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«Cuerpo y poder», de Blas Matamoro

Si la fascinación central de la ficción es creer que los personajes imaginarios tienen una existencia verdadera, está claro que cualquier trampa o cualquier enigma de la Historia permiten novelizar el pasado. Por eso nos atraen tanto los impostores, sobre todo cuando los datos reales se dispersan y su máscara parece un rostro genuino. La misma razón nos lleva a ensimismarnos con las ilusiones y los delirios de quienes adornan su biografía con rasgos novelescos.

En esta melodía de la vida, el referente original se desvanece. Pero las variaciones –¿qué haríamos sin ellas?– adquieren protagonismo cuando se van tocando en distintos tonos, a distintas velocidades, o suministrando contrastes más o menos llamativos a ese tema principal con el que entran en juego.

El simulador, disfrazado, también inicia una conversación con su modelo. Al final, oye el Eco de sus propios pasos, pero proyecta una sombra que no le pertenece.

Una noción más amplia y mucho más fascinante y entretenida de lo que vengo diciendo puede encontrarse en Cuerpo y poder, un magnífico ensayo en el que Blas Matamoro atrapa al lector incluyendo en su programa, entre otras disciplinas, la historia, la literatura, la antropología, la música y el cine.

Ahí es nada.

No conozco a muchos ensayistas –de aquí o de allá– capaces de distribuir de ese modo piezas muy heterogéneas que luego, a medida que avanza la lectura, terminan encajando primorosamente. Matamoro es uno de los elegidos que pueden conseguirlo. ¿Erudición? De eso se trata.

Pese a las complicaciones del asunto, en Cuerpo y poder no hay notas académicas, alardes doctorales ni toda esa calderilla que se acumula en las monografías universitarias. Al contrario. Éste es un libro escrito a favor del lector, repleto de anécdotas, confidencias y revelaciones que aligeran el discurso y lo convierten en un bocado para curiosos.

Hasta ahora les he anticipado parte del temario, pero me faltan líneas para contarles todo lo que cabe encontrar en esta fiesta barroca.

Matamoro parte de una figura trágica, el Delfín francés, Luis XVII, víctima de la Revolución. A partir de ahí, el ensayista nos habla de los impostores que se hicieron pasar por el niño difunto. Alguno ya lo habrá supuesto: este tipo de regios embustes remite a una novela muy querida por el autor, El prisionero de Zenda, de Anthony Hope, y a su versión cinematográfica rodada por Ronald Colman.

El tema del impostor, entendido como un juego de manos del que puede salir cualquier asombro, remite a la teatralización de la vida pública, a la propaganda, a las modas en el vestir e incluso al ejercicio literario. «Escribir es desdoblarse entre quien escribe y quien es escrito», nos dice Matamoro.

Suma y sigue: uno de los alicientes de esta vida es imaginar, en cuerpo y alma, a figuras del pasado o de la fantasía libresca. Napoleón, por ejemplo: «¿Dónde fue a parar el genio napoleónico que reconoce Chateaubriand? –leemos– A la posteridad, a la admiración de los siglos». Son signos que lleva uno dentro, y que permiten a nuestra mente ordenar varios siglos de mitología.

En ese almanaque, la identidad siempre se mide con unos rasgos y con una apariencia. Viene a cuento de esto la siguiente afirmación. El cuerpo, entendido como un microcosmos, es un reflejo del mundo. El cuerpo desnudo o vestido: «Ambas cosas van juntas porque la cultura hace a la identidad del cuerpo y la cultura viste o desviste».

Podría seguir subrayando otros párrafos, pero acabo aquí, como si fuera el cliffhanger de un viejo serial, invitándoles a una lectura que –eso sí que puedo asegurarlo– disfrutarán de lo lindo.

Nota editorial

«El ensayo recupera la tradición de este género sin generalidades, que funda en la modernidad Montaigne, es decir: un relato al hilo del cual se van dando motivos de reflexión, donde el tema no está propuesto de antemano sino que surge de la narración misma y confía en lo que podríamos denominar razón narrativa, lo mismo que en la música aparece la tonalidad que se transforma en otra tonalidad por medio de la modulación» (Blas Matamoro)

El presente ensayo de Blas Matamoro tiene una motivación musical. Se presenta a la imaginación del escritor la imagen de un cuerpo que desaparece –el Delfín francés conocido como Luis XVII– y una serie de impostores que intentan sustituirlo. No se trata de un tema sino de lo contrario: de una variación que busca su tema, al revés que el clásico modelo musical de tema y variaciones.

De ahí en adelante, las variaciones se van deslizando unas a otras, como si modularan, y aparecen asuntos diversos: la identidad, la revolución, el bonapartismo, la historia, los historiadores, hasta que se asoma nuevamente el cuerpo en aspectos concretos e históricos como la dualidad limpio-sucio, la vestimenta, los afeites, la cultura gimnástica, para rematar en los cuerpos incorpóreos de la literatura, descripciones de cuerpos de unos personajes que nunca veremos y sólo conocemos por signos, según ocurre con la música, que es la más corporal de las artes, porque interesa a todo nuestro cuerpo, pero es también invisible.

Entre esos cuerpos que constituyen, al fin, el tema oculto de las variaciones anteriores, se da el más importante, una de las figuras míticas decisivas de la historia, Jesucristo, resucitado en carne gloriosa pero, al mismo tiempo, ausente de su sepulcro, como el Delfín de Francia. Si se admite otra analogía con la forma musical señalada, estamos en presencia del remate o coda de las variaciones que terminan instaurando el tema: el cuerpo y sus vínculos con los poderes, el propio y los ajenos.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.