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Viñetas y fotogramas

El cine y el cómic han sido artes hermanas, tanto en su impacto en la cultura popular como en sus peculiaridades narrativas, basadas en el desarrollo de una historia a base de imágenes secuenciales y dando una importancia vital al encuadre.

La hermandad entre estas dos artes fue muy temprana y dio lugar a una sucesión imparable de títulos en la gran pantalla: The Katzenjammer Kids in School (1898), Trouble in Hogan’s Alley (1900), Little Nemo (1911), Little Annie Rooney (1925), Ella Cinders (1926), Bringing Up Father (1928), Harold Teen (1928), Little Orphan Annie (1932), Popeye the Sailor (1933), Palooka (1934), Betty Boop and Little Jimmy (1936), el serial Flash Gordon (1936), King of the Royal Mounted (1936), Blondie (1938), Li’l Abner (1940)… En todo caso, la mayor proliferación de adaptaciones se dio en la época de esplendor de los seriales cinematográficos.

Aquellos seriales, germen de las teleseries, eran un entretenimiento seguido con devoción por toda una legión de niños que disfrutaba y sufría con las aventuras de sus héroes favoritos.

Gracias a este formato episódico, a El Llanero Solitario y a Flash Gordon se les unieron numerosos personajes nacidos en las tiras de cómic. La filmografía en este apartado es abrumadora, y abarca producciones tan sugestivas como Ace Drummond (1936), The Adventures of Smilin’ Jack (1943), Brenda Starr, Reporter (1945), Brick Bradford (1947), Buck Rogers (1939), Dick Tracy (1937), Jungle Jim (1937), Mandrake the Magician (1939), The Phantom (1943), Red Barry (1938), Terry and the Pirates (1940) y Tim Tyler’s Luck (1937).

The Adventures of Captain Marvel (1941) fue el primer cómic de superhéroes llevado a la pantalla. Dos años más tarde, llegaron a los cines las peripecias del vigilante de la ciudad de Gotham, Batman.

El kryptoniano más apuesto, y superhéroe por antonomasia, hizo su aparición en los seriales a finales de la década de los 40. Hablamos de Superman, claro está, que en 1951 fue el protagonista de su primer largometraje: Superman and the Mole Man, con el malogrado George Reeves en el papel de héroe.

Nada dura para siempre, y el impacto de la televisión –el medio que dio fama a Reeves– hizo desaparecer a los seriales, que de ahí en adelante se tradujeron al lenguaje catódico.

En la pequeña pantalla se inmortalizaron muchos personajes de tebeo, y basta con que uno explore el periodo que se abre entre The Addams Family (1965-1966) y Wonder Woman (1975-1979) para advertir qué prolífica fue esa relación entre el papel y las 625 líneas.

La popularidad de la delirante Batman en los sesenta llevó a se realizara un largometraje absolutamente pop, excéntrico y autoparódico, en una visión muy alejada de las versiones más siniestras de este vengador nocturno.

La explosión de la cultura pop en esa misma década hizo que el cómic se percibiera por primera vez como una manifestación artística, si bien este interés se basaba más en el poder iconográfico de la viñeta que en otros valores de tipo narrativo.

Como celebración de la locura y libertad de esta época surgieron algunas adaptaciones como la surrealista Modesty Blaise, un delirio posmoderno basado en el cómic de Jim Holdaway y dirigido por Joseph Losey en 1966, en el que Monica Vitti interpretaba a la sofisticada y camaleónica espía, aderezando la función con toques propios del erotismo de la época. En cierto modo, la película era una mezcla de los films de 007 y del cine europeo más vanguardista.

Más desopilante si cabe, y todavía más erótica, es Barbarella, dirigida en el mismo año por el fetichista y envidiado Roger Vadim. Esta película, basada en la heroína espacial de Jean Claude-Forest, contaba con una Jane Fonda cuya espectacular presencia se ha convertido en todo un icono representativo del pop más delirante y de la psicodelia, amén de uno los mitos eróticos más relevantes del siglo XX.

Barbarella es un ingenuo festín libertino, que incluye unos títulos de crédito antológicos en los que la hija de Henry Fonda realiza un insólito striptease en gravedad cero.

La influencia de esta película advierte, décadas después, en Flash Gordon, divertidísmo delirio dirigido en 1980, que resultaba una celebración de la época pre-Reagan, y que contaba con la inestimable presencia de Queen a cargo de la banda sonora y de Ornella Mutti como inolvidable Princesa Aura. Posiblemente Alex Raymond nunca imaginó que su creación tomaría estos derroteros.

El mundo del cómic se revolucionó durante los años 60 y 70 con la consolidación comercial de la editorial Marvel. En su seno nació una nueva generación de superhéroes, extravagantes en su aspecto y poderes, pero tremendamente humanos en su comportamiento.

Estos cómics eran el reflejo de la sociedad de la época, cambiante y cada vez menos inocente. Por desgracia, las adaptaciones cinematográficas de estos personajes se limitaron a series Z que no hacían justicia a las viñetas originales. Se trataba de películas destinadas a programas dobles o directamente al mercado videográfico.

Como muestra se puede citar Spiderman, Hombre Araña, episodio piloto de la serie homónima, dirigido en 1977 por E.W. Swackhammer.

La escasez de medios provocaba el humor involuntario, al ver a este individuo con pijama pelear con unos gángsters de saldo.

En todo caso, se llegaron a estrenar en España dos pésimas secuelas, que no eran más que montajes de episodios de la serie de televisión.

De esta misma época es la serie La Masa (1977-1982), exitosa adaptación de El Increíble Hulk, que dio fugaz popularidad al culturista Lou Ferrigno y que, pese a su limitado presupuesto, resultó para muchos niños de nuestra generación uno de los terrores infantiles más imborrables.

En 1978 se lanzó la más importante adaptación cinematográfica de un cómic. Se trata, claro está, de Superman, dirigida por Richard Donner y con Christopher Reeve convertido para siempre en el único Superman posible. Para la época, esta era una superproducción (nunca mejor dicho) como jamás se había visto.

La película mezclaba el uso de efectos especiales de vanguardia con tics del cine de catástrofes, y reunía un plantel de actores espectacular, en el que se contaban un bien pagado Marlon Brando como papá kryptoniano del héroe, Glenn Ford como padrastro humano o Gene Hackman en el papel del archivillano Lex Luthor.

Superman era una estupenda diversión naif, con toques de humor para menores de 6 años, pero con una historia (escrita por el mismísimo Mario Puzo) entrañable y gozosa de principio a fin, potenciada por la inolvidable banda sonora de John Williams.

Superman II fue rodada a la vez que su predecesora, y retomaba unos personajes que tenían su presentación en aquella. Repitiendo equipo técnico y artístico, Superman II es considerada por muchos como la mejor de la saga, debido a lo carismático de los villanos (un trio de kryptonianos malvados encabezado por Terence Stamp) y a la prueba moral que sufre el héroe al perder sus poderes voluntariamente por amor.

Las otras dos continuaciones no alcanzan la calidad de las dos primeras entregas. Superman III, dirigida por Richard Lester, es muy divertida, pero demasiado autoparódica, y está repleta de un humor no demasiado brillante, debido en parte a la presencia de Richard Pryor.

Sobre Superman IV, de Sidney J. Furie, lo más suave que se puede decir es que era una cinta bienintencionada (Superman hacía desaparecer las armas nucleares). No obstante, resultaba aburridísima y se veía perjudicada por el cambio de productores, en esta ocasión los reyes del videoclub, los nefastos Menahem Golan y Yoram Globus, que recortaron el presupuesto hasta límites insostenibles.

Precisamente esta pareja, responsable de los peores engendros ochenteros, produjo en 1989 la película Punisher, el primer intento serio por adaptar un personaje de Marvel.

El film era menos ridículo de lo esperado, pero se venía abajo por el escaso talento de su protagonista, Dolph Lundgren, y además era demasiado parecido a otras películas de los productores, especializados en el subgénero de vengadores armados.

Ese mismo año, el último de la prodigiosa década de los 80, se lanzaba con un estruendo de mercadotecnia desconocido hasta entonces una superproducción de Warner Brothers basada en Batman. Dirigida por Tim Burton, la película tomaba prestados los nuevos enfoques que habían hecho sobre el personaje autores como Alan Moore o Frank Miller, que potenciaban el lado oscuro del Señor de la Noche.

Burton realizaba una película de tonos expresionistas, que dejaba de lado la visión festiva de los 60 y convertía a Batman en un antihéroe trágico a medio camino entre Hamlet y El Fantasma de la Ópera. Los decorados góticos y la ominosa banda sonora de Danny Elfman potenciaban la puesta en escena, que sorprendió a propios y extraños al compararla con la concepción más bien “realista” de las películas de Superman.

Desgraciadamente, Batman sólo funcionaba bien a medias. Si triunfaba en el tratamiento serio de los personajes, con una buena interpretación por parte de Michael Keaton, a la hora de poner en acción al héroe, la película se convertía en un despropósito que demostraba la incapacidad de Burton para dirigir escenas de acción.

El propio Batman era concebido como un individuo embutido en una armadura, de movimientos lentos y torpes, que lo acercaba más a un Robocop con capa que a esa fugaz sombra, mezcla de ninja y vampiro que es el personaje de los cómics.

Jack Nicholson interpretaba al histriónico Joker, para algunos con maestría, para otros con poco interés. Kim Basinger era la primera de las chicas florero de la saga, y Prince llenaba la banda sonora, por alguna extraña razón, con canciones funky.

Pese a todo, la película fue un éxito (más que nada por la estupenda campaña promocional) y en 1992 llegó su secuela, Batman Vuelve, de nuevo bajo la dirección de Burton.

El tono siniestro continuaba, incluso se acentuaba, al igual que la torpeza en las escenas de acción, que incluían minutos y minutos de imágenes de pingüinos paseando por un decorado, acompañados de una banda sonora que intentaba animar la cosa. Lo más memorable de la cinta es Michelle Pfeiffer, embutida en el disfraz de la fascinante Catwoman, todo un icono para el público más fetichista. En la película también sobreactuaban excelentes intérpretes como Christopher Walken o Danny deVitto, en la viscosa piel del tragicómico Pingüino.

Con la tercera entrega llegó el desastre: tanto Batman Forever como Batman & Robin fueron encomendadas a Joel Schumacher. Este individuo y los productores demostraron no sentir ningún respeto por el personaje, tomando como base la serie de los 60 para elaborar unos histéricos espectáculos carentes de alma. Se basaba en un desfile de estrellas del momento (no merece la pena hacer un repaso) que gritaban y gesticulaban imitando a Nicholson, y echaban a perder personajes tan interesantes como Dos Caras o Mr. Frio.

Pero lo más destacable era la tremenda estética gay de estas películas. De momento, se retomaba al nefasto Robin, inexistente en las entregas anteriores, lo que ya dice mucho. Los uniformes, de repente, tenían pezones incorporados, había zooms dirigidos a las posaderas y la entrepierna de los héroes, Gotham parecía una discoteca de ambiente e incluso los villanos se contagiaban de todo ello. De hecho, Hiedra Venenosa parecía una drag queen más que una mujer fatal.

El éxito de Batman produjo una avalancha de superhéroes de cómic en las pantallas, con resultados más bien mediocres, sobre todo en lo comercial. La estrategia fue adaptar personajes no demasiado conocidos para los no iniciados al mundo de los cómics, que no exigían exagerados presupuestos (salvando la excepción de aquella rara avis llamada Dick Tracy, de inexplicable éxito en las plateas).

Durante la árida década de los 90, encontramos adaptaciones de cómics clásicos abiertamente retro como La Sombra o The Phantom, ambas algo desangeladas.

También probaron suerte héroes del cómic independiente y/o underground, recuperados en cintas como RocketeerTank GirlJuez Dredd (con Stallone al comienzo de su decadencia) o Barb Wire, esta última una joya trash que resultaba ser un psicotrónico remake de Casablanca, pero con Pamela Anderson pegando tiros.

De entre estas películas, una ha llegado a convertirse en film de culto. Hablamos de El Cuervo (1994), película para siempre influenciada por la muerte del protagonista Brandon Lee (hijo de Bruce) durante el rodaje.

La película era un pastelito al gusto de los góticos del lugar, basado en el no tan brillante cómic de James O´Barr. Una película de amores trágicos y héroes lloricas cuya puesta en escena era su mejor baza y su peor defecto. En todo caso, se trata de una pequeña película hecha con ganas, bastante superior a sus secuelas. Su director, Alex Proyas, realizaría más tarde una maravillosa cinta, Dark City, pero eso es otra historia.

Posiblemente el éxito de El Cuervo animara a Todd McFarlane a producir una adaptación de su exitoso cómic Spawn, que resultó ser una de las peores películas de los 90, tan efectista y autocomplaciente como el cómic en que se inspira.

En 1998 bajo la producción ejecutiva de Stan Lee, se prueba suerte con un personaje de Marvel no muy conocido, casi un secundario. Se trata de Blade, dirigida por Stephen Norrington. Esta película se convirtió en un gran éxito al mezclar vampiros y artes marciales con la estética de los videojuegos y la animación japonesa más violenta.

De hecho, es la referencia más inmediata para la revolucionaria (y superior) Matrix. El film contaba con uno de los mejores villanos vistos en mucho tiempo, el vampiro Deacon Frost, encarnado con estilo y morbo por Stephen Dorff. La película es tremendamente divertida, se le pueden perdonar algunos excesos videocliperos y el abuso de unos efectos digitales tirando a malos. La obligada secuela tenía un guión bastante lamentable, pero daba igual. El director era ni más ni menos de Guillermo del Toro, que potenció los elementos de terror y violencia, ofreciendo un espectáculo grotesco y lleno de energía, no apto para espectadores pusilánimes.

Tras el éxito de BladeStan Lee se lanzó a la piscina y lo arriesgó todo en su faceta de productor ejecutivo con una de sus creaciones más importantes, La Patrulla X. Y le salió bien.

Las dos primeras películas de la saga X-Men, dirigidas y escritas por Bryan Singer, fueron del agrado de los fans más integristas. Se trata de filmes divertidos, pero que toman en serio a los personajes y al espectador.

La Era Dorada de Marvel en el cine había llegado. Ahora nadie recuerda que en 1944 Republic Pictures rodó Captain America, precisamente porque el éxito de Singer ha opacado todos sus precedentes.

Lo cierto es que la Casa de las Ideas se ha convertido en una garantía para la taquilla. Pensemos en la recaudación de cintas como Los Cuatro Fantásticos (1994), Spiderman (2002), Spiderman 2 (2004), Ghost Rider (2007), Iron Man (2008), X-Men Orígenes (2009), Iron Man 2 (2010), Thor (2011), Capitán América: el primer vengador (2011), Los Vengadores (2012), El asombroso Spiderman (2012), Iron Man 3 (2013), X-Men: Días del Futuro Pasado (2014) y Guardianes de la Galaxia (2014). Eso por no hablar más de ese ciclo que se cierra (y se abre) con Vengadores: Endgame (2019), estableciendo un canon cinematográfico que afecta a toda la industria de Hollywood.

Spiderman, dirigida por Sam Raimi, se beneficiaba de un estupendo reparto. En esta producción, Raimi demostraba, de nuevo, tener una estupenda mano para dirigir actores, si bien el film flojeaba más cuando los personajes se ponían las máscaras.

Otro título interesante de ese catálogo marvelita es Hulk, que cuenta con un director de prestigio, Ang Lee, cuya huella autoral queda presente en una película llena de sentido, sensibilidad y perros mutantes.

Obviamente, no solo de superhéroes vive el fan. En los últimos treinta años se han rodado films tan sorprendentes como Creepshow, homenaje a los comics de terror de los 50 por parte de George A. Romero y Stephen KingGhost World de Daniel ClowesFrom Hell o Camino a la Perdición, alabada adaptación del original de Richard Piers Rayner por parte de Sam Mendes.

Caso aparte es Hellboy, el genial comic de Mike Mignola, traducido a la pantalla por ese loco admirable que es Guillermo del Toro.

Como habrán comprobado, la mayoría de las películas que hemos visto provienen de Estados Unidos. ¿Qué pasa con el tebeo español? Pues aquí también hemos tenido nuestras adaptaciones, en su mayoría inspiradas en personajes humorísticos.

Este repertorio nuestro se inicia con títulos de animación como Festival de Mortadelo y Filemón (1969) y El armario del tiempo (1971), inspirados en los tebeos de Francisco Ibáñez, y se prolonga con Las aventuras de Pinín y sus amigos (1979), basada en el cómic infantil que se publicaba en el suplemento «Gente Menuda», de ABC.

Se añaden al lote Las aventuras de Zipi y Zape (1981), de Enrique GuevaraMakinavaja, el último choriso (1992), exitosa tontería de Carlos SuárezHistorias de la puta mili (1994), de Manuel EstebanGoomer (1999), de José Luis Feito y Carlos VarelaLa gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003), de Javier Fesser –tan divertida en los momentos sacados del tebeo como irritante en las pretensiones autorales de Fesser–, la pésima El Capitán Trueno y el Santo Grial (2011), de Antonio Hernández, y la multipremiada Arrugas (2012), de Ignacio Ferreras.

Cualquier aficionado al cómic verá que, en este repaso, evito dos universos con amplia repercusión cinematográfica: el manga japonés, con su extensa tradición de adaptaciones al cine y a la pequeña pantalla, y el tebeo francobelga, que cuenta con numerosas versiones animadas y humanas de héroes como Tintín, Astérix y los Pitufos.

Llegamos así al final de este somero repaso a la relación entre el cómic y el cine. Una relación que no es unidireccional, dado que muchos personajes como Robocop, Depredador, Terminator o los Aliens se han convertido en personajes de tebeo en numerosas series y crossovers.

En una época como la actual, en la que todo se funde y confunde, el vínculo entre cómic y cine cada vez es más estrecho. Como se puede apreciar en experimentos como Matrix, cada vez tendrá menos sentido tomar las distintas disciplinas artísticas por separado. Por consiguiente, no despreciemos ni miremos por encima del hombro a expresiones artísticas como el cómic, una actitud que, por sorprendente que nos parezca, todavía tienen algunos autoproclamados intelectuales.

Copyright del artículo © Vicente Díaz. Reservados todos los derechos.

Vicente Díaz

Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Europea de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional como periodista y crítico de cine en distintos medios. Entre sus especialidades figuran la historia del cómic y la cultura pop. Es coautor de los libros "2001: Una Odisea del Espacio. El libro del 50 aniversario" (2018), "El universo de Howard Hawks" (2018), "La diligencia. El libro del 80 aniversario" (2019), "Con la muerte en los talones. El libro del 60 aniversario" (2019), "Alien. El 8º pasajero. El libro del 40 aniversario" (2019), "Psicosis. El libro del 60 aniversario" (2020), "Pasión de los fuertes. El libro del 75 aniversario" (2021), "El doctor Frankenstein. El libro del 90 aniversario" (2021), "El Halcón Maltés. El libro del 80 aniversario" (2021) y "El hombre lobo. El libro del 80 aniversario" (2022). En solitario, ha escrito "El cine de ciencia ficción" (2022).