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«Adiós al rey» («Farewell to the King», John Milius, 1989)

Todas las precauciones de la industria no bastarían para detener los excesos del guionista y director John Milius. Sin duda, es un hombre brillante, capaz de llevar al cine historias al viejo estilo, llenas de significado, y sin embargo, su filmografía es tan irregular como exaltada.

Surfero vocacional, frustrado por no ser un marine y anticomunista furibundo, además de beatnik tardío, Milius se define como un anarquista de derechas, aunque una parte importante de la crítica le tilde sin mayores contemplaciones de reaccionario. De lo que no cabe duda es de su talento como escritor de guiones. De hecho, si hay un libreto que se parece a la película que hoy nos ocupa, ése es el de Apocalypse now (1979). El bueno de Milius, seguramente poco satisfecho con el modo en que Coppola reescribió su particular versión de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, consiguió poner en marcha en 1988 este proyecto que revisita el feroz y selvático mundo del coronel Walter E. Kurtz, aunque esta vez los personajes no sufren la pesadilla de Vietnam sino el último período de la Segunda Guerra Mundial.

El guión de Adiós al rey está inspirado en la novela L’adieu au roi (1969), del escritor Pierre Schoendoerffer, quien no había podido lIevarla al cine en 1972 (Schoendoerffer ya había dirigido otra cinta de tono similar, Sangre en Indochina, en 1966). Casi cuesta imaginar que el protagonista de esa producción fuera a ser Donald Sutherland.

Parece lógico que Milius tomase el relevo, sobre todo cuando leemos estas declaraciones suyas, fechadas en 1976: «Mi mayor fantasía es irme a algún país extranjero, y convertirme en una especie de leyenda, como sucede en El hombre que pudo reinar o El corazón de las tinieblas. Una de mis cintas favoritas es Retorno al paraíso, la película de Mark Robson con Gary Cooper. Esa película es mi máxima fantasía. El juez de la horca se parece mucho a ella: la idea de un hombre que se adentra en una cultura primitiva y se convierte en una leyenda y un dios».

Resumiendo esa misma idea, el argumento de Adiós al rey nos sitúa en la jungla de Borneo, donde un desertor americano ha logrado unir bajo su mando a los fieros guerreros dayaks. Su principal objetivo no es otro que defender su reino de la amenaza japonesa y de las no menos sutiles maniobras de los británicos, que pretenden utilizarle en el terreno militar a cambio de una improbable contrapartida: la libertad de su pueblo.

El rodaje comenzó el 24 de agosto de 1987. El cineasta señaló al respecto que «es difícil sacar hoy en día adelante una película como esta, protagonizada por un cazador de cabezas. Yo, sin embargo, la veo como una historia romántica».

Milius se mostró satisfecho por la elección de Nick Nolte para el papel protagonista. Además, tras integrarse en sus tradiciones, la tribu de dayaks que intervino en la cinta acogió al actor como uno de los suyos. «Cuando los dayaks –contaba Nolte– me aceptaron tras comer hormigas con ellos, aprender sus danzas y el ritual de la matanza del cerdo, me di cuenta de que Adiós al rey iba a funcionar».

Por desgracia, al emular a sus nuevos amigos caminando descalzo por la selva, el actor sufrió un ataque de fiebres al infectársele un corte en un pie. Tras esa experiencia, quizá aconsejado por el equipo del film, se dedicó a entretenerse en el bar, jugando al billar con varias cervezas a mano.

Milius vivió hasta el último día de rodaje fascinado por la que él señaló como la verdadera jungla de Conrad: «Ahí fuera está el corazón de las tinieblas y ése es el lugar donde verdaderamente la historia tiene lugar».

¿Es esta una película bien resuelta? La pregunta no es fácil de responder, quizá porque el entusiasmo de Milius acaba siendo contagioso. Desde luego, este es un proyecto muy conradiano, y también hay escenas que parecen extraídas de un relato de Conan. Por eso mismo, es una lástima que las soluciones visuales del director no estén ‒o eso creo yo‒ a la altura del concepto original. Dicho de otro modo: creo que este es uno de esos largometrajes sobre los que nos gusta hablar, pero que resulta difícil ver por segunda vez sin encontrarle fallos y aristas mal pulidas.

En el fondo, Adiós al rey, como dice Hal Hinson, es una película con un espíritu adolescente: «es como el sueño utópico de un chaval sobre la vida simple y natural entre nobles primitivos, pero narrado en serio. El enemigo, como sucede en la mayoría de los sueños infantiles, es la civilización, y si un oficial británico llamado Fairbourne (Nigel Havers) y su operador de radio (Frank McRae) no se hubieran entrometido en su idilio con órdenes de reclutar a los dayaks para pelear para los británicos contra los japoneses, el protagonista podría haber vivido sus días en la isla, siendo un rey por siempre y para siempre feliz. A partir de esa evidencia, queda claro que John Milius se arrepiente de no haber sido David Lean. Innumerables homenajes a Lawrence de Arabia se encuentran dispersos a lo largo de todo el metraje. Su espíritu parece acechar detrás de cada escena».

El problema, y en esto coincido plenamente con Hinson, es que Milius no es Lean, por mucho que sus intenciones, sobre el papel, sean nobles y sinceras.

Sinopsis

Un soldado de la Armada Norteamericana deserta tras la caída de Corregidor y escapa oculto en una balsa, que la tormenta conduce hasta el corazón de la jungla de Borneo.

Allí, huyendo de las tropas japonesas, entra en contacto con las tribus dayak, que le aceptan como rey.

Es entonces cuando aparecen el capitán Nigel Fairbourne (Nigel Havers) y el sargento Tenga (Frank McRae), que le solicitan la ayuda del ejército británico para acabar con los soldados japoneses. El rey pone una sola condición: el respeto a su reino.

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.