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La biología siniestra de H.R. Giger

Hans Rudi Giger nos dejó en 2014. Tras caer por unas escaleras, el artista fue hospitalizado de urgencia. Por desgracia, no pudo reponerse. Sandra Mivelaz, administradora del H.R. Giger Museum, abierto en la ciudad suiza de Gruyères, fue la encargada de dar la trágica noticia a los medios: este creador excepcional, autor de una amplia obra inspirada por la fusión hombre-máquina, el psicoanálisis y el fetichismo sexual, fallecía el 12 de mayo de 2014.

Híbridos infernales, biomecanismos y engendros macabros son algunos de los protagonistas del imaginario gigeriano. Aberraciones surrealistas de fascinante presencia, soñadas por un artífice que se hizo famoso gracias al diseño de un letal extraterrestre en Alien, de Ridley Scott.

Nacido el 5 de febrero de 1940 en Chur, la capital del cantón de Graubünden, este pintor y escultor era hijo de un farmacéutico, y quizá esa faceta científica sea una clave adecuada para interpretar algunas de sus mórbidas pesadillas.

«Cuando yo tenía cinco años –contaba el propio Giger en 1983–, mi padre recibió un cráneo, de Ciba-Geigy, creo. Me fascinó tener el fragmento de un ser humano entre mis manos. Después trabajé como diseñador industrial. Me gusta unir los esqueletos, las formas óseas, con la mecánica, la técnica. Me fascina llevar a cabo esta mezcla. Biomecánica no es más que una palabra como cualquier otra. Se trata, únicamente, de una forma de expresión con la que me siento a gusto. Cada vez vamos haciéndonos más parecidos a androides… Las prótesis… Las manos, las piernas artificiales… Me fascinan estas cosas.»

En 1962, Giger comienza a estudiar arquitectura y construcción de interiores en la Escuela de Artes y Oficios de Zurich. Por estas fechas, da a conocer sus expresionistas dibujos a tinta china, de inspiración freudiana, en los que se advierte su reelaboración de los códigos de la vanguardia. En realidad, esa exploración psicoanalítica tiene dos motivos: por un lado, su admiración por dos pintores estudiosos del psicoanálisis, Ernst Fuchs y Salvador Dalí, y por otro, sus terrores nocturnos, que él trata de conjurar por medio de una terapia creativa.

«Soy mi propio psicoanalista –reconoce–. Cuando tengo una pesadilla, la plasmo en la tela.»

Tras diplomarse en la Escuela, conoce a la actriz Li Tobler en 1966, con quien convivirá hasta que ella, víctima de una depresión, se suicide con un revólver en 1975. Li sirve de modelo a Giger, y si uno presta atención, descubrirá su rostro en varias de sus obras más conocidas.

No hay duda de que Tobler es la musa y el gran amor del artista. Su pérdida le afecta enormemente. Años después, intenta rehacer su vida sentimental con Mia Bonzanigo, con quien se casa en 1979, para separarse año y medio más tarde.

Si hay una figura crucial en la carrera artística del pintor suizo, ésa es la de H.H. Kunz, un coleccionista amigo suyo. Kunz tiene la feliz idea de imprimir en 1969 una serie de pósters con obras de Giger, y ello contribuye a difundir sus creaciones en todo el mundo.

Tres años después, en 1972, el círculo de bellas artes de Kassel celebra una retrospectiva de Giger, con lo que el impulso a su carrera es definitivo.

La cultura pop no es ajena al original estilo del suizo. En 1973, el trío de rock progresivo Emerson, Lake and Palmer le encarga una portada. De ahí en adelante, numerosos grupos musicales solicitarán sus servicios artísticos.

1977 es un año decisivo en su trayectoria. En otoño, edita su Necronomicon, que se convierte en un éxito internacional, y le granjea la admiración de autores de cómics y cineastas.

«Si mal no recuerdo –dice Giger–, la primera vez que escuché algo sobre los mitos de Cthulhu y el Necronomicon fue cuando un escritor suizo, Robert B. Fischer, editó una revista llamada Cthulhu–Netos. En el segundo número, fui yo quien se encargó de las ilustraciones. Todos esos dibujos están incluidos en Giger’s Biomechanics (…) Cuando andaba buscando un título para mi libro de ilustraciones tenebrosas, mi maestro Sergius Goldwin hizo referencia a Lovecraft (…) Este título, Necronomicon, ha originado algunas confusiones, ya que los seguidores de Lovecraft creían haber encontrado, al fin, el que él escribiera».

La ruta del éxito

Giger viaja en 1977 a Estados Unidos en compañía del galerista Bijan Aalam y de la pintora Sybille Ruppert. Obtiene mucha notoriedad en el Bronx Museum de Nueva York, y entre cócteles y elogios de la crítica, accede a dos proyectos cinematográficos: Dune, a las órdenes de Alejandro Jodorowsky, y Alien, con Ridley Scott como director.

«Sacamos –cuenta Dan O’Bannon a propósito de Alien– una idea que me gustaba mucho: un viejo guión a medio terminar, llamado Memory, y que era esencialmente lo que es ahora la primera parte de Alien. Le dije a Ron Cobb que nunca me había sido posible encontrar un final para la historia. Entonces él lo leyó y me dijo: ‘Creo que me has hablado de otra idea que tenías para una película. Era aquella en que los alemanes suben a bordo de un bombardero B–17 durante la Segunda Guerra Mundial y hacen pasar un momento horrible al piloto. ¿Por qué no escribes la segunda parte situando tu historia en una nave espacial?’ La idea era genial, pero hacía falta imaginar el monstruo. Desde que yo había salido de Francia, no dejaba de pensar en Hans Rudi Giger. Sus cuadros me habían producido una enorme impresión. Nunca había visto nada tan horrible y a la vez tan bello. Así que acabé escribiendo un guión sobre un monstruo como los de Giger«.

Antes de integrarse en el equipo de Alien, el pintor vivía una breve aventura junto a Jodorowsky. «Me enteré de Dune –dice– a través de Bob Venosa, un pintor norteamericano del realismo fantástico, que vive en Cadaqués y que frecuentaba la casa de Salvador Dalí. Se trataba de un proyecto para hacer una película de ciencia ficción de 70 mm, en la cual Dalí, por cien mil dólares la hora, iba a hacer de protagonista (luego fue expulsado del proyecto debido a sus observaciones a favor del franquismo). Bob Venosa me llamó por teléfono para decirme que el director de cine Alejandro Jodorowsky, a quien Dalí le había mostrado mis catálogos. (…) Trabajé en el proyecto de producción de Dune. Pero sólo fue durante un mes. Hacía falta mucho dinero para realizar bien esa película. No había suficiente dinero».

El octavo pasajero

La frustración de fracaso que le dejó aquella malograda versión de Dune fue compensada por la puesta en marcha de Alien. «Desde que el guionista Dan O’Bannon ideó la historia –cuenta Giger– pensó, en todo momento, que sería yo quien realizaría los dibujos. El quería diseñar un monstruo que surgiera del estómago. Cuando publiqué el Necronomicon, envié uno de los primeros ejemplares a los Estados Unidos. En cuanto Ridley vió el libro dijo: ‘Sí, esto es justo lo que necesito’. Scott y los productores del film vinieron a verme a Zurich y me contrataron. Mi contrato terminaba con la realización de los diseños. (…) Pasado un tiempo, Scott me llamó. Me dijo que era necesario que yo fuese a Inglaterra, que no podían hacer nada sín mí».

«En realidad –añade–, pretendíamos que el monstruo fuese totalmente transparente. Pero el responsable técnico no se vio capaz de hacerlo. Yo estaba convencido de que todos los que trabajaban en la película eran técnicos, especialistas. Resultó que eran tan arnateurs como yo. Por eso me pareció una locura que me concedieran el Oscar».

A lo largo de seis meses, Giger pinta treinta cuadros para el proyecto de Alien. En Inglaterra, supervisa y diseña la decoración de la película en los Shepperton Studios. Le acompaña en esa aventura Mia Bonzanigo.

«Nos dieron –recuerda el artista– la habitación más grande del hotel Warren Lodge, tenía una terraza muy bonita que daba al Támesis. Comíamos en el hotel o en su defecto en el pub King’s Head. (…) De no haber sido por los malos momentos y el montón de trabajo, nos hubiésemos sentido como en luna de miel. Teníamos tal presión, que trabajábamos todos los días hasta por la noche.»

La consagración de un maestro

El triunfo artístico y comercial de Alien convierte a Giger en una celebridad. En 1980, exhibe los diseños y pinturas que ha realizado para la película en la galería Baviera de Zúrich y en el Museo Cantonal de Bellas Artes de Lausana. En países como Japón, su prestigio es descomunal gracias a muestras como la que celebra en el Museo de Arte Seibu de Tokio en 1987.

Repitiendo la fórmula de Necronomicon, edita el libro artístico Necronomicon II en 1985, al tiempo que amplía su trabajo como pintor y refuerza sus lazos con Hollywood.

En 1990, se reúne con Ridley Scott, con quien concibe ideas para una película que no llegará a realizarse, The Train. Ese mismo año se separa de un manager, Ueli Steinle, y prosigue la exploración de uno de sus conceptos más interesantes: el llamado biomecanoide.

«Giger –escribe Timothy Leary, psicólogo y gurú del LSD– se ha convertido en el retratista oficial de la edad de oro de la biología. La obra de Giger nos confunde y perturba debido a su enorme dimensión evolutiva y nos produce una impresión fantasmagórica. Nos muestra casi demasiado claramente de dónde venimos y hacia dónde vamos. Recurre y echa mano de nuestros recuerdos biológicos. Paisajes ginecológicos, postales intrauterinas. Giger se remonta aún más en el tiempo, penetra en el núcleo de nuestras células. (…) Del mismo modo que El Bosco, o que Pieter BrueghelGiger nos muestra, sin tregua ni cuartel, el montaje y desmontaje de nuestras realidades.»

Gracias al éxito de sus creaciones, Giger acumula una fortuna considerable y en 1998 adquiere el Château St. Germain en Gruyères, un bello edificio que alberga el H. R. Giger Museum. Encomienda la dirección de dicho museo a su nueva esposa, Carmen Maria Scheifele Giger.

De ahí en adelante, hasta su muerte en 2014, su carrera viene a ser un constante homenaje. Conoce el reconocimiento en todos sus grados, tanto entre la crítica elitista como por parte de los admiradores de su faceta pop, fascinados por sus delirios cinematográficos –Alien 3Alien ResurrectionPoltergeist IISpeciesTokyo: The Last Megalopolis, Prometheus… – y asimismo por sus desconcertantes libros ilustrados, repletos de pesadillas inolvidables.

No he realizado el recuento total de sus obras, pero si hay algo que prevalece en su trayectoria es la coherencia: la fidelidad a un temario, a medio camino entre la ensoñación surrealista, la entomología, el cyberpunk, los horrores de Lovecraft y una sensualidad perversa e inefable. Giger es el perfecto resumen de todo ello, y esa es la cualidad que inmortaliza su obra.

*Los testimonios de Giger citados en este artículo proceden de periódicos y revistas de los ochenta. En particular, recojo sus declaraciones en el Festival Imagfic 83, de Madrid, reproducidas en el nº 58 de la revista «1984» (noviembre de 1983), y algunas reflexiones que aparecen en «HR Giger ARh+» (Taschen, 1992).

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.