Blas Matamoro
Suele decirse que nada es tan antiguo –en el sentido de anticuado– como el periódico de ayer. Muchas páginas periodísticas que aún demandan nuestra lectura desde una lozana actualidad, desmienten el tópico.
Las crónicas de Heine, Gautier, Larra y hasta muchos de los ensayos breves de Ortega y Gasset, son textos que aceptan la relectura, indicio de su calidad clásica. Las cartas de viaje del argentino Sarmiento o el catalán Josep Pla figuran entre los ejemplos de mejor literatura en sus respectivas lenguas.
Sobre esto discurría a leer Estrategias de la palabra. Escritos bajo la dictadura (1976-1983) de Luis Gregorich (Eudeba, Buenos Aires, 1983), una colección de textos publicados en diarios, revistas especializadas en comunicación y hasta –paradójica y hasta patética circunstancia– en una revista de humor donde se razonaba sobre los asuntos más graves de la actualidad.
Desde luego, la lectura de este libro vale como una historia menuda de la Argentina en aquel periodo. Pero vale también por algo más que le acuerda un plus de vigencia: demostrar que la libertad, en este caso la libertad de expresión, no es algo que se recibe o se concede, sino algo que se ejerce.
En efecto, las condiciones de vida literaria bajo un régimen autoritario y terrorista de Estado son, según todos sabemos, extremadamente duras y restrictivas. Gregorich muestra en esta miscelánea cómo fue posible explorar zonas de libertad para ocuparlas y decir. Zonas de libertad del escritor significan asimismo zonas de libertad para el lector. En ese encuentro se salvó buena parte de la libertad intelectual argentina que actualmente pervive, aunque acechada por los dogmas del nacionalismo populista y la religión de la banalidad con sus liturgias contemporáneas. En fin: somos libres en la medida en que nos imaginamos libres y enderezamos nuestra vida cotidiana a partir de esa convicción. Habrá avenidas, callejones o meras veredas que recorrer pero siempre nuestros pasos sabrán hallarlos para insistir en la tarea de construir la historia a partir de la humana palabra.
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Guzmán Urrero
