Hay cómics soberanos que son una invitación a leer más. Así, Ciudad Rota, del guionista Brian Azzarello y el ilustrador Eduardo Risso, invita a explorar la novela negra de autores como James Ellroy y Michael Connelly.
Eso sí, la comparación del texto de Azzarello con los dos novelistas citados es un tanto excesiva porque en Ciudad rota lo que prima es la forma, no el fondo, por más que el hilo conductor sea la voz en off de un Batman convertido en detective hardboiled.
El Hombre Murciélago, más irónico y asqueado que de costumbre, investiga la muerte de Elizabeth Lupo. En su agenda, el primer testigo a interrogar es Killer Croc, aunque sea sin el protocolo y el respeto a los derechos humanos que se impone en las comisarías.
Si de algo está convencido Batman es de la culpabilidad del hermano de Lupo, Angel. Esto es lo que deduce –¿equivocadamente?– después de hablar con la amante del sospechoso, Margo Farr. Para redondear la investigación, el Caballero Oscuro debe relacionarse con tipos tan deleznables como el Pinguino y el Ventrilocuo, bajo la atenta mirada del detective Crispus Allen.
Por supuesto, no será tan sencillo como parece.
Sin duda, es más atractivo ese descenso de Batman a los infiernos del crimen que la subtrama protagonizada por un crío en estado de shock, cuyos padres han perecido del mismo modo en que lo hicieron los progenitores de Bruce Wayne.
En cierto modo, hay un aire de familia entre Ciudad rota y la saga Sin City, de Frank Miller. Este amargo relato noir tiene todos ingredientes que le gustan al viejo Miller, incluida la narración en primera persona del protagonista.
Con una intensidad irregular, la obra se sostiene sin necesidad de que afloren demasiadas comparaciones con la mejor creación de Azzarello y Risso, 100 balas.
Aunque rezuma carisma, Batman es aquí un depredador insomne. Un guerrero que parece sostenerse en pie con metanfetaminas y malos recuerdos.
La ira es su precepto moral. Por eso mismo, aunque tenga fuentes confidenciales en la Oficina del Fiscal del Distrito, está dispuesto a destrozarle la vida a quien se interponga entre él y los culpables. Y que nadie se atreva a darle la espalda.
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