Este interesante libro es el cuarto capítulo de las memorias de Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), y gracias a la magnífica introducción de su editor, Blas Matamoro, se convierte en un resumen accesible de las pasiones wagnerianas de su autor. Unas pasiones que el propio Chamberlain sintetiza en párrafos tan altisonantes como el que sigue: «Entre las mayores y más sagradas impresiones de mi vida figura mi primera visita a los Festivales de Bayreuth. Cada vez que he vuelto a ellos, la imagen de la primera ocasión vuelve a mí. En uno de estos casos se impone emplear potentes palabras como las siguientes: estuve en un estado de sentimiento seráficamente dichoso».
Chamberlain viste la música de Wagner con las galas del pangermanisno y la dota de un significado que, de forma inevitable, hoy remite al nazismo. Por una cuestión de fechas, el telón de fondo de este libro nos sitúa en un periodo anterior al Holocausto, aunque encontremos, encriptados en su médula, los ardores que contribuirían luego al incendio de Alemania y del resto de Europa.
Es muy fácil destacar los pecados de Chamberlain a la vista de las atrocidades que cometieron sus admiradores. Sin embargo, esas culpas estuvieron más repartidas de lo que parece, sobre todo en el contexto histórico del que formó parte. Al fin y al cabo, los prejuicios del autor eran frecuentes en su tiempo, y por desgracia, prosperaron más allá del entorno germano.
Por lo demás, este es un texto en el que se destila un wagnerismo cuyas consecuencias fueron más allá de lo estrictamente musical. No olvidemos que el victoriano y francófilo Chamberlain se casó en 1908 con Eva von Bülow, hija de Wagner, y que su nostalgia por el pasado mítico y glorioso de Inglaterra le llevó a renegar de las consecuencias de la Revolución Industrial (Otro idealista, Tolkien, compartió esto último en sus inicios). Al sentir que su patria se había desnaturalizado, el joven Chamberlain decidió hacer caso a su tutor prusiano, Otto Kuntze, y se aproximó a la cultura germana.
Recibió una formación irregular pero excepcional. Dominaba las ciencias y las letras, y hablaba varios idiomas. Por desgracia, es falso que la instrucción y los viajes frenen los ensueños románticos, y así nos encontramos con las sucesivas caídas del vanidoso Chamberlain, algunas de las cuales nos sirven para condenarlo en el juicio de la historia.
Frente a una Inglaterra y una Francia «degeneradas», descubrió que la música de Wagner revelaba una esencia nacional y metafísica mucho más grata para él. De ahí que lo encontremos tratando de ser el más alemán entre los propios alemanes.
Si pensamos en su antisemitismo, en su defensa del supremacismo teutón, en su hagiografía de Wagner, o en su fascinación por la mitología hindú y por los indoarios, el rastro de Chamberlain nos conducirá, de forma inexorable, a la ideología nacional socialista que él mismo abrazó.
A pesar de esa evidencia, Wagner y mi camino hacia Bayreuth se lee como un perfecto compendio de la religión wagneriana, y también como un breviario de quien encontró su hogar espiritual en Bayreuth. Sus páginas, nos recuerda Matamoro, «están concebidas como un itinerario iniciático del discípulo hacia el maestro, desde las penumbras del mundo hasta la luz del Sol. Es fácil advertir sus exageraciones, idealizaciones y mentirijillas. Pero estas tres categorías hacen a la verdad de nuestros deseos, es decir que, finalmente, máscara o maquillaje sobre el rostro, nos retratan. Además, documentan la potencia carismática de Wagner, el hecho de que su figura resultara fascinante aun para quienes conocían mal o ignoraban imperialmente su obra».
Sinopsis
Edición de Blas Matamoro
Richard Wagner y su música despertaron pasiones ya en vida del compositor, como fue el caso del escritor británico Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), para quien el creador de Parsifal fue «el Sol de su vida», fuente de inspiración poética e intelectual, así como Bayreuth y su teatro de la ópera –el Bayreuth Festspielhaus, donde cada año se representan las obras del genio– simbolizaba una verdadera patria del alma para alguien que se consideró siempre huérfano y apátrida. Nacionalizado alemán, escribió toda su obra en este idioma, y su libro más famoso, Los fundamentos del siglo XIX, publicado en Viena en 1899, fue un éxito de ventas en el mundo germánico, y traducido a varios idiomas –aunque sigue siendo muy desconocido en lengua española–. Ejemplo paradigmático de diletante, iniciado en múltiples saberes desde la filosofía kantiana a la ciencia darwiniana, precursor ideológico del nazismo y aquejado de un peculiar antisemitismo, reconocía en Shakespeare y Goethe sus maestros en el espíritu, y a Beethoven como su inspirador musical; pero fue Wagner, al que llegó a conocer efímeramente en su juventud, quien supuso para él un verdadero padre simbólico, extraordinario, luminoso y radiante como el Sol. Casado en 1908 con Eva von Bülow, la hija pequeña e ilegítima del maestro, llegó a convertirse en el conductor espiritual de la Villa Wahnfried, la casa del clan de los Wagner en la colina de Bayreuth en Baviera.
Dirigió la revista Bayreuther Blätter, y colaboró con entusiasmo en la hagiografía de Wagner.
Houston Stewart Chamberlain (1855-1927), filósofo británico, nacionalizado alemán, escribió ensayos sobre filosofía política, historia de la filosofía y ciencias naturales. Autor de varios ensayos, entre los que destaca Immanuel Kant. Die Persönlichkeit als Einführung in das Werk (1905), y unas memorias, Lebenswege meines Denkens (1919), su libro más conocido es Die Grundlagen des neunzehnten Jahrhunderts (Los fundamentos del siglo XIX), publicado en 1899 en dos volúmenes.
Teórico del pangermanismo y precursor ideológico del nazismo, su antisemitismo se recrudeció tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Adolf Hitler, al que conoció en persona en 1923 en Bayreuth y que se volvió asiduo visitante y mentor del Festival de Bayreuth, se inspiró en las ideas antisemitas de sus ensayos. Chamberlain murió el 9 de enero de 1927 y fue enterrado en el cementerio de Bayreuth en presencia de Adolf Hitler.
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