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Un chal para Isolda

Cuenta en sus memorias la gran soprano wagneriana Astrid Varnay que, apenas acabada la segunda guerra mundial, debió interpretar Tristán e Isolda en el londinense Covent Garden. Según es sabido, en el segundo acto, Isolda debe hacer señales con un velo a Tristán, indicándole que está en condiciones de recibirlo a la sombra de un bosque, dado que el marido se encuentra lejos, de cacería. No sabe Tristán que le espera, más que una noche de amor, un largo y extenuante dúo wagneriano, pero esa es otra historia.

Lo cierto es que Astrid, al llegar al camarín, tuvo la desagradable noticia de que el chal con que debía salir a escena, había desaparecido, tal vez apropiado por un admirador idólatra y fetichista o, simplemente, por algún hambriento de posguerra, dispuesto a vender cualquier cosa para comer cualquier otra. El encargado del vestuario no tuvo mejor idea que sustituir el poético velo por un prosaico rollo de papel higiénico, con el agravante de que, al desplegarlo, se encontró con una leyenda impresa, que no era precisamente la de los amantes medievales: “Propiedad del rey de Inglaterra”. Desde luego, los tiempos eran de escasez y hay clases en el mundo todavía, de modo que el rey debía hacer sus reservas.

Se impuso Wagner. El papel se convirtió en velo y, con el mayor cuidado, la gran Varnay se envolvió el cuello con él, después se despojó de la prenda, la hizo flamear como una secreta bandera y anunció a Tristán que estaba disponible para el sublime dúo. Una iluminación oportuna y eficaz fingió la noche y nadie advirtió la verdad del asunto.

¿Qué verdad? En arte la verdad es lo que el artista finge y el receptor —espectador, en este caso— imagina que recibe. Ya sabemos que el Egipto de Aída no es egipcio, que la España de Carmen no es española, que Fausto no es un viejo reverdecido y, en el caso apuntado, que el velo entrevisto por Tristán no es el chal de Isolda. No importa. Tristán acude a la cita y no pide explicaciones sino que se pierde en la maraña erótica y metafísica cultivada por Wagner. Y, seguramente, el público de Londres vio flotar en el aire de la noche primaveral el velo de Isolda como la más sutil de las nubes favorecida por la Luna llena.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Publicado previamente en Scherzo y editado en Cualia por cortesía de dicha revista. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")