John Brosnan era un escritor australiano todoterreno, que lo mismo escribía sobre cine como se sacaba de la manga eficaces novelitas de terror de baja estofa, de esas que uno compra en la estación de autobuses o en el colmado playero para acompañar las siestas caniculares.
A mediados de los 80, uno de sus contactos en el mundo de la industria cinematográfica le sopló que la nueva moda en Hollywood iban a ser los dinosaurios, así que, ni corto ni perezoso, se puso a escribir Carnosaur bajo su seudónimo recurrente para este tipo de novelas de dudosa reputación, Harry Adam Knight.
Ahora sabemos que la moda no llegó en los 80, sino casi una década después, a raíz del éxito de Parque Jurásico (novela y película), así que hemos de suponer que el buen australiano tuvo que rechinar sus dientes cuando Michael Crichton dio la gran campanada editorial en 1990.
Y es que Carnosaur, escrita en 1984, trata sobre un millonario que clona dinosaurios a partir de su ADN. Los bichos escapan de las jaulas del zoo y siembran el caos.
¿Plagio? ¿Casualidad? Lo cierto es que Carnosaur es una novela inferior a Parque Jurásico. Básicamente, es la típica historia de monstruos de los 80, con las bestias comiéndose de manera gore a los habitantes de un pequeño pueblo (en este caso, inglés). Todo con una trama sencilla protagonizada por personajes esquemáticos y sazonado con abundantes dosis de sexo explícito y gratuito.
Carnosaur es un “buen mal libro”. El autor no pretende otra cosa que entretener, y no trata de engañar a nadie. De hecho, hay abundantes momentos de humor que subrayan la naturaleza ligera del texto. Quizá por ello, y pese a sus poco brillantes diálogos y a lo desconcertante de sus momentos pseudo-porno, hay que reconocer que esta novelita de usar y tirar resulta muy divertida.
En todo caso, es imposible hablar de Carnosaur sin establecer comparaciones con Parque Jurásico.
Sí: la novela de Crichton se arma de datos científicos y sabiduría narrativa para hacernos creer que estamos en una isla poblada de dinosaurios de carne y hueso, y además resulta más intensa que su predecesora literaria en los momentos aventureros y de suspense. Pero Carnosaur se adelanta varios años no sólo en el tema del ADN y el zoo prehistórico desbocado, sino que nos presenta a unos dinosaurios alejados de la concepción popular que todavía tenía el gran público de estas bestias en 1984.
Los saurios de esta novela no son enormes lagartos torpes y lentos, sino ágiles depredadores, antepasados de las aves. Además, Harry Adam Knight no usa a los clásicos tiranosaurio, triceratops o alosaurio, sino que recurre a otros animales menos conocidos, en especial a los letales y rápidos deinonychus, primos cercanos de los hoy populares velociraptores. La forma en la que el escritor describe sus ataques, e incluso su color, es prácticamente idéntica a la de los letales depredadores de Parque Jurásico.
Como última comparación, cabe señalar un momento en un museo de fósiles muy similar a otro que luego se vería no en la novela de Crichton, sino en la propia película de Spielberg.
Carnosaur, pues, queda para la posteridad como mera curiosidad e incógnita sobre la originalidad de Parque Jurásico, y como base de una pésima adaptación cinematográfica de 1993 producida por el sagaz Roger Corman con la intención, claro está, para aprovechar el tirón del bombazo de Spielberg.
También puede resultar un “placer culpable” para los degustadores de comida basura sabrosa y para los que no dejan escapar ni una historia que incluya dinosaurios.
Imagen superior: considerada por Roger Ebert la peor película de 1993, «Carnosaur» fue escrita y dirigida por Adam Simon a partir de la novela de John Brosnan. Sus protagonistas son Diane Ladd, Raphael Sbarge, Jennifer Runyon y Harrison Page. Consciente del ínfimo presupuesto con el que contaba, Roger Corman, productor de la película, supo aprovechar el filón. Y es que, a pesar de su mala calidad, «Carnosaur» generó varias secuelas: «Carnosaur 2» (1994), «Carnosaur 3: Primal Species» (1996), «Raptor» (2001) y «The Eden Formula» (2006).
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