La obra de Castilla del Pino es numerosa en títulos y géneros pues va desde la neurología a la novela, pasando por la psiquiatría (casos y teoría), la psicología (lo mismo), las memorias y la crítica literaria y filosófica, a veces sintetizada con sus experiencias como melómano.
Dejo a los especialistas, como dice el tópico, con sus especialidades. Me permito, en ocasión de su centenario, a evocar alguna escena personal, causada por la amistad y por la colaboración en sus anuales seminarios de San Roque. La primera viene a propósito de Freud. Castilla sólo lo estimaba como psiquiatra pues no practicaba el método psicoanalítico. En ambos casos, yo quedaba fuera del tema. Pero Castilla admiraba a Freud como escritor y, en esta línea, por ser un buen lector de literatura. Tanto es así que cuestiones tan cruciales para su ciencia como el narcisismo y el complejo de Edipo, parten en Freud de fuentes literarias.
Lo interesante del diálogo con Carlos era ver por qué Freud empezó describiendo el complejo de Hamlet y acabó transfiriéndolo a Edipo, pasando de Shakespeare a Sófocles. Coincidimos en que, para el naciente psicoanálisis y su categoría de lo inconsciente –que Castilla consideraba de muy difícil encaje científico– era más propicio el mundo de la fatalidad clásica con sus dioses enfrentados que el mundo de la libertad y la culpa personal, propias del monoteísmo cristiano: un solo Dios, una sola ley. De ahí también surge el paradigma freudiano del neurótico que es una descripción igualmente literaria: la novela familiar. Todos tenemos una historia de familia en la génesis de nuestra subjetividad y, por lo tanto, somos una paradoja viviente: la vida del hombre normalmente neurótico, tensionado entre la pulsión y la ley, entre la realidad y el placer.
De estas charlas con Carlos pasábamos fácilmente al problema que se le plantea a un psiquiatra cuando lee una novela, un drama o una comedia. ¿Le cabe diagnosticar? ¿Es Madame Bovary una histérica, como quería Baudelaire? ¿Es Don Quijote un delirante? Carlos consideraba ilegítimos estos exámenes. Un personaje ficticio puede ser un prototipo pero no un caso. Freud no podría haber tendido en su diván a ninguno de los dos. Si el psiquiatra no tiene delante al individuo de carne y hueso al que puede interrogar y hasta medicar con fármacos, no puede hacer su historia clínica.
¿Por qué se daban estos fructuosos diálogos entre un especialista y un lego? Creo que, más allá de la amistad y la coincidencia de lecturas, había en Carlos un humanista. Lo prueba la diversidad de sus vocaciones y los variados perfiles de sus libros, sus artículos y sus conferencias. Se me ocurre que también sus lecciones, a pesar de no haber asistido a ellas. Humanista quiere decir preocupado por el enigmático ser humano. No misterioso, prohibido e inaccesible sino problemático. En ese punto, lo problemático es condición de la libertad y ésta, de la responsabilidad. Con ello, literatura y ciencia desaguan en la ética. Somos animales difíciles y cuando no tenemos problemas, los producimos. En este doble proceso del hacer y el conocer se inscribió la obra de Castilla del Pino. Mientras existamos, su vivacidad estará asegurada.
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