Desdichado pero brillante, irregular pero popular, norteamericano pero de extravagante procedencia valenciana, la doble memoria de fechas capotianas ha dado más con el personaje que con el escritor.
Soy un lector constante de sus libros, pero no exhaustivo. Sé que su obra magna era una panorámica social de su país pero que ha resultado fragmentaria. Me detengo en una cuestión de género y no por una temible consideración académica, sino porque me parece que la búsqueda inconsciente y el hallazgo lúcido de los géneros tal vez híbridos, son los más altos méritos del escritor Capote.
No me refiero a su previsible Desayuno en Tiffany’s sino la imprevisible iniciación de El arpa de hierba, la implacable crónica de A sangre fría y la serie de miniadas obras maestras del póstumo Música para camaleones, observaciones irónicas de retratos puntuales, caricaturas, mínimos sucesos, en síntesis: un texto en busca de género.
Propongo que es en este punto de riesgo donde se instala el mejor Capote. Es el escritor que se pone a hacer una crónica y se encuentra con una novela negra, que se apunta a una reminiscencia autobiográfica y se topa con una novela educativa, que hilvana una colección de frivolidades y se halla en medio de una crítica de costumbres.
Hubo antepasados ilustres en esta aventura de lo imaginario. El duque de Saint-Simon, en el siglo XVII francés, se propuso dar estado público a una multitud de corrillos y le salió una descripción del sistema social señorial, hoy materia de historiadores. Euclides da Cunha era un ingeniero de ferrocarriles brasileño que esbozó un esquema histórico del Brasil basado en las variantes climáticas de las regiones y se encontró con una epopeya milenarista, Los Sertones. Turguéniev obtuvo el permiso para describir las últimas veinticuatro horas de un condenado a muerte y debió redactar una tragedia y no un mero informe penal.
Crónica periodística y novela negra
Esto, en su medio y su fecha, le pasó a Capote con A sangre fría, que se programó como una crónica periodística y resultó una obra maestra de la novela negra, con todo el sinsentido y la invidente fatalidad del crimen.
Es cierto también que el texto se desluce al adherirle una monserga sobre la pena de muerte pero lo hecho queda hecho porque queda dicho.
La excusa de las fechas autoriza a pensar en Capote como una suerte de buscador de géneros. Es decir: un género no se propone porque no se tiene, sino que se lo encuentra porque se lo inventa.
Con ello encontramos una añosa verdad, la descrita por el filósofo napolitano Benedetto Croce: toda obra conseguida es sui generis, es decir un objeto singular que define su género y no un mero ejemplo singular de un género dado y predispuesto. Lo dicho: el creador da con el género, halla lo inesperado, inventa en el sentido radical de la palabra: dar con lo que no se busca y se reconoce sin conocerlo.
¿A qué género pertenecen textos como el Quijote y la Divina Comedia? ¿Y los inconclusos relatos de Kafka y de Proust? Y volviendo a Capote: ¿qué música bailan los camaleones?
Imagen superior: Truman Capote, en una imagen del documental ‘The Capote tapes’ (2010).
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