De tres elementos está hecha la obra de James Shapiro: el conocimiento cabal de la literatura shakespeariana, la comprensión del momento histórico en que ésta llegó al público y la amenidad narrativa que le permite transformar una imponente documentación ‒que sería apabullante en otras manos‒ en un ensayo que leemos con extraordinaria ligereza.
Diez años después de publicar otro libro que comparte con éste un aire familiar, 1599: Un año en la vida de William Shakespeare (2005), Shapiro nos sumerge, una vez más, en un momento muy significativo en la existencia del Bardo. Situémonos: Shakespeare ha cumplido 42 años y como copropietario del Teatro Globe ya puede presumir de cierta prosperidad económica. En su escritorio van a apilarse tres obras que ha de estrenar en breve plazo: El rey Lear, Macbeth y Antonio Cleopatra.
Jacobo I ocupa el trono, y bajo su reinado, se abren nuevas perspectivas coloniales con la fundación de Jamestown, en Virginia.
En un plano más inquietante, un nuevo brote de peste se adueña de Londres, al tiempo que las repercusiones de la Conspiración de la Pólvora aún son evidentes para el pueblo, consciente de que la división religiosa no es, ni mucho menos, un asunto del pasado.
Dado que el teatro era por aquellas fechas el espejo y el altavoz de las emociones colectivas, Shapiro decide ‒y consigue‒ plasmar en su ensayo el pensamiento de Shakespeare durante el periodo jacobino. Haciendo un alarde de erudición, en el que se alternan historia y literatura, el autor nos detalla con gran colorido narrativo las diversas formas en que Shakespeare trató de afianzar su porvenir, atrapado en un momento en el que, por descontado, los habitantes de Londres aún debían subirse a una imaginaria empalizada para defender a la ciudad de cuanto la amenazaba.
Pese a que hoy podamos verlo como un creador señalado desde la cuna por el dedo índice de Dios, Shakespeare interviene en estas páginas con una apariencia profundamente humana. De hecho, escribe sus nuevas obras pensando en la conmoción política y social por la que pasa su país, cifrada en la posibilidad de un regicidio y en la persecución paranoica de los conspiradores católicos.
A la hora de manejar todos estos ingredientes, Shapiro logra un equilibrio magistral entre la pesquisa académica y la divulgación. Así, los pasajes casi novelescos se alternan con reflexiones de gran hondura sobre el modo en el que los acontecimientos históricos se filtraron en la creatividad shakespeariana.
Contagiadas por el clima envenenado de aquel año ‒que el ensayista plantea como un giro en la mentalidad nacional‒, El rey Lear y Macbeth pueden ser interpretadas a partir de claves muy enriquecedoras. Hemos de agradecérselo a este magnífico libro, una verdadera fiesta para los estudiosos y admiradores del Cisne de Avon.
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Sinopsis
El año de Lear ofrece un íntimo retrato de uno de los momentos más inspirados en la carrera de William Shakespeare, un año excepcional en el que terminó de escribir El rey Lear y emprendió la escritura de otras dos grandes tragedias: Macbeth y Antonio y Cleopatra. El año 1606 fue extraordinariamente creativo para Shakespeare, pero terrible para Inglaterra. Las tragedias que Shakespeare escribió ese año fueron producidas bajo la sombra de la peste y del fallido complot para asesinar al rey Jacobo I y a los dirigentes políticos y religiosos de la nación. Como muestra James Shapiro, las tres obras maestras de Shakespeare están profundamente determinadas por esa época. En Inglaterra, gobernada por un rey escocés, existían serias divisiones políticas y religiosas. El rey Lear es una obra que trata sobre «la división de los reinos», mientras que el acontecimiento crucial en Macbeth es el asesinato de un rey escocés. Shakespeare, en profunda sintonía con los conflictos culturales de su época, los encaja en el tejido de sus tragedias.
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