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La naturaleza convertida en aula infantil

Desde hace unos años, la ciencia investiga los elementos sensoriales y químicos que se ponen en juego cuando estamos cerca de la naturaleza. Algunos de esos estudios resultan especialmente prometedores en el campo de la educación.

A mediados de 2015, la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) publicó un estudio pionero realizado por el Centro de Investigación en Epidemiología Ambiental (CREAL). En él, un equipo de investigadores, dirigido por Payam Dadvand y coordinado por Jordi Sunyer, indica que, con toda probabilidad, la maduración cognitiva de los alumnos de primaria (de entre siete y diez años de edad) mejora cuando están en contacto con espacios verdes. Este efecto se comprueba incluso cuando, simplemente, se les muestran imágenes de la naturaleza.

Los datos aportados me parecen muy significativos: los alumnos mejoran su memoria de trabajo y la memoria de trabajo superior, y también se reduce su falta de atención. Esto es algo similar a lo que han concluido, con relación a adultos, investigadores como Marc Berman, de la Universidad de Michigan.

Ahora bien, si tanto influye el contacto con la naturaleza con el desarrollo cognitivo, ¿cómo es que los gestores de nuestra educación aún no valoran como es debido esos factores? ¿No deberían ser ambiciosos, e ir más allá de los actuales programas educativos ambientales? En su disculpa, podemos decir que a todas estas investigaciones les queda un amplio desarrollo. No obstante, intuyo que las conclusiones no van a variar demasiado. La cercanía de los niños a las plantas y a la vida silvestre, o su desarrollo en lugares de baja contaminación, son elementos sumamente positivos para su desarrollo intelectual.

Pronto, la ciencia ratificará que los pequeños se educan mejor en ciudades menos contaminadas, con más espacios verdes. De hecho, ¿por qué no imaginar escuelas verdes, inmersas en la naturaleza?

En realidad, hablamos de un efecto similar a lo que el prestigioso biólogo E.O. Wilson llamó biofilia: esa innata conexión que sentimos con la naturaleza y con otras formas de vida, fruto de nuestro proceso evolutivo.

Stephen Kellert, de la Universidad de Yale, subraya que «esta respuesta innata puede ser muy útil en áreas como la salud, la productividad y el bienestar físico y mental».

Sabemos que los niños que crecen sólo en ambientes artificiales, con un exceso de estimulación, alejados de lo natural, tienen peor salud y más problemas de estrés. El contacto directo con plantas y animales, al aire libre, es la mejor experiencia que podemos brindarles. No solo porque, como ya hemos visto, todo ello incide en su desarrollo cognitivo, sino porque va a hacerlos más felices.

Esto es lo que se deduce del trabajo de un influyente autor, Richard Louv, periodista de The New York Times y The Washington Post, galardonado con la medalla Audubon, y autor de libros como Volver a la naturaleza (RBA, 2012). En esta última obra, Louv insiste en que el alejamiento de la naturaleza nos enferma, y que retomar ese contacto tiene efectos indudables en nuestra salud física y mental.

La obra más famosa de Louv es El último niño en el bosque (Last Child in the Woods: Saving our Children from Nature Deficit Disorder), en la que compara a los niños que crecieron en contacto con el campo y los bosques y los que pertenecen a la generación de los videojuegos y las redes sociales.

El éxito de ese libro le ha permitido poner en marcha iniciativas como la red Children and Nature Network, dedicada a promover el contacto de los más pequeños con el medio natural.

En Estados Unidos, El último niño en el bosque generó  un intenso debate entre médicos, psicólogos, padres y educadores. Sería muy deseable que ese mismo diálogo se reprodujera entre nosotros. Ese es, desde luego, nuestro propósito. Todos ganaremos con ello.

Copyright del artículo © Mario Vega. Reservados todos los derechos.

Mario Vega

Tras licenciarse en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, Mario Vega emprendió una búsqueda expresiva que le ha consolidado como un activo creador multidisciplinar. Esa variedad de inquietudes se plasma en esculturas, fotografías, grabados, documentales, videoarte e instalaciones multimedia. Como educador, cuenta con una experiencia de más de veinte años en diferentes proyectos institucionales, empresariales, de asociacionismo y voluntariado, relacionados con el estudio científico y la conservación de la biodiversidad.