Resulta que, cuando uno aterriza en un aeropuerto como el Jorge Chávez, el aeropuerto internacional de Lima, y es una españolita criada en eso de la conquista, Colón, la plata americana, el expolio y el indigenismo lascasiano… resulta que se le empiezan a caer todos los palos del sombrajo. Porque, mirando a su alrededor, piensa… ¿Aquí llegaron realmente los españoles? Porque, si es que sí, o muy poderosa es la genética indígena o allí cuesta encontrar rastro de sangre española…
Sensación que se acrecienta cuando visitas Cuzco, de la mano de un guía local, que te va glosando la destrucción de la ciudad inca a manos del conquistador castellano, que tiró abajo todos los templos originarios para levantar, sobre ellos, una catedral y no pocos conventos y monasterios, en un city tour que acaba con un «Mira, todos los que te hemos escuchado atentamente somos españoles, así que, si lo crees necesario, puedes lanzarnos risco abajo, en plan expiación última de pecados» mío, a la par que pienso: «Si aquí hubieran pasado otros diferentes a los malnacidos españoles, quizás ni tú hubieras llegado a ver la luz del sol, quizás esto fuera un erial, quizás todo hubiera sido trasplantado, piedra a piedra, a bonitos museos de magníficas metrópolis europeas»…
Y entonces, viene este Papa, un Papa que se ha bajado de los zapatos rojos propios del sucesor de Pedro (con lo divino que resulta calzar unos zapatos rojos, hombre…), que vive en un cuartucho de una inmensa residencia vaticana, y se va a Bolivia y pide [en julio de 2015] perdón por «los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América»… E imagino que, cuando llegue a Paraguay, última etapa de su viaje, pedirá perdón por la labor llevada a cabo, durante siglos, por los miembros de su orden, esos muchos jesuitas que regularon el comercio de la yerba mate, «esa yerba que consumen los indios pero ningún europeo de bien», enriqueciéndose con los beneficios generados de su venta, igual que hacían con el buyo en Filipinas o la coca en el altiplano andino. Porque, eso sí, a comerciantes no había quien ganase a los jesuitas, es cierto…
Y una, que ya no sabe si viene o si va, escuchando cosas tan maravillosas, pensando que deberíamos arder en el fuego ritual por tal cúmulo de atrocidades cometidas, observa, impávida, el furor causado por estas y otras declaraciones de semejante jaez, jaleadas sistemáticamente en redes sociales, por legiones de ignorantes que desconocen todo de la historia, que nada saben de la vida, me atrevería a decir, porque… en realidad, han conseguido atrofiarnos de tal manera, que ya sólo somos capaces de repetir como loros ese discurso bienpensante que ha eliminado aquello de vencedores y vencidos; que nos hace creer en un mundo ideal, en el que sólo basta con gritar, desde una tribuna, lo malos que fuimos, para ser aplaudidos hasta el éxtasis; que ha hecho de nosotros, en definitiva, el producto final de un universo de color de rosa, de cuento de hadas, en el que vivimos felices, ajenos a la realidad, al conocimiento, a la única verdad…
Una verdad , querámoslo o no, que pasa por el triunfo del que vence sobre el que es vencido, como ha ocurrido toda la vida de dios, desde que el mundo es mundo; una verdad que nada tiene de políticamente correcta, porque de nada sirve fustigarnos por cosas que ni tan siquiera cometimos, ni tan siquiera sabemos; una verdad que deberíamos conocer, aunque sólo fuera por el placer inequívoco que está en el aprendizaje propio, lejos de discursos preparados que, eso sí, tienen mucho de adoctrinamiento…
Será que, quizás, resulte infinitamente más fácil entregar la cuchara, dejar que sea otro el que piense por nosotros, el que elabore la retórica, lista para ser consumida y reproducida en cientos de miles de millones de memes absurdos…
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