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¿La historia? ¿Qué es eso?

Tras un cumplido examen sobre el Tercer Reich y un panorama utilísimo del siglo XIX europeo (La lucha por el poder), el historiador inglés Richard Evans ofrece Contrafactuales ¿Y si todo hubiera sido diferente? (traducción de Guillem Usandizaga, Turner, Madrid, 192 páginas). Es un texto de lectura fluida donde se tratan, por junto, problemas de epistemología y filosofía de la historia, y fantasías de pasados y futuros que pueden o pudieron ser históricos.

Lo contrafactual, es decir lo posible que no ocurrió, nos lleva a lo bipolar de lo inteligible histórico: la historia está escrita de antemano y ocurre con fatalidad o bien la historia no está escrita ni jamás lo estará porque el acontecer histórico es caótico, carece de sentido y está descompuesto en una multitud dispersa de hechos inconexos. Es decir que, en ambos extremos, la historia no es cosa humana sino obra de los dioses o los demonios. Pero como somos los humanos quienes la llevamos a cabo, la gozamos y la sufrimos, nos preocupa saber de qué se trata.

Lo contrafactual es, como bien explica Evans, lo nuclear del razonamiento histórico porque obliga a peguntarse si la historia que hemos vivido ha sido necesaria o contingente. Las filosofías deterministas de la historia, sean teológicas o profanas, idealistas o materialistas, economicistas o culturalistas, todas nos dicen que en la historia las cosas han ocurrido necesariamente como debían ocurrir.

Ahora bien: esta necesidad o necesariedad (perdón por el palabrón) admite importantes matices. Puede pensarse que todo está causalmente determinado de antemano o bien que existen posibilidades de las cuales una se cumple y las demás se anulan por ser necesariamente imposibles, valga la paradoja. Evans se pregunta: si se ha cumplido una de las posibilidades, las demás ¿eran realmente posibles o sólo aparentemente posibles? La respuesta es científicamente improbable, con lo cual, una vez más, cabe admitir que la historia no es una ciencia porque sólo son probables sus documentos, no su lectura. En efecto ¿qué es un hecho histórico? ¿Algo que ocurre naturalmente como la lluvia o la floración o un embarazo seguido de parto? Así discurrieron los maestros del positivismo y aplicaron a lo histórico los métodos de las ciencias naturales. Después se los ha criticado severamente y llegado a la conclusión de que los hechos históricos no nos vienen dados sino que los construimos a partir de intuiciones que se someten a la crítica racional.

Los contrafactualistas o partidarios de pensar la historia por hechos alternativos, a menudo se encuentran en figurillas para poner en práctica sus postulados. Un solo ejemplo: si Napoleón hubiera salido triunfante en lugar de vencido en Waterloo, la historia de Europa habría resultado distinta con tales y cuales consecuencias. Esto habría ocurrido y aquello, no, etcétera. El contrafactualista sustituye un hecho necesario por otro posible pero luego construye una cadena de consecuencias causadas, es decir que echa mano de la necesidad y no de la posibilidad.

Evans señala, en este punto, por un lado lo inestable que es ese objeto de estudio llamado pasado y, por otro, la alta cuota de ficción científica y fantasía narrativa que estas experiencias encierran. Además, qué carga ideológica transportan. Con la crisis de los llamados Grandes Relatos –marxismo, fascismo, racismo– lo contrafactual ha prosperado. Si, en efecto, en la historia no hay determinación –causalidad, no estricta fatalidad– entonces hay libertad y, como tal: liberalismo, neoliberalismo, libertarismo. En esto va incluido lo contrafactual de futuro, lo posible fantástico que habrá de ocurrir. Aquí los contrafactuales entran, a su vez, en crisis porque si no se puede profetizar el pasado mucho menos se puede profetizar el futuro.

En este enclave se sitúa el Tema de los temas, como sostiene Evans basándose en el siempre atendible maestro Huizinga. Podemos negar que la historia cumpla finalidades y, en ese sentido, que tenga algún sentido. Pero en la vida humana la finalidad es ineludible porque el animal humano es un bicho deseante y está (estamos) siempre diseñando planes, futuribles y futurables, es decir esbozando construcciones de sentido. Todos nuestros pasos, aunque dados al buen tuntún, trazan un camino. Basta volver la mirada sobre ellos para comprobarlo. Eran posibles y son necesarios. Cómo se razona esta historia es la tarea de la Historia.

Imagen de la cabecera: póster de la teleserie «The Man in the High Castle» (2015), inspirada en la novela de Philip K. Dick © Amazon Studios, Scott Free Productions, Headline Pictures.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")