En abril de 1799 Josefina de Beauharnais, esposa de Napoleón Bonaparte, compraba el destartalado Châteu de Malmaison, a las afueras de París, con la intención de transformarlo en la residencia familiar, además de hacer de su finca el más bello y curioso jardín de toda Europa.
Con la ayuda del botánico Aimé Bonpland, buscó flora y fauna exótica, construyó una orangerie cálida suficientemente grande para 300 piñas, un invernadero calentado por una docena de estufas de carbón, así como un jardín de rosas en el que llegó a cultivar hasta 250 variedades distintas.
Deseosa de inmortalizar las cuantiosas plantas raras cultivadas en su jardín, Josefina encargó la impresión de una obra en dos volúmenes, Jardin de la Malmaison, publicada en París en 1803, con ilustraciones realizadas por Pierre-Joseph Redouté, el mejor ilustrador de la época, acompañadas de textos botánicos escritos por Étienne Pierre Ventenat.
Todas estas fuentes fueron utilizadas por Terenci Moix en la elaboración de su Venus Bonaparte (1994), dedicada a la hermana favorita de Napoleón, la bella Paulina Bonaparte. En la ficción de su relato, Terenci une a ambas mujeres, a Josefina y a Paulina, en un diálogo improvisado en el que la primera pide ayuda a la segunda, solicitándole que le haga llegar especies exóticas desde su próximo destino caribeño, en La Española, donde se trasladará junto a su flamante esposo, el general Charles-Victoire-Emmanuel Leclerc, enviado a sofocar la sublevación de Toussaint Louverture:
«‒No creas que te he llamado para hablar de Napoleón. Demasiado se habla ya en los últimos tiempos. Lo mío es mucho más sencillo. Necesito tu ayuda para organizar mis jardines.
‒No te entiendo. Soy completamente ignorante en estas cuestiones; en cambio, tú tienes a tu disposición a los mejores jardineros de Francia…
‒Cierto. Ellos pueden organizar trazados prodigiosos, pero no podrán ayudarme en mi principal propósito. Pienso organizar un gran invernadero de plantas exóticas, y tú te diriges a una tierra donde abundan más allá de toda ponderación. Quiero pedirte que, cuando tu tiempo te lo permita, me procures algunas especies raras, imposibles de encontrar en Europa.
‒¡Pues vaya extravagancia! ¿Qué flor no vas a encontrar en los viveros de París?
‒Ninguna de las cuatrocientas especies de la pasiflora, por ejemplo. Por no hablar de las veinte mil variedades de orquídeas. Y, por supuesto, la ponciana, la cordia, la casia o la bahunia. Sus colores son demasiado vivos, sus formas en exceso caprichosas para producirse bajo este cielo tan gris».
La lectura de la Venus de Terenci la hice en mi segundo año de tesis doctoral. Compartía comida y confidencias diarias con uno de los grandes expertos en historia de la botánica que tienen nuestras Españas, entonces profesor titular (hoy catedrático) en mi departamento. Hicimos la lectura a la par de esta novela y me hizo notar, desde su posición conocedora, el gran nivel de la documentación manejada por el autor en la recreación novelada del jardín parisino de Josefina.
Bajo esa imagen lúdica, excéntrica y sobreactuada que el propio Terenci gustaba ofrecer de sí mismo, latía el corazón de un apasionado por la Historia y, más concretamente, un idólatra de mujeres que destacaron por su culto a la libertad, el goce y la belleza en sus más variadas manifestaciones.
Hoy, 18 de julio de 2020, ha muerto Juan Marsé, el gran representante de la generación de los cincuenta, miembro de la llamada Escuela de Barcelona a la que pertenecieron, entre otros, además de Terenci, nombres como Juan Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Jaime Gil de Biedma, Eduardo Mendoza… y pienso, llevo pensando varios meses, que se nos están yendo los últimos grandes y que no consigo ver, por ninguna parte, ese relevo natural que debería sucederles…
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