Una de las consecuencias de convertirse en mito es que ya no importan los orígenes, sino la supervivencia en el imaginario colectivo. Así, a los más entusiastas de Tarzán acaso les importen algo sus raíces literarias, pero el común de los mortales se conformará con que el Rey de la Selva reaparezca de cuando en cuando, sin perder la dignidad en nuestra memoria.
En este sentido, hay dos formas de aproximarse a La leyenda de Tarzán. Si usted, lector, ha leído las novelas que consolidaron la fama del personaje ‒empezando por la primera, publicada por el incansable Edgar Rice Burroughs allá por 1912‒, pensará que ésta ha sido otra ocasión perdida para todos aquellos que soñamos con una versión fiel de los libros originales: un destilado de pulp en estado puro. Pero seamos claros, la fidelidad literaria no es una moneda de cambio en Hollywood, y tampoco tiene por qué serlo.
La segunda aproximación, más recomendable, nos conduce a preguntarnos si el film de David Yates cumple con sus objetivos. Y créanme, lo consigue. Otra cosa es que todos esos propósitos sean igual de consistentes.
Yates quiere ofrecernos un espectáculo ligero, entretenido, cargado de persecuciones y peligros, sustentado en un repertorio imponente de artificios digitales. Esa meta, desde luego, queda superada, y en este sentido, La leyenda de Tarzán es una película veraniega de manual, idónea para pasar un buen rato.
El aspecto más problemático es la actualización del personaje. Se me ocurren pocas figuras más políticamente incorrectas que el Tarzán de Edgar Rice Burroughs, y pocas más ceñidas a la moderna corrección política que el Tarzán de Yates, convertido aquí en un paladín anticolonial.
El mayor adversario del héroe (Alexander Skarsgård) es un personaje histórico, Léon Rom (Christoph Waltz), uno de los administradores más feroces del Congo en los tiempos en que el rey Leopoldo II de Bélgica esquilmó brutalmente a ese país. El carismático Rom fue convertido por Joseph Conrad en Kurtz, ese personaje que incluyó en su novela El corazón de las tinieblas (1899) y que, en la adaptación vietnamita qiue Coppola hizo de dicho libro, se reencarnó en el Marlon Brando de Apocalypse Now.
En manos de Yates, Rom adquiere los rasgos del clásico villano del pulp: cruel, ambicioso y con una perversa elegancia. Sin embargo, pese a la fantasía de la trama, Rom sirve para trasladar una denuncia del intervencionismo colonial, tan intensa que a veces da la impresión de que el guión se olvida de Burroughs y prefiere citar otro título que está en la trastienda de esta película, El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild, un ensayo en el que aparecen varios de los personajes y acontecimientos que utiliza Yates.
Sigamos con la historia real. Samuel L Jackson, el alivio cómico del film, también da vida a una figura auténtica, muy elogiada por Hochschild: George Washington Williams, un soldado de la Guerra Civil americana que visitó el Congo Belga en 1889 y denunció las atrocidades allí cometidas.
Es evidente que lo que más nos debería importar es la dinámica aventurera que se establece entre Tarzán y Jane (Margot Robbie, evitando ser vista como la damisela en apuros). Sin embargo, Yates se esfuerza en lograr que la polémica que hubiera despertado el original de Burroughs desaparezca de este producto, de forma que ni un solo colectivo pueda sentirse incómodo.
En definitiva, este es un Tarzán antirracista, anticolonialista y ecologista, tres actitudes que en la vida real debemos compartir, pero que no garantizan el arraigo de un gran personaje en la ficción. De hecho, me temo que a fuerza de sanear al rey de la jungla, éste se ha quedado sin demasiada substancia.
Para entendernos, el Tarzán original vendría a ser un guerrero en el corazón de África, y el encarnado por Skarsgård… bueno, se presenta como un héroe de cómic moderno, pero al final queda un tanto descafeinado.
Sinopsis
Han pasado años desde que el hombre una vez conocido como Tarzán (Skarsgård) dejara atrás las junglas de África para vivir una vida burguesa como John Clayton III, Lord Greystoke, con su amada esposa, Jane (Robbie) a su lado. Y ahora, le han invitado a volver al Congo para servir como emisario comercial del Parlamento, desconociendo que es un peón en una terrible encrucijada de avaricia y venganza planeada por el Capitán belga Leon Rom (Waltz). Pero aquellos detrás de la trama homicida no tienen ni idea de lo que están a punto de desencadenar.
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