La triste realidad de la guerra se ha convertido en espectáculo desde hace mucho, mucho tiempo. No hay más que contemplar todos los monumentos bélicos, o recordar esas poéticas gestas que nos llenan de espíritu heroico y guerrero, pero que tan poco tienen que ver con el sufrimiento y el horror de los conflictos, más allá de la propaganda y el triunfalismo.
Clint Eastwood enfrentó ambas facetas de la guerra en Banderas de nuestros padres (2006), donde se nos mostraban los homenajes a los héroes de la batalla de Iwo Jima, pero también los duros momentos que tuvieron que vivir y las secuelas de los mismos.
Algo similar se narra en Billy Lynn, pero ambientando la acción a comienzos del siglo XXI, en pleno auge de la “Guerra contra el Terror”. Nos encontramos ante una película algo extraña e inquietante, no tanto en lo que cuenta sino en cómo lo cuenta, y es que el director Ang Lee demuestra el poder de las imágenes sobre el guión al dotar a una historia realista y no especialmente sorprendente de un aire paranoico y enigmático.
Un grupo de jovencísimos soldados, que han destacado por un vídeo “viral” en el que aparecen tratando de salvar la vida a su sargento en Irak en un acto de coraje, realizan una suerte de gira promocional antes de volver al frente. En uno de estos actos, tendrán que participar en un número musical de Destiny’s Child durante un partido de fútbol americano. El circo mediático, patriotero y comercial en el que participan los protagonistas no está del todo alejado de varias películas de Berlanga y Azcona, y tampoco habría sido del desagrado de Robert Altman.
Si el guión propone una ácida sátira, Ang Lee utiliza las últimas tecnologías audiovisuales (3D, High, 120 fotogramas por segundo…) para meternos en la psique de Billy Lynn, soldado con estrés postraumático inmerso en un escenario surrealista, algo así como King Kong en el escenario del teatro.
Ang Lee lleva a cabo una poco convencional elección de planos, con conversaciones “normales” pero que el espectador siente extrañas, como si ocultaran algo, rodadas casi al estilo Ozu (miradas a cámara, personajes aislados visualmente unos de otros). Por otro lado, la fotografía es a veces demasiado brillante y nítida, mientras que los efectos sonoros son atronadores cuando hay el mínimo golpe o voz alta.
Los actores pasan de la afabilidad a la violencia con demasiada sencillez, y uno no se siente a gusto ante escenas que en el papel parecen simpáticas, pero que en la pantalla resultan “incómodas”.
Esta película ha sido una muy arriesgada apuesta (¿la espectacular tecnología usada en El Hobbit aplicada a un drama real?), y por desgracia no ha gozado de toda la promoción que habría requerido, pasando desapercibida en el panorama cinematográfico. Una injusticia ya que, guste o no, Billy Lynn es una película inusual, algo que no abunda.
Sinopsis
Billy Lynn, basada en la alabada novela superventas de Ben Fountain, está narrada desde el punto de vista del soldado de 19 años Billy Lynn (el debutante Joe Alwyn) quien, junto al resto de los soldados del pelotón Bravo, se convierte en un héroe tras una angustiosa batalla en Irak y lo llevan temporalmente de vuelta a casa para que realice una gira de la victoria.
Por medio de flashbacks, que culminan en el grandioso espectáculo del descanso de mitad del partido de fútbol americano del día de Acción de Gracias, la película va desvelando lo que realmente le sucedió al pelotón y muestra el claro contraste entre la realidad de la guerra y las percepciones de los americanos.
«Desde La vida de Pi ‒dice Ang Lee‒ he descubierto que, al hacer una película en 3D [hace falta] añadir no solo dimensión, sino también una mayor resolución, lo que supone un número de imágenes por segundo muy superior al que estamos acostumbrados. La experiencia no trata únicamente de ofrecer espectáculo, ni acción, sino también drama. Nuestra forma de ver las cosas, la forma en que queremos que los espectadores se involucren en la película, creo que es más personal. Es algo mucho más grandioso. Creo que el futuro es verdaderamente emocionante».
Aunque su desarrollo y utilización de avances técnicos puedan asegurar el lugar de Billy Lynn en la historia del cine, es importante reconocer que sus logros están decididamente motivados por el drama de un relato cautivador y humano. La historia se basa en una novela que el productor Rhodri Thomas, de Ink Factory, leyó ocho meses antes de su publicación en Estados Unidos (se acabaría convirtiendo en finalista del Premio Nacional del Libro de 2012). «Un amigo mío, un editor, me dio el manuscrito y me dijo: ‘Tienes que leer este libro. Te cambiará la vida’. Lo que resultaron ser palabras bastante proféticas. Lo leí mientras estaba de vacaciones y me encantó —tenía una magia especial que mostraba muy bien los tiempos que corren; estaba en contra de la guerra, pero muy a favor de los soldados, que es algo que me conmovió profundamente— y quería contar esta historia. Después de realizar unas cuantas averiguaciones, mi coproductor Stephen Cornwell y yo nos encontramos hablando con Ben Fountain, autor de la novela».
«Me pareció que reflejaba una época en la que todo el país estaba sumido en el trauma colectivo de la guerra de Irak», prosigue Cornwell, «una época que realmente no se había tratado, ni reconocido, ni sobre la que se había realizado ninguna reflexión. Y me pareció que, en el personaje de Billy Lynn, Ben había encontrado alguien por quien nos pudiéramos interesar y con quien pudiéramos simpatizar, para aproximarnos a lo que supuso vivir esa guerra. Pero, cuando nos pusimos en un primer momento en contacto, los representantes de Ben dijeron que era muy prematuro, querían esperar a que se publicara el libro. Así que Rhodri y yo nos desplazamos hasta Dallas y, tras pasar un tiempo con Ben, logramos convencerlo de que podía llegar a ser la película en la que se está convirtiendo».
«Así que Ink Factory se hizo con los derechos del libro en 2012», continúa Thomas, «y seguimos trabajando en él con Film 4, la sección dedicada al cine del canal británico Channel Four. Apoyan mucho el cine, les gusta asumir riesgos y, seis meses antes de publicarse, se arriesgaron con este material. Por suerte, el libro tuvo una acogida extraordinaria. Entonces, empezamos a trabajar en el guion. Con ese guion, en 2013 empezamos a colaborar con TriStar, de hecho, ellos acudieron a nosotros, porque a Tom Rothman, que en aquella época dirigía TriStar, le encantaba el libro, que ya se había publicado por entonces. Cuando Ang Lee aceptó dirigir la película, nos sentimos entusiasmados, no podíamos imaginar a nadie más para contar esta historia con tanta sinceridad y sensibilidad. Lo que no nos podíamos imaginar era que iba a convertirla en un espectáculo en 3D con un elevado número de imágenes por segundo, lo que, aunque nos sorprendió, aceptamos encantados al instante, después de habernos quedado completamente alucinados al ver La vida de Pi. La visión de Ang para la película era totalmente la adecuada desde el principio, es un director visionario que vio en el material la posibilidad de crear una experiencia emotiva, en la que poder sentirse inmerso, de la forma más novedosa posible».
«La génesis de la novela», explica el novelista Ben Fountain, «comenzó en 2004, durante un partido de fútbol americano de los Cowboys [de Dallas] el día de Acción de Gracias. Fue tres semanas después de las elecciones generales en las que George W. Bush venció a Kerry. Sentí que no entendía a mi país. Entonces, recibimos a unas cuantas personas en nuestra casa por Acción de Gracias. Teníamos el partido puesto. Llega el descanso y estoy sentado en el sofá. Y todos los demás se levantan, porque nadie ve la actuación del descanso. Pero me quedé y empecé a verla, pero a verla de verdad. Y es muy similar a como lo recojo en el libro: una mezcla surrealista y bastante psicótica de excepcionalismo y patriotismo estadounidenses, música popular, porno blando y militarismo: muchos soldados sobre el terreno de juego con banderas estadounidenses y fuegos artificiales. Pensé: ‘esta es la mayor locura que he visto en mi vida’. Pero a todos los demás les pareció bien, los presentadores de televisión y todos los allí presentes, un día normal y corriente más en los Estados Unidos. Como había muchos soldados en el campo en ese momento, me pregunté cómo se sentiría uno al ser un soldado que ha estado en combate y lo llevan de vuelta a los Estados Unidos para meterlo en una situación tan artificial. ¿Qué le haría eso a tu mente? Quería que el lector se sintiera como si estuviera en la piel de Billy. Y creo que eso es también lo que intenta hacer Ang«.
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