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«The Rocky Horror Picture Show». Un programa doble de glam y serie B

Cuando el productor Jim Sharman dirigía el montaje londinense de Jesucristo Superstar, conoció a uno de los intérpretes más singulares de la función. Un tipo delgado, de una arrebatadora sinceridad, llamado Richard O’Brien.

Era alguien singular por su talento, y en un sentido más literal, por su brevísima participación en el espectáculo. Actuó en una sola función antes de que fuera despedido por empeñarse en convertir a Herodes en una suerte de Elvis que, en contra de lo especificado por el autor de la obra, Andrew Lloyd Weber, ya no bailaba el consabido claqué.

Pero todo tiene sus ventajas, claro. Y más en un momento en el que los escenarios de Londres abrían su telón a propuestas rompedoras. Aquel desempleo forzoso fue aprovechado por O’Brien para escribir un musical rock, cuyo primer título fue Rock Horroar.

Sharman y O’Brien se reencontraron sobre el escenario del Royal Court’s Theatre Upstairs –en plena West Street– con ocasión del estreno de una obra de Sam Shepard, The Unseen Hand. Y una cosa llevó a la otra. A Sharman le fascinó el proyecto de su colega, e hizo valer su don de gentes. Muy pronto, algunos conocidos del productor se incorporaron al equipo que iba a poner en marcha ese nuevo musical. Por ejemplo, Nell Campbell (Little Nell), el diseñador de producción Brian Thomson, veterano de Hair y de Jesucristo Superstar, la diseñadora de vestuario Sue Blane y el director musical Richard Hartley.

Con la indertidumbre que se supone en estos casos, O’Brien vio cómo se iba acercando la fecha del estreno. Fue entonces cuando Sharman le recomendó que cambiase el título previsto, They Came from Denton High, por uno mucho más rotundo, The Rocky Horror Show.

Richard O’Brien escribió el libreto y la música de este enloquecido homenaje al cine de serie B para estrenarlo en el Upstairs, la sala experimental del Royal Court’s Theatre. En un primer momento, la función se mantuvo en cartel entre el 19 de junio y el 20 de julio de 1973, y su mayor mérito es que hacía sentir al público como si fuera testigo y partícipe de una fiesta.

Un clamoroso éxito, aireado por la prensa de la época, hizo que aquella obra que iba a representarse tan sólo por seis semanas, fuera trasladada de aquella sala tan íntima –tan sólo sesenta y tres butacas de aforo– a un antiguo cine de Kings Road convertido en teatro: el Classic Cinema, donde siguió representándose entre el 14 de agosto y el 20 de octubre de 1973.

Aquella sala fue demolida durante una reforma inmobiliaria, y entonces la obra fue trasladada al Kings Road Theatre, con una capacidad para 500 espectadores.

El propio autor, Richard O’Brien, interpretaba al jorobado Riff Raff, Patricia Quinn encarnaba a Magenta, y el magnífico actor y cantante Tim Curry daba vida al científico Frank-N-Furter, un travesti del planeta Transexual en la galaxia de Transylvania.

Completaban el reparto Julie Covington (Janet Weiss), Christopher Malcolm (Brad Majors), Jonathan Adams (el Narrador), Little Nell (Columbia), Rayner Bourton (Rocky) y Paddy O’Hagan (Eddie / Dr. Everett Scott).

Finalmente, el elenco se mudó (¡una vez más!) desde el Kings Road Theatre hasta el Comedy Theatre. Al entrar en aquel edificio de Panton Street, O’Brien y los demás supieron lo que era el verdadero éxito en Londres: estrenar en una sala del West End y llenarla cada día.

Si sumamos todas las funciones desde su estreno, The Rocky Horror Show completó en aquel teatro la friolera de 2.960 representaciones. Allí permaneció entre el 6 de abril de 1979 y el 13 de septiembre de 1980. Luego llegarían los revivals, los reestrenos y las versiones internacionales, pero lo cierto es que el Rocky era ya un fenómeno sociológico.

Razones que lo expliquen hay bastantes, pero me quedo con una: el hecho de que en la obra se integrasen elementos tan heterogéneos como el glam, el orgullo gay, la incombustible afición por el cine de bajo presupuesto, el lado frívolo de la corriente contracultural, los últimos rescoldos del swinging London y, en suma, todo ese desaforado vitalismo que prendió entre los jóvenes de aquel periodo de crisis mundial.

Frank-N-Furter en América

Los Ángeles. La fecha, 21 de marzo de 1974. Fue entonces cuando The Rocky Horror Show se estrenó en The Roxy Theatre, bajo la dirección de Sharman y con Tim Curry en cabecera de cartel. ¿Novedades? Meat Loaf, interpretando a Eddie y al Dr. Scott, y nuevos actores reforzando el montaje: Kim Milford (Rocky), Boni Enten (Columbia), Jamie Donnelly (Magenta), Bill Miller (Brad), Abigale Haness (Janet)…

Como era de esperar, al público americano le encantó la propuesta. Y lo que es más importante, de ahí surgió la oportunidad de convertir la obra en película. Así, mientras la función seguía en marcha en el Roxy –allí permaneció hasta el 5 de enero de 1975, fecha en que se trasladó a Broadway–, Tim Curry y Meat Loaf se retiraban del montaje, sustituidos por Paul Jabara y Alan Martin.

Corría el mes de septiembre de 1974, y ambos actores fueron requeridos para grabar el soundtrack de la versión cinematográfica. Poco más de un año después de su estreno en el teatro, el productor y promotor musical Lou Adler –artífice de las comedias de Cheech y Chong y personaje clave en el éxito de Carole King– se había asegurado los derechos de la obra, galardonada por el London Evening Standard como mejor musical del año.

Junto a Lou Adler, se encargó de la producción Michael White, un veterano de los escenarios londinenses que también había sido una figura clave en la puesta en marcha de la obra teatral.

El rodaje comenzó en octubre de 1974, en un lugar tan lleno de recuerdos como los Bray Studios, hogar de muchas de las tradicionales producciones inglesas de terror y ciencia-ficción. De hecho, los decorados reaprovechaban elementos utilizados en las películas de la Hammer (sin ir más lejos, The Revenge of Frankenstein).

Dirigido por Jim Sharman y financiado por 20th Century Fox, el largometraje reunió a veteranos del montaje teatral –CurryO’BrienMeat LoafPatricia QuinnLittle Nell– con nuevas incorporaciones a ese inolvidable reparto, como Susan Sarandon (Janet) y Barry Bostwick (Brad).

La filmación se prolongó entre el 21 de octubre y el 19 de diciembre de 1974, y entre sus localizaciones cabe destacar la mansión donde Janet y Brad inician su sensual y tenebrosa aventura: Oakley Court, en Berkshire. Aquí nos encontramos con otro escenario habitual en las producciones Hammer, que sacaron bastante partido de este lúgubre y espacioso chateau del XIX, donde llegó a hospedarse el general DeGaulle.

Con el fin de reforzar el aspecto glam de los protagonistas, Sharman y Adler llamaron al maquillador Pierre La Roche, bien conocido por su trabajo con David Bowie.

No lo sueñes, vívelo

Es bueno mirar atrás de vez en cuando, sobre todo en este oficio nuestro, el de la crítica, con peor memoria de lo que parece. Digo esto porque la película de Sharman fue triturada en la prensa. Convencidos de que la razón estaba de su parte, los críticos emplearon armamento pesado para referirse a Rocky Horror, y hoy produce cierto sonrojo releer sus opiniones.

Obviamente, no se trataba del típico producto destinado a la Quincena de Nuevos Realizadores de Cannes. Es más: cuando la película se estrenó en el UA Theatre de Westwood, Los Ángeles, el 26 de septiembre de 1975, en los despachos de la Fox se oyeron quejas de primer grado. No era la primera vez que esto ocurría: el público joven adoró la cinta, pero las opiniones de los principales gurús –oh, la superstición del gusto– pusieron a una parte de la audiencia en contra del film.

Sharman pudo reunir un puñado bastante negativo de recortes de prensa. Y sin embargo, casi ninguno de los autores de semejantes reproches se reconocería hoy en aquellos titulares. ¿Qué es lo que hace que hoy, después de tantos años, la película haya sobrevivido a sus detractores? Como ahora verán, todo tiene una explicación, aunque en este caso sea un tanto enrevesada.

The Rocky Horror Picture Show se reestrenó durante la medianoche del 1 de abril de 1976 en el Waverly Theatre de Nueva York. A los pases acudieron los mismos aficionados que asistían a las funciones teatrales, y fueron ellos quienes reprodujeron una costumbre que se había hecho popular en el teatro.

Ya en el Roxy Theatre se habían generalizado determinadas reacciones –abuchear a este o aquel personaje, corear ciertas canciones… –, y fueron esos gestos, corregidos y liberados de cualquier protocolo, los que convirtieron los pases nocturnos de Rocky Horror en una experiencia adictiva e inolvidable.

Intérpretes espontáneos, vestidos como los protagonistas, jugaban a prolongar la acción de la pantalla en el patio de butacas. Entre ellos, destaca Louis Farese, un profesor de guardería de Staten Island. Al parecer, fue el primero que improvisó unas cuantas frases con las que interpeló a los personajes de la película. Un compañero de platea, Bill O’Brien, también fue el primero en algo: acudió a la sala ataviado como el Dr. Frank-N-Furter.

Durante la celebración de Halloween de 1976, el ejemplo de O’Brien fue seguido por un buen puñado de espectadores. La complicidad del público y la creciente fama de aquella experiencia sugestiva y delirante hicieron el resto.

Un día, O’Brien y otros amigos comenzaron a interpretar en playback las canciones del film, y esa rutina pasó a formar parte del espectáculo. Lo mismo ocurrió con determinadas frases que, después de surgir como una ocurrencia espontánea de Farese y de otros ingeniosos, se convirtieron en líneas de diálogo que los asistentes coreaban en el momento oportuno.

Así se crea la cultura pop.

Al cabo de unos años, las proyecciones de la película con participación de la audiencia se convirtieron en un fenómeno internacional, ajeno a las modas, idóneo para eternizar el caudal de imágenes de la cinta de Sharman. Tanta simpatía derivó en un culto del que pocos largometrajes han llegado a disfrutar. Y aunque los académicos hayan intentado entender el asunto, lo cierto es que nos hallamos ante una de esas escasas películas que, pase el tiempo que pase, siguen desarrollándose en el espíritu del público, consolidando su propia mitología.

Con cada nueva proyección de The Rocky Horror Picture Show vuelve a producirse el milagro. Riff Raff, Eddie o Janet se escapan de su época y te hablan con tanto descaro que no puedes apartar los ojos de la pantalla.

Han circulado noticias sobre remakes –Kenny Ortega rodó uno para la televisión en 2016– y la única secuela (llamémosla así) que llegó a filmarse –Shock Treatment, de 1981, derivada de un proyecto previo, The Brad and Janet Show– fracasó con todo merecimiento. No parece que otro guión de O’Brien, Revenge of the Old Queen (1988), vaya a filmarse algún día.

En fin. Queda claro que la posteridad tiene una entrada trasera, y que Frank-N-Furter aún nos observa a través de la mirilla.

Sinopsis

Brad Majors (Barry Bostwick) y su novia Janet Weiss (Susan Sarandon) van a visitar a su viejo profesor de instituto. De camino, tienen un problema con el coche y se guarecen en el viejo caserón de Frankenstein, donde el ambiguo y enloquecido doctor Frank-N-Furter (Tim Curry) se encuentra en medio de uno de sus experimentos.

El exuberante científico construye en esos momentos al hombre perfecto: Rocky Horror (Peter Hinwood), con el cuerpo de un Charles Atlas y medio cerebro de un delincuente.

Furter utilizará a este amante ideal como una atracción más de su mansión, por la que ya pululan personajes como el mayordomo jorobado Riff Raff (Richard O’Brien) y su hermana y amante incestuosa, Magenta (Patricia Quinn), la groupie Columbia (Little Nell) y el salvaje Eddie (Meat Loaf), víctima de los experimentos de Furter.

En el momento en que Brad y Janet –seducidos por Furter– han perdido ya el control de sus vidas y los últimos rastros de inocencia, hace su aparición el doctor Everett V. Scott (Jonathan Adams).

El viejo Scott sabe que el científico es en realidad un espía de otra galaxia, que además ha robado los óganos a su sobrino Eddie.

Números del montaje teatral

Primer acto

Science Fiction/Double Feature
Dammit, Janet!
Over at the Frankenstein Place
Sweet Transvestite
The Time Warp
The Sword of Damocles
I Can Make You a Man
Hot Patootie – Bless My Soul
I Can Make You a Man (Repetición)

Segundo acto

Touch-a, Touch-a, Touch-a, Touch Me
Once in a While
Eddie’s Teddy
Planet Schmanet Janet
Rose Tint My World
Don’t Dream It, Be It
Wild and Untamed Thing
I’m Going Home
Superheroes
Science Fiction/Double Feature (Repetición)

Banda sonora original (1975)

Cara A del LP

Science Fiction/Double Feature
Dammit Janet
Over at the Frankenstein Place
Time Warp
Sweet Transvestite
I Can Make You a Man
Hot Patootie – Bless My Soul
I Can Make You a Man (Repetición)

Cara B del LP

Touch-a, Touch-a, Touch Me
Eddie
Floor Show:
a. Rose Tint My World
b. Fanfare/Don’t Dream It
c. Wild and Untamed Thing
I’m Going Home
Super Heroes
Science Fiction/Double Feature (Repetición)

Bonus tracks en el CD de 1989

Time Warp (1989 remix – extended version)
Time Warp (music – 1 = background track = U mix)
Science Fiction/Double Feature
Dammit Janet
Over the Frankenstein Place
Time Warp
Sweet Transvestite
Sword of Damocles
I Can Make You a Man
What Ever Happened to Saturday Night?
I Can Make You a Man (Reprise)
Touch-A, Touch-A, Touch Me
Once in a While
Eddie’s Teddy
Planet, Schmanet, Janet
Rose Tint My World
Don’t Dream It Be It
Wild and Untamed Thing
I’m Going Home
Super Heroes
Science Fiction/Double Feature (Reprise)

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes de The Rocky Horror Picture Show © Twentieth Century Fox Film Corporation. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.