“Me encantan los finales abiertos” (Claudio Amado, alter ego de Rayco Pulido, actuando en su propia novela gráfica Sin título (2008-2011)
En estos últimos años de parrandeo cultural, la conversación más recurrente que he sostenido con autores de cómic, en términos artísticos, ha tomado la derrota siempre imprevista pero gozosa de un casual deseo vehemente por parte del autor que me tocara enfrente de realizar una fotonovela: este tipo de elucubración quimérica terminó por convertirse en un cliché dialéctico, durante el cual el historietista me enumeraría fascinado los mecanismos diferenciados que pone en juego una fotonovela respecto del tebeo y yo aventuraría las supuestas razones por las que no hace tanto tiempo el mercado habría decidido que tal ¿submedio? se extinguiera como método válido de esparcimiento de masas.
Mi papel en esa divagación a dos voces también consistiría en apoyar entusiásticamente el proyecto en ciernes, porque en realidad uno de mis muchos sueños sería asimismo el de realizar una fotonovela (meta naïf más comprensible de lo que parece si tenemos en cuenta que me resultaría mucho más factible hacerme cargo de todo el proceso creativo ‒guión e imagen narrativa‒ en una fotonovela que en un cómic). Tarde o temprano el tema derivaría a cualquier otro (por lo común, algún lamento borincano en torno a la deplorable situación de la industria del cómic español) y ambos conversadores terminaríamos indefectiblemente por olvidar la cuestión, debido a lo difícilmente plasmable de nuestra pretensión híbrida y al vino en juego.
Pues mira: Rayco Pulido lo consiguió. Hizo un cómic con una fotonovela intregada.
Y excelentemente integrada, además.
Sin título (2008-2011) explica dos historias en paralelo: la de Abel, un miembro de la Guardia Civil en la costa canaria metido en asuntos turbios; y la de su autor, Claudio Amado… o más bien la del proceso de deconstrucción, debate y reafirmación de los elementos dramáticos de la historieta que Claudio está armando con la ayuda ‒o quizá el encono‒ de un analista de guiones cinematográficos.
La peripecia de Abel está narrada en viñetas a través del dibujo de Claudio ‒o sea, de Rayco Pulido‒; los encuentros de Claudio con el consultor teórico están narrados en fotografías ‒que a su vez son viñetas‒, siendo Claudio interpretado con mucho arrojo por el propio Rayco.
Seguro que hay mil antecedentes en cien mil frentes, desde el más profesional al más amateur, pero en cuanto a un experimento de esta guisa en el mundo de la historieta, sólo recuerdo el de El fotógrafo, aunque yo sea muy poco leído en cómic contemporáneo: en todo caso, aquella BD combinaba fotografías reales del grupo humano protagonista (unos miembros de Médicos sin Fronteras) y de los lugares reales que habían visitado, con el desarrollo “dramatizado” de sus andanzas desglosadas en cómic. Las fotos pertenecían al momento real de sus vivencias, por lo tanto al ámbito de lo real: las fotos de Rayco pertenecen por entero al ámbito de la ficción, dado que en ellas Rayco ni siquiera es Rayco… es Claudio.
Como metalenguaje, el experimento funciona muy bien: Pie de trinchera ‒el cómic de “Claudio” que se nos ofrece en toda su integridad‒ constituye una buena historia que podría haber funcionado por sí sola como obra de avance y lectura lineales; pero la intromisión de la fotonovela de Claudio/Rayco nos permite ojear el proceso de construcción de una trama ficticia, su paralelismo con la realidad del autor, los trucos o recursos (hay toda una disquisición en derredor a la diferenciación de términos) de un historietista/fabulador, etc… Es como si nos estuviera permitido asistir a una obra de teatro acomodados sobre una butaca entre bambalinas, pudiendo contemplar la representación no desde el punto de vista del público, sino desde el de los actores y propulsores: desde su nerviosismo, la impaciente espera del que tiene que entrar mediada la función, la irritación del director ante una mala vocalización, el cabreo del dramaturgo frente al cambio inopinado de una línea de diálogo, el carraspeo de uno de los músicos en el foso…
Sin título (2008-2011) es una obra que interesará mucho a toda aquella persona fascinada por la ficción, especialmente a guionistas o aspirantes a guionistas, tanto de cine, como de historieta (¿y de fotonovela?). Obviamente, es un cómic que a mí me interesa doblemente, tanto por la utilización de dos lenguajes similares pero de naturaleza opuesta, como por haber trabajado en el pasado con Rayco. Creo que el joven artista canario debería seguir alternando su faceta de penciler-for-hire con la de autor completo, pues en ambos cometidos está alcanzando resultados que empiezan a ser poco previsibles y que se retroalimentan (con guionistas ajenos puede ahondar en otras maneras de construir una historia; con su propio guión, puede analizar lo asimilado en esas aventuras en tándem). En todo caso, este primer devaneo solista demuestra una ambición contundente en términos experimentales, lo cual siempre va bien para sacudir un panorama demasiado hecho al clasicismo.
Como único pero, reprocharía al valiente autor el hecho de que, una vez le ha costado tanto levantar el tinglado combinatorio entre cómic/fotonovela y echarlo a volar con la sorprendida y agradecida aprobación del lector, que constata que aquello funciona a la perfección, el recorrido sea de un vuelo de 72 páginas, cuando dan ganas de que se prolongue el doble.
En todo caso, Rayco abrió en Sin título (2008-2011) una puerta muy interesante que espero vuelva a visitar. Seguro que para entonces no sólo dibuja todavía mejor, sino que ya ha evolucionado también como actor dramático.
Y si no le dan el Premio del Salón del Cómic, siempre podrá optar a un Goya…
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.