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Una trampa mortal para las aves: las pistas de pádel

Para evitar susceptibilidades y malentendidos, haré una advertencia previa. A lo largo de las siguientes líneas, les hablaré de un grave problema que tiene un clara solución. Obviamente, el pádel es un deporte saludable, contra el que no cabe crítica alguna, y por eso mismo, creo que los aficionados a él son los que deben concienciarse en primer término del peligro que ahora explicaré.

El pádel comenzó a practicarse en 1962. Su creador fue el mexicano Enrique Corcuera, quien construyó la primera pista en su casa de Las Brisas, en el Puerto de Acapulco. A España llegó seis años después, por iniciativa del príncipe Alfonso de Hohenlohe, que mandó construir dos canchas en el Hotel Marbella Club. Desde entonces, este deporte ha prosperado en otros países, hasta convertirse en una actividad sumamente popular. De hecho, no es raro que en muchos de nuestros pueblos y ciudades sigan levantándose nuevas pistas, consolidando así el éxito de este juego.

Por desgracia, quienes construyen las instalaciones necesarias para la práctica del pádel no han tenido en cuenta una tragedia ecológica que se produce por su culpa. Una tragedia que, como ya dije, tiene solución si practicantes y autoridades se aplican a la tarea.

Una pista de pádel tiene zonas de malla metálica y asimismo fondos de una elevada altura, realizados con materiales transparentes, generalmente de cristal o metacrilato. En numerosos clubes de pádel, las pistas panorámicas cuentan con una estructura de cristales templados, idónea para contemplar el juego. Esa sustitución de las paredes por el cristal translúcido es muy cómoda para el público… pero letal para la fauna que habita en el entorno.

De hecho, mientras los deportistas juegan los tres sets un partido de pádel, numerosas aves ‒muchas de ellas especies protegidas‒ perecen al chocar con sus cristaleras.

La mortandad de ejemplares resulta elevadísima, y a poco que se comprendan sus consecuencias, uno puede reparar en el drama que ello supone para nuestra biodiversidad.

Imagínense a un ave en vuelo ‒puede ser una rapaz o una pequeña insectivora que huye de un depredador‒. A diferencia de los humanos, esa criatura no es capaz de interpretar que una lámina transparente es una superficie sólida, y precisamente por ello, será fácil que choque contra el cristal, con fatales consecuencias.

Escribo estas líneas conociendo de primera mano lo que ocurre en dos pistas de pádel en concreto. Ambas están situadas en la Sierra del Rincón, un tesoro natural de la Comunidad de Madrid, declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO en junio de 2005.

Pues bien, en esas dos pistas hemos recogido los cadáveres de gavilanes, cernícalos, mosquiteros, colirrojos, zorzales, pico picapinos, rabilargos… Todos ellos muertos al chocar con ese material transparente, que para ellos es tan diáfano como el aire.

No es fácil hacer un cálculo real de las especies protegidas que mueren por esta causa. Muy probablemente, antes de que podamos encontrarlos, habrá individuos que sean arrebatados del lugar donde caen por gatos, ginetas o garduñas.

Hay otros casos aún más complicados de evaluar, como el de una oropéndola hembra que hallamos hace unos días. Al morir en época de cría, esta oropéndola habrá dejado huérfanos a sus polluelos. Sin los cuidados de su madre, los cinco individuos que seguramente formaban la nidada habrán muerto de hambre.

¿Soluciones? Como ya dije al principio, el problema no es el pádel sino la transparencia de sus instalaciones. En algunas pistas han optado por aplicar pegatinas o figuras opacas en el cristal. Tampoco ese método es definitivo, dado que las aves no saben interpretar que un logotipo indica la presencia de un material sólido. Sortearán el logotipo, pero chocarán en otra zona del cerramiento de vidrio o de la valla de metacrilato.

En realidad, si queremos que la práctica del deporte sea compatible con la protección del medio ‒me imagino que todos los deportistas están por la labor‒, habrá que recurrir a superficies menos cristalinas, empleando mallas u otras coberturas, como bandas de vinilo o incluso una pantalla vegetal, que sirvan de aviso a las aves frente a esos muros invisibles.

Y dado que son las administraciones las principales responsables en esta materia, parece lógico que sean ellas las que dicten una legislación que logre ese objetivo tan deseable.

Evitar la colisión de aves contra esas enormes cristaleras solo requiere de la buena voluntad de los gestores de las pistas y de los gobernantes locales. Créanme: con una mínima serie de medidas preventivas, salvaremos a miles de ejemplares que cada año mueren innecesariamente. Y es que, a veces, un gesto legislativo como el que propongo es más eficaz que muchas otras medidas de protección ambiental, más complejas y costosas.

Nota en 2017

Tras el hallazgo, en 2014, de aves muertas por colisión en las pistas de pádel de Prádena del Rincón y Montejo de la Sierra (Madrid), se inició un seguimiento de este grave problema, que además ocurría en una Reserva de la Biosfera. Un laboratorio de fotografía nos ofreció 4.000 vinilos adhesivos para que los colocásemos en el exterior de los paneles de cristal, de forma que los pájaros los viesen al volar. A partir del día 27 de mayo de 2017, dedicamos varios días a su instalación. Esta misión fue realizada por parte del equipo técnico de la Reserva de la Biosfera Sierra del Rincón, agentes forestales, personal del ayuntamiento, voluntarios locales, miembros del grupo de SEO “Sierra Norte” y  alumnos en prácticas de FP Dual de Ciclo Formativo Forestales de GSD Buitrago. Aún es necesario verificar la eficacia de estos adhesivos, pero es muy probable que, gracias a esta labor, ambas instalaciones de pádel dejen de ser un peligro letal para las aves. Sin duda, se trata de medidas que sería necesario acometer en otras pistas de similares características.

Copyright de texto e imágenes © Mario Vega Pérez. Reservados todos los derechos.

Mario Vega

Tras licenciarse en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, Mario Vega emprendió una búsqueda expresiva que le ha consolidado como un activo creador multidisciplinar. Esa variedad de inquietudes se plasma en esculturas, fotografías, grabados, documentales, videoarte e instalaciones multimedia. Como educador, cuenta con una experiencia de más de veinte años en diferentes proyectos institucionales, empresariales, de asociacionismo y voluntariado, relacionados con el estudio científico y la conservación de la biodiversidad.