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«Museo de los brujos, magos y alquimistas», de Émile-Jules Grillot de Givry

Hubo un tiempo en el que fui una académica ortodoxa. Mientras duró ese tiempo NUNCA me habría comprado este libro porque mis (absurdos) prejuicios adquiridos me lo habrían impedido. Pero resulta que todo cambió cuando llegaron #lasDiosas, aka, Remedios Varo y Leonora Carrington. Empecé a descubrir universos nunca antes imaginados. Empecé a comprarme libros que jamás se me habría ocurrido comprar. Por ejemplo, #elGrillotDeGivry. Al día siguiente de hacerme con una copia, escribí lo siguiente:

1. Resulta que todos los machirulos surrealistas eran unos fascinados por el esoterismo vario. Leían todo lo que caía en sus manos sobre magia, alquimia, tarot. Se reunían en sórdidos cafés y elaboraban toda suerte de teorías variopintas. Uno de sus libros de cabecera fue Le Musée des Sorciers, Mages et Alchimistes (París, 1929), de Grillot de Givry, ocultista parisino que había estudiado con los jesuitas y se había interesado, desde muy joven, por la alquimia, llegando a traducir al francés la obra completa de Paracelso.

2. Bien. Resulta que la Rey Bueno tiene un grave problema: es obsesiva compulsiva en el consumo de datos. Es decir: que o me hacía con el libro o me mataba la ignorancia. Vale, pues. Compro el libro. Tras una serie de vicisitudes varias, que me ahorraré relatar, llega el susodicho Museo de los brujos, magos y alquimistas. Edición de Martínez Roca, la clásica editora de libros esotéricos de este país nuestro. Publicada en 1991. Observo la portada. Y pienso: no puede ser ¡no puede ser! ¿Qué es lo que no puede ser, diréis? Pues no puede ser que, de todas las posibles imágenes que se podían elegir para ilustrar el Museo de Givry se eligiera ésa, precisamente ésa. ¿Y cuál es ésa? Pasemos al siguiente punto…

3. Naissance de la Matière (1940), de Víctor Brauner. Brauner, el ocultista por excelencia, el surrealista rumano que sabía más de alquimia que todos los Breton, Ernst y Éluard juntos. El nacimiento de la materia, Brauner de mi vida… la quintaesencia, el quinto elemento, la sustancia elaborada a partir de los cuatro elementos clásicos, liberada de toda impureza, portadora de la inmortalidad…

4. Mi vida, ese cúmulo de circunstancias inverosímiles. Mi blog alquímico se llama(ba) Quintaessentia. Mi imagen bloguera, desde el inicio de los tiempos, ha(bía) sido la quintaesencia de Leonhard Thurneysser. La colección de libros de historia de la ciencia que imaginé y ayudé a crear llevaba ese grabado renacentista en la contraportada. Una imagen que me fascina, de una belleza increíble, símbolo de la unión de contrarios, símbolo del andrógino, imagen de la perfección alquímica por excelencia. La imagen, no cabe duda, en la que se inspiró Brauner para crear su Nacimiento de la materia.

5. Leonhard Thurneysser, erudito suizo, nacido en Basilea, hijo de un joyero, experto alquimista y diestro en el arte de elaborar medicamentos alquímicos. Profundamente influenciado por Paracelso, escribió una obra dedicada a la elaboración de la mítica quintaesencia alquímica, donde se incluye el grabado mencionado. Leonhard Thurneysser, cuyos conocimientos alquímicos le llevaron, directamente, a la corte del archiduque Fernando del Tirol, el primo favorito de Felipe II. Dos primos que compartían pasión por el coleccionismo y la alquimia. Uno, en su palacio de Ambras; el otro, en su monasterio palacio escurialense. Pero la cosa no queda ahí, no…

6. Fernando del Tirol se enamoró, loca y perdidamente, de Philippine Welser, perteneciente a la familia de los Welser de Augsburgo, los más poderosos mercaderes de la Europa de su tiempo que, junto a los Fugger, financiaron la política imperial de Carlos V y Felipe II. Fernando decidió casarse con Philippine, pese a la negativa expresa de su muy imperial familia. Renunció a sus derechos al trono, para sí y para sus hijos. Y se casó. Vaya que si se casó. Se casó con una de las mujeres más increíbles de aquella Europa, y mira que las hubo. Una mujer que, como tantas otras, hacía sus propios experimentos alquímicos. Un mujer que dejó, para la posteridad, su propio recetario terapéutico. Una mujer, Philippine, que contrató los servicios de Thurneysser…

7. Entre los muchos objetos coleccionados por Fernando del Tirol se encuentra el llamado Penacho de Moctezuma. Dicen que fue enviado por Cortés a Carlos V: símbolo de la rendición de un monarca, que hacía entrega de sus atributos al monarca vencedor. A saber si era realmente de Moctezuma, pero así se ha considerado durante siglos. Una muestra impresionante de arte plumaria precolombina, conservada actualmente en Viena y que ha sido reclamada, no pocas veces, por el estado mexicano, su propietario natural.

8. México. En México se cierra este círculo. Porque México acogió a Remedios Varo, mi Emplumada, que vivió uno de sus romances más apasionados con Víctor Brauner. Una relación rota, bruscamente, por la entrada de las tropas nazis en el París de 1940. En uno de los meses de junio más hermosos vividos en París, un mes de junio soleado, brillante, que poco hacía presagiar la tragedia que estaba a punto de desencadenarse. Un mes de junio en el que Remedios tuvo que huir. Huir, por segunda vez en apenas tres años, de una guerra que parecía perseguirla allá donde fuera. Marchó con lo puesto, pero guardó, para siempre, hasta el final de sus días, un cuadro y un puñado de cartas salidos de las manos de Brauner, esas manos que conocían, al detalle, cada centímetro de su cuerpo… «Mi querida Remedios… tu andar es como un vuelo sutil y como el de los pájaros o las mariposas en lo alto del firmamento… tus cabellos son las raíces de las estrellas invisibles… es tu cabellera líquida o más bien una llama líquida que lame el aire que rodea los objetos que yo quiero ser… el color de la fragancia de tu piel está aromatizado por un distante gusto oriental… tu cuerpo en movimiento tiene el sonido del viento suave que se llama céfiro o la ligereza de una cascada pequeña llena de truchas. Recibe, querida Remedios, el humilde homenaje de tu Víctor que se recuesta para contemplar su vida entera…»

Todo esto, pensado en cinco segundos, mientras observaba, alucinada, la portada del museo de brujos… que, en realidad, de lo que habla es de brujas.

Émile Jules Grillot, conocido como Grillot de Givry, estudió música y lenguas orientales. Se interesó, desde muy joven, en el hermetismo cristiano, una corriente nacida en el XIX francés cuya influencia se observa en todo el siglo siguiente. En contacto con los más famosos precursores del movimiento, nombres como Stanislas de Guaita y Joséphin Péladan, Grillot tradujo literatura alquímica a la par que se interesaba por lo que se ha conocido como “ciencias ocultas”. Su última obra, la que hoy nos ocupa, es pionera en su materia, resultado del trabajo erudito de su autor en colecciones públicas y privadas. Contó, además, con la ayuda inestimable de bibliófilos, libreros y editores interesados en el tema. Entre todos, Grillot consiguió reunir unas 350 figuras, elegidas entre las más raras y curiosas que ilustraban los incunables, manuscritos, antiguos tratados de brujería, magia, astrología, quiromancia, cartomancia y alquimia, desde finales de la Edad Media hasta comienzos del siglo XIX.

Me interesa, especialmente, el estudio que hace Grillot del tratamiento que los grabadores centroeuropeos renacentistas hacen del concepto bruja. Nombres como Alberto Durero, Hans Baldung Grüen y los menos conocidos Israel van Meckenem o Wenceslas d’Olmutz. Obras hoy sobradamente conocidas pero que, en el momento en que Givry escribe su estudio, no lo eran tanto. Interpretaciones que serán leídas por las vanguardias artísticas del momento, ayudando a configurar una pasión por todo lo oculto, todo lo esotérico, que será santo y seña de, entre otras, el surrealismo.

Y dice Givry, en un párrafo que pone en su lugar a los académicos ortodoxos que escriben sobre brujería sin profundizar en las verdaderas connotaciones que el acontecimiento tuvo a lo largo de los siglos:

“El tema que tratamos sigue siendo, pues, de plena actualidad, aunque únicamente parezca poseer un interés retrospectivo; y sólo mediante un estudio riguroso de los actos rituales de los hechiceros podemos hacernos una idea exacta de esos personajes pintorescos, cuyo carácter predominante parece haber sido un acusado individualismo, carácter que con demasiada frecuencia se ha visto desfigurado en los libros sectarios y tendenciosos, como esa especie de novela repleta de inexactitudes, de lenguaje afectado y enfático, y que nada en absoluto nos enseña, que Michelet creyó su deber ofrecernos bajo el título de La bruja, en lugar de la obra sólidamente documentada que la erudición del autor nos daba derecho a esperar de él.”

Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.

Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).