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«Viaje a Italia» (1988), de Cosey

El viaje ha sido una constante en la historia del hombre. Se ha viajado por muchos motivos, pero uno de ellos ha sido la búsqueda de nuevos horizontes, dejar atrás una vida insatisfactoria, un amor perdido, una tragedia… y encontrar algo en tierras lejanas, no se sabe qué, con la propiedad de renovarnos interiormente, curar nuestras heridas, ofrecer nuevos objetivos y desafíos y un sentido nuevo a nuestra existencia.

El autor suizo Cosey lo sabe bien. Gran aficionado al viaje –sobre todo Asia, continente al que ha recurrido, directa o indirectamente, en varios de sus álbumes–, sabe que situarse en un ambiente extraño y vivir experiencias poco familiares es una excelente manera para conocer a aquellas personas que te acompañan… y a uno mismo. Ese concepto forma el corazón de Viaje a Italia.

Arthur no es el mismo desde que volvió de Vietnam. Tiene problemas con la bebida, no puede dormir, no soporta el matrimonio con una enfermera que conoció en Asia, su comportamiento es errático y no consigue centrarse ni conectar emocionalmente con nada. Sin saber bien qué quiere ni hacia dónde se dirige, decide cortar con todo, abandona a su mujer, se marcha de casa y aprovecha la invitación de Ian Fraschetti, su caradura y trapisondista amigo de la infancia y camarada de armas en Vietnam, para viajar al sur de Italia. En un ambiente completamente ajeno a su norteamericana existencia, la mente de Arthur empieza poco a poco a ver más claro merced a la recuperación de los lazos de amistad y amor que en su infancia y adolescencia unieron a ambos hombres con Shirley, una alocada muchacha que ahora postula para monja y que trata de hallar un hogar para Keo, una niña huida del infierno de la guerra que asola Camboya.

El autor suizo Cosey nos invita a acompañar a Arthur, Ian, Shirley y Keo en una aventura vital que les cambiará profundamente, pero que es tratada con contención intimista y con el objetivo de transmitir estados de ánimo mediante el ritmo, las pausas, el paisaje y la luz. Ambos amigos tomarán conciencia de su edad, de que sus tiempos de activistas hippies han quedado sepultados por los achaques y el cinismo; recordarán cosas sobre sí mismos y sobre el otro; aflorarán viejas heridas y resentimientos y fijarán nuevas metas.

Es, en definitiva, un viaje por la bella costa italiana, pero también un tránsito emocional que marcará un antes y un después para todos los implicados.

Resulta sobresaliente la maestría y sencillez con la que Cosey construye unos personajes absolutamente verosímiles. No hay heroicidades, hazañas ni grandes acontecimientos; sólo una historia muy humana que, precisamente por eso, por no recurrir a arquetipos conocidos (héroes, villano, novia) ni sensiblería emocional resulta más difícil de elaborar.

De hecho, la trama discurre al principio de forma algo irregular, dispersa, desnortada incluso, reflejando la propia desorientación de Arthur. Las cosas cambian cuando, por fin, en el último tercio del primer álbum, los tres antiguos amigos se reúnen y la narración lineal de su viaje empieza a alternarse con flashbacks que nos revelan los secretos y emociones escondidos en la complicada relación a tres que mantuvieron en su juventud y que infligió heridas aún no cerradas.

La última parte del segundo álbum es una sobria y perfectamente elaborada narración que nos muestra las consecuencias del viaje una vez Arthur e Ian han regresado a Estados Unidos. Para uno, el viaje será el comienzo del final, el origen de un infierno personal; para el otro, el inicio de una nueva y satisfactoria vida que jamás hubiera podido imaginar al comienzo de su peregrinaje y con la que podrá redimir sus pasados errores. Y el final, maravilloso, agridulce, nos muestra con tanta sobriedad como belleza el sacrificio definitivo: renunciar a la propia felicidad para que una persona querida pueda alcanzar la suya.

Cosey tiene un dibujo realista, claramente deudor de la línea clara (sus primeros trabajos los realizó como ayudante de Derib), con un trazo limpio, capaz de llenar de detalles sus viñetas sin que por ello resulten recargadas o amaneradas. Su fuerte no son tanto las figuras humanas como los paisajes y las escenas de ambiente, que no sólo sabe retratar con fidelidad, sino utilizarlas con efectos dramáticos para reflejar el tono emocional de cada momento. Así, por ejemplo, los luminosos paisajes abiertos, el ambiente hospitalario y desenvuelto de la Italia mediterránea coinciden con los momentos más felices de la historia, mientras que los pasajes que transcurren en Estados Unidos, mayormente urbanos o invernales, transmiten soledad, distanciamiento y desarraigo; de la misma forma, los flashbacks están coloreados con tonos tostados, como si de una película envejecida se tratara. Lo mismo se puede decir del montaje, en el que se dan cita una amplia variedad de planos y formas de viñeta de acuerdo con la situación que se quiere narrar.

Los dos álbumes de Viaje a Italia proponen un cómic intimista, elegante e inteligente, en el que los diálogos tienen tanta importancia como los silencios y cuyo disfrute y pleno entendimiento exigen de una lectura y reflexión atentas. Una historia melancólica y pausada sobre el poder sanador del viaje, la incomunicación, la redención, el lastre del pasado sobre el presente y el potencial del futuro.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".