en Un universo de viñetas y en Un universo de ciencia-ficción, y se publican en Cualia.es con permiso del autor. Manuel también colabora en el podcast Los Retronautas. Reservados todos los derechos.