Parece que Hollywood ha encontrado un nuevo (viejo) filón en el folklore universal, que se ha desprendido del formato infantil made in Disney –aunque no por ello menos apasionante– para trasegar por senderos aparentemente más adultos.
En marzo y junio de 2012 aterrizaron en la cartelera española dos versiones del cuento de Blancanieves. Y no se trataba de dos filmes del montón, sino de dos megaproducciones repletas de estrellas. La primera de ellas, con Sean Bean como rey, Julia Roberts como su cruel consorte y Lily Collins como la sufrida princesa, constituye la nueva hazaña visual de Tarsem Singh. Fusión entre fantasía y comedia, Blancanieves (Mirror, Mirror, 2012) ofrece, en primera instancia, un apabullante ejercicio artístico en la línea del resto de la filmografía del realizador hindú, que en especial remite a ese hermoso cuento titulado El sueño de Alexandria (The Fall, 2006), ambientado a caballo entre los “felices” años veinte y la fértil imaginación de una niña.
Con un tono mucho más épico y oscuro se presentó la segunda versión. Blancanieves y la leyenda del cazador (Snow White and the Huntsman, Rupert Sanders, 2012) cuenta nada más y nada menos que con la bellísima Charlize Theron en la piel de la malvada madrastra y completa su reparto con dos rostros del momento, Kristen Stewart –la Bella de la saga Crepúspulo, de nuevo con pose virginal aunque bastante más combativa– y Chris Hemsworth, el flamante Thor de la ambiciosa aventura cinematográfica de la Marvel.
Por su parte la cinematografía española trató de enfrentarse al dominio hollywoodiense con la arriesgadísima Blancanieves (2012), un filme mudo y en blanco y negro dirigido por Pablo Berger y protagonizado por Maribel Verdú y Ángela Molina. Y no hace mucho se pospuso indefinidamente el rodaje The Orden of the Seven, otra variación del cuento de la muchacha blanca como la nieve en este caso producida por Disney. Una propuesta a todas luces extraña en la que la protagonista, encarnada por Saoirse Ronan, hubiera contado con la ayuda de siete monjes guerreros versados en las artes marciales.
Imagen superior: «Maléfica» (2014), de Robert Stromberg.
Cristalizada en la ya clásica y colorida estampa de Blancanieves, la Cenicienta o la Sirenita, abanderadas de una lista de bellas, tiernas pero también valientes “princesas” cuyas últimas representantes han sido Rapunzel y La Reina de las Nieves (Frozen), pareciera que durante largo tiempo el emporio creado por Walt Disney monopolizara la herencia de los hermanos Grimm, Perrault o Andersen en el campo de la fantasía animada. Hasta que, allá por 2001, llegó como un ciclón Shrek, ese ogro verde en el que DreamWorks tiró de mucho procesador y de no menos mala baba inaugurando una franquicia que, con sus más y sus menos, se dedicó en todo caso a renovar –y a veces a dinamitar por puro gamberrismo– el cuento de hadas en su faceta más almibarada y aleccionadora. Una combinación ganadora que la compañía siguió exprimiendo a pesar del aparente agotamiento de la franquicia, como demuestra El gato con botas (Puss in Boots, Chris Miller, 2011), un más que reseñable spin-off dedicado al popular minino al que pone voz Antonio Banderas.
Imagen superior: «Blancanieves y los siete enanitos» (1937), de William Cottrell y David Hand.
Claro que los cuentos de hadas, como productos del folklore, poseen no pocos recovecos oscuros y perturbadores. La misma Blancanieves y los siete enanitos, el primer largometraje animado de Disney estrenado a finales de 1937, echaba mano de un buen puñado de elementos de terror. Basta recordar a esa madrastra maquillada al modo de las vampiresas del mudo, empeñada en emponzoñar a su hija postiza a causa de uno de los males más persistentes de la humanidad: la envidia. Una mujer tan hermosa como desalmada que paradójicamente adquiría a través del disfraz (de horripilante vieja bruja) una imagen mucho más conforme con su abyecto interior.
Más de medio siglo después, Blancanieves: la verdadera historia (Snow White: A Tale of Terror, Michael Cohn, 1997) acentuaría los componentes siniestros al convertir el cuento en un producto genuino de terror, centrando el protagonismo en una poderosa Sigourney Weaver.
Otro caso reciente ha sido el de Caperucita Roja, esa tierna chiquilla devorada por un lobo a causa de su inconsciencia –atreverse a tontear con el sexo opuesto, como bien previene Perrault– que en 2011 fue trasladada a la gran pantalla. Producto romántico de terror adolescente dirigido por Catherine Hardwicke, la directora de Crepúsculo (Twilight, 2008), Caperucita Roja (¿A quién tienes miedo?) presenta a una protagonista mucho más crecidita, una joven casadera encarnada por Amanda Seyfried que se debate, como la heroína de las novelas de Stephenie Meyer, entre el amor de dos apuestos mocetones.
Imagen superior: «Caperucita Roja ¿A quién tienes miedo?» (2011), de Catherine Hardwicke.
Por supuesto que la chica de la caperuza encarnada ha dado mucho más juego en el celuloide: cómo olvidar En compañía de lobos (The Company of Wolves, 1984), en la que Neil Jordan plasmaba visualmente la sombría y lírica relectura del cuento de la escritora Angela Carter. O la simpática broma efectuada en Truco o trato (Trick ‘r Treat, Michael Dougherty, 2007), donde Anna Paquin ocultaba una amenazante sorpresa tras su disfraz de cuento. O la vuelta de tuerca perpetrada en Sin salida (Freeway, Matthew Bright, 1996), donde una resuelta Reese Witherspoon con cazadora roja se enfrentaba a un asesino en serie (Kiefer Sutherland) apellidado Wolverton. Una comedia negra interesante aunque por desgracia poco conocida, de la que sin duda bebió Hard Candy (2005). Esta última cinta, debut en el largo de David Slade –otro de los directores subyugados por la saga Crepúsculo– reproducía, también en clave contemporánea, el duelo entre un pederasta (Patrick Wilson) y su combativa víctima (Ellen Page).
Imagen superior: «Encantada: La historia de Giselle» (2007), de Kevin Lima.
Otra producción novedosa, presentada en el Festival de Sitges, es Sleeping Beauty (Julia Leigh, 2011), reinterpretación perversa de la Bella Durmiente que explicita las connotaciones eróticas del cuento, dando un tratamiento carnal a oscuras fantasías de dominación masculina. Menos rompedora es Maléfica, un proyecto de Disney que toma como protagonista a Maléfica, la que fuera bruja mala según el clásico animado de 1959. En esta nueva versión con actores de carne y hueso Angelina Jolie se mete en la piel de la astada hechicera y Elle Fanning encarna a la soñolienta princesa.
Jeremy Renner y Gemma Arterton se convirtieron en cazadores de brujas en Hansel y Gretel: Cazadores de brujas, una propuesta de tufillo pulp que llegó a nuestras pantallas en 2013 dando cuenta de la trayectoria profesional de la pareja de hermanos. Unos años antes, la surcoreana Henjel gwa Geuterel (Pil-Sung Yim, 2007) retomaba los aspectos más retorcidos del cuento con una puesta en escena atrayente y a ratos hipnótica.
Bill Condon dirigió una reinterpretación del cuento de la Bella y la Bestia, protagonizada por Emma Watson y basada en el clásico animado de Disney. En su línea de nuevas versiones de sus cintas de animación, dicha productora ha lanzado otros títulos afines.
Reinventándose y enriqueciéndose de una generación a otra, antaño en la tradición oral y hoy en el medio audiovisual, los cuentos de hadas no han perdido un ápice de su vigencia, conservando intactas su atracción y su magia.
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