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Los enigmas de Sir Edward

Pocos músicos han ejercido la posible “normalidad” de su arte como el británico-londinense-victoriano Sir Edward Elgar, que vivió entre 1857 y 1934, o sea entre el wagneriano Tristán y el concierto para violín de Berg, años más o menos. Lo normal, para él, era la normativa tonal y genérica heredada del siglo XIX en el cual vivió la mayor parte de sus días. Una sinfonía es una sinfonía, una sonata es una sonata, una obertura lo es también, etcétera.

No obstante tanta escolástica, hay una partitura suya que no por casualidad se llama Variaciones Enigma. Aparentemente, cada uno de sus números, a partir del tema propuesto, está dedicado a un amigo, de modo que el conjunto resulta ser una galería de retratos sonoros, homenajes o medallones, como se prefiera. Sabemos que las variaciones son perífrasis del tema y que lo conservan y lo ocultan, todo por junto. Pero Elgar, aparte de admitir las dedicatorias citadas, dijo alguna vez que en sus páginas insiste una melodía cuyos datos no daría jamás. Desde entonces, hay detectives musicales que se afanan –de momento, sin resultados inobjetables– en hallarla. Damos por supuesto que la cosa tiene realidad y no se trata de un mero pufo o una simple broma de Sir Edward. Al mismo tiempo, sabemos que si no se encuentra el cuerpo del delito no cabe condenar al sospechoso.

¿Oyó Elgar esa melodía hasta ahora inaudita? Me parece que esta es la pregunta, la hamletiana pregunta que debe formularse. Abundo: hay músicas que hemos escuchado y no podemos reproducir. Las que se nos aparecen en los sueños son los ejemplos más elocuentes. Elocuentes, sí, pero, en definitiva, mudos. No por ello menos reales. Me remito a la famosa música de las esferas que producen los astros y que ningún mortal parece haber percibido. No vayamos muy lejos: nuestro planeta genera una multitud de ruidos y sonidos al girar y ni nos enteramos de su existencia. Mientras tanto, confiemos en los compositores de música, que nos dicen a diario: he aquí la música posible. Sin olvidar los enigmas elgarianos: hay una música que no se escucha y que es la promesa de la música definitiva que, acaso, en un futuro sin fechas, lleguemos a percibir.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Publicado previamente en Scherzo y editado en Cualia por cortesía de dicha revista. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")