Había una vez un pueblo de pescadores en la costa atlántica francesa que se convirtió en un sitio de baños medicinales y terapéuticos hasta que por 1830, en pleno y enfermizo romanticismo, decidió cambiar sus mimbres por la diversión y el placer. Nació así la Biarritz del Hotel Palais, la Patisserie Miremont, el Casino Bellevue y el Faro de Saint-Martin, la que se convirtió en una de las disciplinas obligatorias de la mundanidad europea durante lo que restaba del Ochocientos y buena parte del siglo siguiente. No podía decir alguien que conocía Europa recordando París y Venecia pero olvidando Biarritz.
Hoy apenas nada queda de la esplendorosa ciudad donde se daban cita todos los poderes y prestigios del Viejo Mundo y la periferia cultural que había logrado labrar en su entorno. Hay documentos que sólo el archivero, el erudito y el sentimental evocador pueden revivir. Su mejor ejemplo es Memoria de Biarritz, de Fernando Castillo (Confluencias Editorial, 2022, 292 páginas). El escritor ama a Biarritz como quien ha amado a una hermosa muchacha y la sigue amando al superponer su recuerdo fotográfico sobre la decrépita realidad del presente. Entre tanto se ha paseado largamente por ella, se ha documentado exhaustivamente y ha hurgado en tradiciones verbales de ésas que nutren buena parte de nuestra memoria histórica.
Este libro reúne, pues, el encanto de las antiguas Guías Baedecker que acompañaban a los viajeros como un viajero más pero con un añadido que aquéllas no alcanzaban: la población de incontables personalidades de la política, las finanzas, las aristocracias opulentas, las aristocracias decadentes, las aristocracias auténticas, las aristocracias inventadas, los artistas, los pensadores, los ganadores de una guerra, los vencidos de una guerra, en fin, todos los actores y actrices de la Comedia Humana, además de los iluminadores escénicos, los teloneros y los apuntadores entre cajas y escotillas de la Gran Historia, es decir la que ocurre en pequeño formato.
El resultado es una suerte de erudita novela unanimista en la cual todos y ninguno son protagonistas al servicio de una primera figura que nunca aparece porque está en todas partes, el fantasma de Biarritz. Hoy no podemos asistir al brilloso espectáculo de otros tiempos, la prodigiosa burbuja llamada le monde y que sobrepasa el vaivén francés de monarquías, repúblicas e imperios, dos guerras mundiales, una ocupación y una liberación, el turismo de minorías egregias con sus aventureros respectivos, y el turismo de masas, al que Biarritz no supo o no pudo poner límites visibles. Lo que subsiste, sin embargo, salva los muebles a pesar de que no salva el salón donde exponerlos. No obstante, existe el salón alternativo de la memoria y el estudio que Fernando Castillo acondiciona en sus páginas para que el lector las recorra como aquella suma novelística o, si se atreve, para usarlo de Baedecker en una recorrida por Biarritz. Donde sobrevivan monumentos, para identificarlos. Donde deambules los fantasmas, para irse de copas con ellos.
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