Se cumplía un año de mi viaje a Perú cuando mi amiga Rosa me regaló La tía Julia y el escribidor. Es el único libro que me he leído de Vargas Llosa. Se cumplía un año de aquel viaje iniciático…
Hace unos días, recordé otro viaje, mucho más cercano en el tiempo y en el espacio. El viaje que nos llevó por tierras manchegas, siguiendo una ruta muy personal del Quijote. Un viaje que asocio a otro libro, a la particular La ruta de don Quijote, escrita por Azorín, en 1905.
Alguna vez leí que Vargas Llosa aprendió a escribir leyendo a Azorín… Me decidí a buscar mi ejemplar de La tía Julia. Y apareció esta cápsula del tiempo, esta dedicatoria escrita por mi amiga Rosa. No recordaba que me lo había regalado ni recordaba esta dedicatoria… 12 de agosto de 1997: “Espero que cuando escribas tu libro y cuentes mis ‘trapos sucios’ (bajo nombre falso, espero) seas irónica y dulcemente malévola…”. Fantaseaba yo, por aquellos entonces, con escribir libros. Nunca imaginé que la oportunidad se iba a presentar tan pronto. Y si, claro que hice a Rosa protagonista de mi novela. La única novela que he escrito. Todo el mundo pensaba que yo era Lola Duarte, la protagonista de mis Amantes del arte sagrado. Y no. La protagonista era mi amiga Rosa. Hoy por hoy, sólo somos tres personas las que recordamos aquella historia, aquella aventura de cuando éramos jóvenes pero suficientemente preparadas, como se decía entonces.
La vida son etapas. Mi vida es como una serie de círculos concéntricos que, si bien al principio parecían líneas bruscamente interceptadas, pasados los años se retoman, cerrándose en círculos, adquiriendo un significado que no podía imaginar. Yo viajé a Perú en agosto de 1996. Ocho meses antes, Vargas Llosa entró en la Real Academia de la Lengua. Y dedicó su discurso a Azorín. Fue entonces cuando yo debí leer aquello de un arequipeño aprendiendo a escribir mientras leía a un alicantino. Ni Vargas Llosa ni Azorín significaban nada para mí, en aquel enero de 1996. Ni siquiera podía imaginar que yo iba a viajar a Perú, meses después, en un viaje que cambió mi vida. Un viaje peruano donde oí hablar, tantas y tantas veces, de Raúl Porras Barrenechea, el erudito pisqueño que estudió, entre otras muchas cosas, la existencia cordobesa del Inca Garcilaso, el primer autor mestizo de nuestra Historia. Buscando información sobre su paisano, en los archivos municipales de Montilla, Porras Barrenechea se topó con la firma de Cervantes y con la existencia real de Leonor Rodríguez, La Camacha, la célebre bruja montillana, hecha inmortal por la pluma del Manco.
Cervantes, Perú, El Inca, la Universidad de San Marcos, eruditos peruanos, cronistas levantinos, caballeros andantes, un Nobel arequipeño, una bruja cervantina… y yo, mirando a un lado y a otro, leyendo historias que se entretejen en mi propia aventura existencial. Como ya he escrito muchas otras veces: la vida merece la pena ser vivida, aunque sólo sea por la simple curiosidad de asistir al devenir, implacable, del destino.
Copyright del artículo © Mar Rey Bueno. Reservados todos los derechos.