En la Viena de la preguerra de 1914, la figura de Alexander Zemlinsky actúa como un puente entre la herencia y la revolución, personificada ésta en su alumno y pariente Arnold Schoenberg. Quizá sea su obra cancioneril, con un centenar de títulos, el escenario donde estas matizaciones se advierten con mayor claridad y alcanzan su mejor resolución. Espigar esta parte de su catálogo, en buena medida exhumado póstumo, entre su vida germánica y su exilio norteamericano, es una tarea ímproba y de interesantes alcances. La presente antología es una hábil producción que nos permite recorrer su historia estética con variados registros.
El joven Zemlinsky se formó a la sombra de Brahms, y así se advierte en las Siete canciones fechadas entre 1889 y 1890. Son páginas juveniles, brahmsianas de necesidad, que utilizan diversos textos de los poetas más cantados por entonces (Heine, Eichendorff, Hoffmann von Fallersleben), algunos ya tratados por anteriores maestros. En cambio, la apelación a Maeterlinck (Seis cantos del opus 13), tenida por lo mejor de su faena, nos lleva al mundo delicuescente y crepuscular del decadentismo y el simbolismo latinos. El piano, en cualquier caso, tiene un rol destacado, de parigual importancia al de la voz.
Otro mundo es el de los Cantos valseados que elaboran melodías populares toscanas de Ferdinand Gregorovius y son un curioso maridaje entre el ritmo ternario y bailable de la Europa Central con el populismo folclorizante que impone la poesía ingenua de los textos. Una síntesis de ambas tendencias –Brahms y las sugestiones wagnerianas al borde espinoso del expresionismo que en la canción consiguió Wolf, antecesor del joven Schoenberg– se advierte en las Cinco canciones compuestas entre 1895 y 1896, donde fluyen variadas fuentes, sin excluir el orientalismo del Soneto oriental sobre palabras de Grasberger y la teatralidad contenida en los poemas de Wertheimer. En cuanto a las dos pimpantes Canciones de cabaret (1901), basta el título para anunciarnos un desenfado suburbial y algo canalla, propio de los tabladillos cabareteros, que será el ote de un Kurt Weill. Un menú sabroso y variopinto al cuidado de dos especialistas en este mundo transicional, menos frecuentado que su merecimiento.
Disco recomendado: Alexander Von Zemlinsky (1871-1942): Canciones Hermine Haselböck, mezzo-soprano. Florian Henschel, piano / BRIDGE / Ref.: BRIDGE 9244 (1 CD)
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