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Crítica: «Z, la ciudad perdida» (James Gray, 2017)

En 2009, David Grann publicó la crónica de una doble aventura: la que protagonizó el explorador, militar y cartógrafo Percival Harrison Fawcett, y la que vivió el propio Grann siguiendo los últimos pasos de aquel aventurero excepcional.

Su libro, La ciudad perdida de Z, rápidamente entró en el punto de mira de Hollywood. Un interés que tenía mucho de positivo, pero que a los lectores de Grann nos planteaba más de una duda, tanto por la densidad de la obra ‒mitad biografía, mitad reportaje detectivesco‒ como por el raro carisma de su protagonista, uno de esos buscadores de lo imposible que alimentaron la imaginación de comienzos del siglo XX.

Para hacernos una idea del impacto que Percy Fawcett ha tenido en la cultura popular basta con citar un puñado de ejemplos. No hace mucho, cuando se reeditaron en español sus crónicas viajeras, la portada lucía una imagen de Indiana Jones, un aventurero con más de un punto en común con Fawcett. De hecho, este último fue el modelo en el que se basó Arthur Conan Doyle para crear al profesor Challenger, el icónico protagonista de El mundo perdido. Lo mismo sucedió con Charles F. Muntz, el villano de la película Up, y con el viejo explorador Ridgewell, una de las figuras más conocidas de esa estupenda aventura de Tintín que es La oreja rota.

Por suerte, la adaptación al cine que nos presenta James Gray respeta el espíritu del libro de David Grann, quien se empeñó en humanizar las decisiones de Fawcett, incluso aquellas que hoy nos pueden parecer más propias de un lunático.

Aunque evita reflejar en pantalla la propia peripecia de GrannGray se ciñe a los hechos históricos. Es cierto que lo hace con alguna que otra libertad, y que el último tramo no incluye muchas situaciones que Grann explora con minuciosidad, pero podemos decir que el Fawcett que vemos en pantalla, sólidamente encarnado por Charlie Hunnam, se parece bastante al Fawcett de la vida real: magnético, decidido, obsesivo, intransigente y visionario.

Sin duda, este explorador fue un tipo muy complicado, y hay pruebas sobradas de su volcánica imaginación. La suya fue una fantasía que quizá en algún caso le jugó malas pasadas ‒como cuando describió en 1906 animales desconocidos para la zoología, como una anaconda de 18 metros‒, pero que también le permitió consolidar teorías tan sugestivas como la que da título al libro y a la película: esa ciudad perdida en el Mato Grosso brasileño, último vestigio de una exuberante y misteriosa civilización.

La película transmite todos los matices de esa personalidad fascinante y refleja bien la escala de su aventura, pero sin caer en una épica irreal, sino a través de un dramatismo verosímil y conmovedor. Ello se debe, en buena medida, a las interpretaciones de Hunnam y de sus compañeros: Robert Pattinson, que da vida al lacónico Henry CostinSienna Miller, que interpreta con mucha inteligencia a la esposa de FawcettNina; y Tom Holland, que encarna sin problemas al hijo del explorador.

A lo largo del metraje nos encontramos a otros robaescenas como Angus Macfadyen, en la piel del complejo James MurrayIan McDiarmid, como Sir George Goldie, cabeza visible de la Royal Geographic Society; y el siempre admirable Franco Nero como Barón de Gondoriz, un hacendado de gustos sofisticados, cuyas propiedades se extienden por el territorio cauchero.

Desde el punto de vista narrativo, la cinta no esconde sus influencias más poderosas. Por un lado, está claro que Gray añora a David Lean, pero por otro, su inmersión en la selva amazónica es heredera de Werner Herzog, que ya exploró estas latitudes ‒y una parecida temperatura emocional‒ en Fitzcarraldo y Aguirre, la cólera de Dios.

Contribuye a esa impresión ‒entre alucinante y metafísica‒ la espléndida fotografía de Darius Khondji, que emplea el celuloide de 35 milímetros como se hacía en los viejos tiempos, antes de que la corrección digital de cada fotograma se convirtiera en una rutinaria costumbre.

Sinopsis

El extraordinario empeño de toda una vida de Percy Fawcett por descubrir una civilización perdida empezó llamando la atención de David Grann mientras se documentaba para un libro sobre Sherlock Holmes. El autor residente en Brooklyn y redactor de plantilla de la revista New Yorker se fijó en ciertas referencias a Fawcett como el explorador real que inspiró a Sir Arthur Conan Doyle para escribir su novela de aventuras fantásticas El mundo perdido.

«La historia de Fawcett poseía toda una serie de elementos fascinantes -misterio, obsesión, muerte, locura- así como interés intelectual», opina Grann. «Me di cuenta de que la historia me tenía totalmente atrapado cuando le dije a mi mujer que estaba pensando suscribir otro seguro de vida y seguir el rastro de Fawcett por el Amazonas».

La decisión de Grann de seguir los pasos de Fawcett por la selva llegó tras encontrar toda una serie de documentos privados del explorador en una casa que pertenecía a la nieta de Fawcett en Cardiff, Gales. «Me hizo pasar a una habitación trasera, abrió un viejo cofre y en su interior había diarios polvorientos con la encuadernación destrozada», recuerda el autor. «Fawcett escribía con una letra diminuta y casi en código, porque no quería que sus rivales descubrieran la ciudad perdida antes que él. Me llevó una eternidad descifrarlos, pero esos diarios y cuadernos hechos trizas contenían pistas increíbles que desvelaban la ruta clandestina que siguió en busca de Z».

Durante su propio viaje al Amazonas, Grann conoció a un miembro de la tribu indígena bakairi, que tenía al menos 100 años, y que recordaba haber visto a Fawcett cuando no era más que una niña pequeña. «Seguro que es la última persona que queda viva que lo vio», asegura. «Comentó que se sintió fascinada: ¿Quiénes eran esas personas y por qué se estaban internando en la selva?»

A la hora de extrapolar el misterioso destino de FawcettGrann se basó en las historias orales trasmitidas de generación en generación por los indios kalapalo con los que se topó en la cuenca sur del Amazonas. «En su historia oral, le dijeron a Fawcett: ‘No vayas al este, porque allí es donde viven los indios feroces’, pero él insistió en dirigirse al este. Durante varios días, siguieron viendo la fogata del campamento de Fawcett alzándose entre los árboles de la selva, y de repente un día se apagó. La tribu fue a investigar y encontraron el campamento, pero ya no había rastro alguno de Fawcett«.

El viaje de la página a la pantalla

En 2005, las aventuras de Grann por el Amazonas quedaron recogidas en un artículo para The New Yorker. Dicho artículo, titulado «The Lost City of Z (La ciudad perdida de Z)», se publicó en el número correspondiente al 19 de septiembre de 2005. «Pasé muchos meses trabajando en ese artículo, escribí unas 20.000 palabras», comenta. «Y entonces sucedió algo interesante. Siempre que acababa una historia para New Yorker, no quería volver a saber nada del tema; no quería volver a pensar en él. Esta era la primera vez que terminaba un artículo y eso no hacía más que aumentar mi obsesión en lugar de saciarla. Seguía teniendo preguntas. Había lugares a los que todavía quería ir. Seguían abriéndose puertas y entonces fue cuando pensé: ‘Tengo que convertir esto en un libro'».

Cuatro años más de intenso trabajo acabaron dando como resultado La ciudad perdida de Z (Doubleday, 2009). El relato ampliado de Grann logró alcanzar el primer puesto en la lista de superventas y, en 2009, el New York Times lo eligió como uno de los diez mejores libros del año. Después de que la productora Plan B Entertainment se hiciera con los derechos, su cofundador Brad Pitt invitó al guionista y director James Gray a que adaptara el libro para la gran pantalla. «Me quedé encantado al ver lo que James Gray había creado a partir del material», asegura Grann. «Creo que el libro y la película se complementan mutuamente de forma maravillosa».

El hombre y el mito

Aunque Fawcett desapareció sin dejar rastro en 1925, su leyenda continuó en forma de ficción, empezando por el personaje del profesor Challenger de El mundo perdidoSir Conan Doyle se inspiró en Fawcett, de quien era buen amigo, para crear al intrépido héroe de su novela de 1912. El profesor Challenger reapareció en la película muda homónima de 1925 y, en 1960, el actor Claude Rains le dio su propio giro al explorador británico inspirado en Fawcett en la película de Irwin Allen El mundo perdido.

El libro de Conan Doyle inspiraría más adelante al autor superventas Michael Crichton a escribir Parque Jurásico, que se convirtió en todo un fenómeno cultural con la taquillera adaptación que realizó Steven Spielberg en 1993. Crichton rindió homenaje de forma más directa al clásico de Conan Doyle a la hora de poner título a su secuela, adaptada por Spielberg en 1997 en El mundo perdido (Jurassic Park).

Además, hay quien ha sugerido que el personaje ficticio de Indiana Jones guarda cierto parecido con Fawcett y tal vez se inspirara en él. Aunque nunca se ha confirmado oficialmente, la editorial de la serie de libros infantiles de Indiana Jones buscó establecer un vínculo aparentemente autorreferencial entre los dos aventureros. En el libro de 1991 Indiana Jones y los siete velos, publicado tras el estreno de la trilogía original de Spielberg sobre Indiana Jones, el arqueólogo del látigo viaja hasta el Amazonas tras descubrir escritos secretos de Fawcett que recogían su búsqueda de una ciudad perdida.

No obstante, buena parte del halo de misterio que envuelve a Fawcett procede de su relato de primera mano de la expedición de 1925. «En su última expedición, cuando fue en busca de la ciudad perdida de Z, Fawcett escribió despachos que entregaba a indígenas a los que se encontraba en la selva», explica el autor Grann. «Llevaban esos despachos hasta algún asentamiento y, al final, acababan llegando a alguna ciudad, donde se podían transmitir vía telegráfica».

Los periódicos que respaldaban la expedición de Fawcett cautivaron a millones de lectores con sus misivas desde la selva. «Todo el mundo seguía la expedición de Fawcett, hasta que de repente dejaron de llegar los despachos», comenta Grann. «La gente se preguntaba qué podía haber pasado. ¿Estaba demasiado embelesado con Z como para regresar? Esa curiosidad generó una enorme cantidad de folklore. Hubo obras de teatro. Hubo baladas. Hay incluso un cómic de Tintín [La oreja rota] en el que aparece el personaje de Fawcett. Ocupó un lugar preponderante como una especie de figura mítica».

Tal vez el atractivo de Fawcett también se pueda atribuir a los enormes sacrificios que realizó el explorador. Durante la Primera Guerra Mundial, su vista quedó dañada durante un ataque con gas venenoso, mientras comandaba un batallón de soldados en los campos de batalla de Francia. Fawcett también sufrió a manos de la comunidad académica inglesa. «La comunidad científica rechazó a Fawcett y consideró sus ideas disparatadas», prosigue Grann. «A causa de los prejuicios raciales, la gente en Inglaterra dio por sentado que los indígenas americanos no serían capaces de crear una gran civilización. En muchos aspectos, eso impulsó a Fawcett a demostrar a los escépticos que se equivocaban».

En el terreno personal, Fawcett pagó un precio muy alto por perseguir su sueño de la ciudad perdida, porque rara vez pasó tiempo en casa con su mujer y sus hijos. «La obsesión de Fawcett exigió unos sacrificios tremendos», comenta el actor Charlie Hunnam, que interpreta a Fawcett en la película. «Se marchaba tres o cuatro años seguidos cada vez, básicamente abandonando a su familia». Y en la selva tropical, Fawcett sufrió dificultades sin quejarse, mientras docenas de sus seguidores morían de malaria y otras enfermedades propias de la selva. «Caminaba 18 horas diarias, con un tiempo horrible, sin nada que comer, pero Fawcett nunca sucumbió», observa maravillado Hunnam. «Nunca enfermó de fiebre amarilla, nunca lo atacó ninguna serpiente. Es como si fuera indestructible».

Declaración de James Gray, guionista y director

«Mientras Z, la ciudad perdida realizaba su largo y arduo viaje a la gran pantalla, el filme se convirtió en una especie de obsesión para mí, lo que resulta apropiado, supongo, dado el tema que trata. La preocupación de Percy Fawcett con el Amazonas y sus pueblos se debió a muchos factores, y su historia está marcada por giros y sorpresas increíbles. Pero cuando leí el libro de David Grann, una idea me resultó especialmente digna de analizar: se trataba de una persona para la que la búsqueda lo era todo. Su sueño de descubrir una antigua civilización amazónica lo sustentó mientras sufría dificultades inimaginables, el escepticismo de la comunidad científica, traiciones sorprendentes y años enteros alejado de su familia.

La película también trata temas de clase, así como la dificultad que tienen ciertos individuos para encajar cómodamente en la sociedad. Además, me sentía igualmente fascinado por la lucha interna de Fawcett. Con la misma frecuencia con la que se encuentra en desacuerdo con los estamentos militares y científicos británicos, se ve también sumido en un conflicto interno: un ambicioso oficial del ejército, resentido por tener que realizar una misión aparentemente sin importancia; un abnegado padre de familia y patriota que se convierte en un aventurero inquieto; un soldado meticuloso y pragmático que alberga una creencia casi espiritual en la existencia de Z.

Como suele pasar en mis películas, Z, la ciudad perdida examina la dinámica de la familia. Me atraía especialmente el vínculo inquebrantable entre Percy y su devota esposa, Nina, así como el complejo lazo que une a Percy con el mayor de sus hijos, Jack, que de niño se siente resentido por la ausencia de su padre, pero más tarde lo acompaña en la que acaba siendo su última expedición.

Por último, está la relación entre Percy y la propia selva, que se convirtió en un personaje central del filme. Rodamos las escenas de la Amazonia en lo más profundo de la selva tropical de Colombia. Y aunque las dificultades que tuvieron que soportar nuestro reparto y equipo no fueron nada comparadas con las privaciones sufridas por Fawcett y sus hombres, sí que tuvimos que afrontar un buen número de problemas, desde serpientes a brotes de fiebre del dengue. Como neoyorkino, me sentía tan fuera de mi elemento como me parecía posible. Decidimos filmar en película de 35 mm (algo que he hecho en todos mis títulos hasta ahora), pero eso resultó ser especialmente complicado en mitad de la selva. Lo remoto de las localizaciones obligaba a llevar volando la película expuesta miles de kilómetros para procesarla y montarla, lo que significaba que no veíamos lo filmado cada día hasta una semana más tarde. Aun así, al final, creo que la autenticidad de esos exteriores hizo que todo mereciera la pena.

En la actualidad, puede resultarnos difícil imaginarnos un mundo en el que aún quedaban vastas extensiones de territorio inexplorado, pero algunas cosas no han cambiado desde los inicios del siglo XX. Para mí, el tema más universal y atemporal presente a lo largo de todo el metraje de Z, la ciudad perdida es que, tal como dice Fawcett en la película, «estamos todos hechos de la misma arcilla». No hace falta más que poner las noticias para darse cuenta de que la lucha de la humanidad por superar nuestras diferencias no ha perdido, lamentablemente, ni un ápice de relevancia».

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Plan B Entertainment, Keep Your Head Productions, MICA Entertainment, MadRiver Pictures, Amazon Studios, Bleecker Street. Cortesía de eOne Films Spain. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.