Hace unas décadas empezó a funcionar en Alemania una suerte de Dirección General del Varón, equivalente masculino de las tradicionales referidas a la mujer. Los motivos enunciados para su fundación se vinculaban con la crisis de una posible identidad viril clásica, puesta en cuestión por los cambios de la situación femenina en la sociedad. Empezaron a abundar los varones que arrastraban problemas de identidad personal, que no sabían cómo seguir haciendo de hombres ante unas mujeres que ya no querían seguir siendo clásicas mujeres. O, si se prefiere: hembras. La cosa llegaba a afectar la eficacia sexual de unos cuantos de ellos –o de nosotros– que dejaban de funcionar ante unas compañeras demasiado activas o, si corresponde traducir: masculinizadas.
Ahora, en Barcelona, se proyecta un Centro de Nuevas Masculinidades, fórmula llamativa y hasta pintoresca. No parece un remedo de la institución alemana sino, quizá, lo contrario. Se trata de reeducar a los hombres y liberarlos del modelo machista del macho. Agresivo, dominador en tanto sujeto activo de la sumisión femenina, homófobo, intolerante con los transexuales.
Más al fondo hay un acercamiento científico al tema. Algunos biólogos y neurólogos como Montagu y Konner han sostenido que, en contra del prejuicio milenario, las mujeres son genéricamente superiores a los varones. Viven más, disponen de dobles cromosomas, son menos mórbidas, están provistas de la facultad materna, o sea de producir la vida de un cuerpo dentro del propio. Una historia inmemorial se revuelca ante estas constataciones: la superioridad viril es contraria a la naturaleza. Más aún: si la sociedad se desarrolla sobre vías de igualdad, es posible que el mundo llegue a ser dominado por ellas, mal que les pese a los talibanes. O, tal vez, ellos lo han entendido ya y las persiguen para no ser sometidos.
La encrucijada puede llevarnos a todo lo contrario que una nueva masculinidad: a una nueva versión de la tradicional guerra de los sexos, al apartamiento de los individuos en favor de los géneros. Cambiar la jerarquía de los ganados no es dejar de ser ganados en vez de ser personas. En la elaboración del varón no machista, entonces, el rol de la mujer es esencial. El machista es hijo de una mujer, marido de una mujer, padre de una o más mujeres. En su reeducación ellas importan mucho porque no sólo actúan de instrumento biológico para la supervivencia sino que alimentan con su mirada admirativa y su reproducción espiritual la vieja masculinidad. En efecto ¿es la mujer víctima o cómplice? Simone de Beauvoir opinó hace tiempo que a partes iguales. Es bueno plantearnos una nueva virilidad mas sin olvidar que nada será sin una nueva femineidad.
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