Qué cosas. Te pasas la vida evitando situar el terror giallo en la estantería de la cultura elitista, y llega el director Peter Strickland con una película de autor –arte y ensayo puro y duro– que utiliza los recursos de Dario Argento, Lucio Fulci, Sergio Martino, Umberto Lenzi y compañía para regalarnos un thriller denso y cerebral, sin una sola concesión popular.
La trama de Berberian Sound Studio es sumamente prometedora. El técnico británico Gilderoy (excelso Toby Jones) llega a la Italia de los setenta para trabajar en la banda de audio de un film giallo, The Equestrian Vortex. El choque cultural es solo el primer escalón en la senda que va conduciendo a Gilderoy hasta un abismo psicológico de imprevisibles consecuencias.
En manos de Strickland, la cinta tiene un claro encanto cinéfilo. La reconstrucción de ambientes y de métodos de trabajo es fascinante, y uno acaba convencido de que ese estudio italiano en el que trabaja Gilderoy existe realmente.
El primer acto –el mejor, en mi opinión– se centra en la clásica situación del pez fuera del agua. Tímido y cortés, Gilderoy se deja absorber por su trabajo sonoro. Hay algo en esa tarea delicada y meticulosa que nos recuerda La conversación (1974), de Coppola, e Impacto (1981), de De Palma.
Sin embargo, las maneras del inglés quedan en evidencia ante la exuberancia brutal de los italianos, que van transformándose en una parodia de sí mismos.
Poco a poco, la situación empieza a enrarecerse, y el estudio se transforma en un entorno enfermizo, claustrofóbico, en el que las obsesiones afloran con pasmosa naturalidad.
Hay en Berberian Sound Studio numerosos guiños. Por ejemplo, la responsable de algunos de los gritos que registra Gilderoy es Suzy Kendall, la protagonista de El pájaro de las plumas de cristal (1970).
El director de fotografía Nicholas D. Knowland es responsable de que la inmersión psicológica del protagonista adquiera todas las tonalidades precisas. Lo mismo cabe decir de la adecuada banda sonora de Trish Keenan y James Cargill.
En todo caso, conviene advertir al espectador de algo importante: Berberian Sound Studio no es una película de terror al uso, ni un entretenimiento accesible. Al contrario, hay buena parte de su metraje que parece someterse a un cruce de influencias entre Ingmar Bergman y David Lynch.
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