El 10 de noviembre de 2006, uno de los pocos Hombres con mayúsculas nos dejaba a merced de un mundo plagado de metrosexuales. Tenía unos estupendos 87 años, pero a todos nos llega la hora.
Jack Palance moría por «causas naturales» –aceptemos el eufemismo– tras una estupenda tercera edad en la que demostró sus aptitudes físicas al hacer flexiones con un solo brazo aquella noche que ganó el Oscar al mejor actor secundario por Cowboys de Ciudad.
Sus duras facciones, producto de las heridas sufridas a bordo de un B-17 en la II Guerra Mundial, le dotaban de una potente presencia en pantalla que le permitió trabajar en innumerables películas y series de televisión, generalmente interpretando a tipos rudos.
Como intérprete, siguió los pasos de Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo, y de hecho, lo sustituyó en el escenario teatral en la piel de Stanley Kowalski.
Inolvidable como el pistolero Jack Wilson en Raíces profundas (Shane, 1953), de George Stevens, desde esa fecha trabajó en films con directores de lo más dispares: Elia Kazan, Douglas Sirk, Robert Aldrich, André de Toth, Sergio Corbucci, Jean-Luc Godard e incluso Antonio Isasi-Isasmendi.
Llegó incluso a grabar un disco de música country en 1969, en la que incluía una canción en la que trataba de definirse, «The Meanest Guy That Ever Lived».
En los ochenta, se dio a conocer a una nueva generación de espectadores a través de títulos como Young Guns (1988), Tango & Cash (1989) y Batman (1989), de Tim Burton. Por aquel entonces, su rostro era ya un icono (Dicen que Jack Kirby diseñó el personaje de Darkseid inspirándose en el actor).
Con Richard Fleischer interpretó a Fidel Castro en el biopic de 1969 Che! y con Richard Brooks encarnó a otro revolucionario, en esta ocasión ficticio pero inolvidable, Jesús Raza, en la obra maestra de 1966 Los profesionales.
En esa cinta, Palance pronunció unas de las mejores líneas de la historia del cine:
«Nos quedamos porque nos enamoramos. Nos vamos porque nos desencantamos. Regresamos porque nos sentimos solos. Morimos porque es inevitable…»
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