Con bastante tiempo de retraso –comprensible a tenor de su modesto taquillaje en Estados Unidos– llega a las pantallas españolas The Collector (2009), una tosca pieza a caballo entre el slasher y el torture porn que parece situarse tras la estela de la finiquitada saga de Saw. No en vano ha sido escrita al alimón por los guionistas habituales de la serie cinematográfica desde la cuarta entrega hasta la conclusión en 3D, Marcus Dunstan y Patrick Melton, el primero de los cuales ha decidido además ponerse al frente de la dirección.
The Collector se recrea en las destrezas de un extravagante psicópata cuyo máximo afán es coleccionar personas, una suerte de cruce entre un Jigsaw aparentemente privado de afán moralista y un mañoso McGiver, a juzgar por su habilidad a la hora de confeccionar trampas caseras con las que atrapar o liquidar a sus víctimas. Tocado con un pasamontañas de cuero, el Coleccionista (Juan Fernández) se introduce en las casas ajenas teniendo como únicos propósitos la tortura y la muerte.
Efectuando una leve variación del tema del «cazador cazado» –o, mejor dicho, del ladrón cazado–, la película toma como protagonista a Arkin (Josh Stewart), un chapuzas diurno y desvalijador de cajas fuertes nocturno que planea allanar el hogar de sus últimos contratadores para hacerse con un valiosísimo rubí. Lo que no imagina es que la noche que va a dar el golpe en la casa de los Chase, a los que cree de vacaciones, ha sido la escogida por este perturbado asesino en serie para otros fines sensiblemente más macabros y enfermizos.
Producto de terror de consumo rápido destinado a seguidores acérrimos del torture porn sin mayores pretensiones, The Collector exhibe sus pretensiones de continuidad desde los primeros minutos de metraje. Construida a partir de las pulsiones de un psicópata tan icónico como despiadado –las víctimas, como suele ser habitual en estos casos, no son más que carnaza dispuesta a ser troceada–, el filme se cuida mucho de enseñar todas sus cartas, al menos en lo que respecta a su personaje estrella. Y es que poco o nada sabremos acerca de las motivaciones del Coleccionista o del porqué de sus rituales y de sus filias –las arañas, los baúles rojos–: para eso están las secuelas. Habrá que ver qué nos desvela The Collection, que por lo pronto se encuentra en fase de post-producción.
Claro que retratar al asesino como una encarnación pura del mal totalmente despojada de humanidad –un depredador ¿nato?, al que incluso le brillan los ojos en la oscuridad– con dotes sobrehumanas también tiene otras ventajas; menos tiempo perdido en profundidad psicológica y más metraje invertido en destripamientos y mutilaciones.
Desafortunadamente, The Collector no adolece únicamente de debilidad argumental, un defecto por otra parte perfectamente asumible en producciones de este cariz. El abuso de efectos de sonido y de insertos videocliperos, cortesía de una potente pero sobredimensionada banda sonora compuesta por el ex batería de Nine Inch Nails Jerome Dillon –y que incluye temas de Depeche Mode, Bauhaus o Korn–, la (molesta) profusión de filtros de color y una realización y montaje poco lucidos parecen más propios de un episodio piloto frustrado que del comienzo de una nueva y excitante franquicia de terror. Tampoco juegan a su favor los momentos involuntariamente cómicos –los grotescos intentos del protagonista por salvar a las desdichadas víctimas del Coleccionista– que siembran una trama demasiado seria, que troca el humor grueso propio de las extravagancias gore por una atmósfera pretendidamente retorcida y malsana.
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