El libro de Pablo Vázquez ilustra itinerarios tan aplaudidos como la distopía apocalíptica, el noir, las historias de instituto o el terror zombi. No contento con esta exhibición de referencias ‒en buena parte tomadas de la serie B y de la narrativa popular‒, el autor maneja con gran habilidad esa materia literaria, y la redondea con sentido del humor, con una hondura que nunca se nota, y con un descaro ácrata, directo e inconformista, que despierta un afecto instantáneo en el lector.
Pablo Vázquez escribe con un ritmo implacable, sin hacer prisioneros, y entiende que la literatura es un oficio que debe practicarse sin remilgos de ningún tipo. En los cuentos que componen este volumen se suceden la complicidad irónica, los juegos feroces, la exploración estilística y la erudición pop. De estos ingredientes tan variados se deriva una lectura amenísima, muy atrevida, que no solo admite el riesgo sino que lo abraza de forma deliberada y casi guerrillera.
Los malos consejos es narrativa comprometida, pero no en el sentido que suele darse a esta etiqueta ‒no esperen aquí una denuncia social‒, sino en el que vincula al autor con sus pasiones más genuinas y viscerales.
Por otro lado, pensándolo bien, uno lee a Pablo Vázquez con el convencimiento de que se ha educado con películas y con libros similares. Es decir, invadiendo las mismas bibliotecas, haciendo estallar las mismas bombillas, soñando en los mismos cines de barrio. Y no es poca cosa, la verdad.
Otro punto a su favor es que no pastorea a los lectores con amabilidad, ni con cálculos comerciales, hechos con plantilla. A Vázquez no le importa qué prejuicios tengamos usted o yo, y por eso evita reprimirse. A estas alturas, ya ven que no respetar este o aquel tabú se ha convertido en una forma de resistencia frente a la cultura más acomodaticia. Además, la provocación literaria, cuando se practica con este talento ‒sabiendo quién eres y a por quién vas‒, nos recuerda que, en el fondo, nadie está a salvo.
El autor abre su alma sin miedo. El mismo catálogo que desprecian los arty-cinéfilos más arrogantes y sobreintelectualizados ‒el cine S, la contracultura, los WIP films, el éxtasis glam de The Rocky Horror Picture Show…‒ se condensa en estas páginas como una defensa (confesional) del vivir sin trincheras ni parapetos.
Contado así puede parecer que, más allá de sus méritos formales, Los malos consejos remite a emociones adolescentes y un tanto endiabladas, con un claro marchamo generacional. En realidad, este libro es mucho más que eso, y en clave personal, nos invita a comunicarnos de tú a tú con nuestro yo más libertino e insensato.
Sinopsis
La adolescencia es lo más profundo que hay, leo en una de las poderosas citas de Los malos consejos. Citas nada casuales, porque todo en este libro está íntimamente entrelazado (…) El adolescente es un mutante, sediento de emociones fuertes, de sexo. Ansioso por rebelarse contra los padres, contra la sociedad, contra el mundo. Es un outsider por naturaleza, al menos durante unos años. Por eso se siente atraído por hombres lobo, zombies, vampiros, monstruos y… gente en cueros gimiendo de placer. Deseoso de ser aceptado y también, amado o admirado, muchas veces gira en la dirección incorrecta, atraído por cantos de falsas sirenas, guiado por malas sugerencias, pues normalmente se deja aconsejar por quien no debe, pues solo le motiva la subversión. Este libro contiene sin duda todo lo que se debería amar en la pubertad. Monstruos, casi siempre de carne y hueso, malas decisiones, sexo cochino y asesinatos a quemarropa. Faltan vampiros, pero tiene en cambio presidiarias cachondas y travestis sobreactuados, así que bien.
El universo de Pablo es amplio y complejo. A ratos apocalíptico, nihilista, cínico, y eso es algo que evidencia Los malos consejos, trufado, además, de decenas de guiños y referencias al cine y la literatura casi imposibles de abarcar. Repleto de metáforas tronchantes, giros ingeniosos y grandes dosis de humor, para hacer esta angustia vital más llevadera. Pablo se la juega, se la juega continuamente con expresiones y frases que le llevarían a la lapidación inmediata de ser pronunciadas en otro contexto y a título personal. Pero no es él quien habla, sino sus personajes, casi siempre deleznables, retorcidos, perversos, y lo hace bajo el amparo de la ficción literaria, quizá el último reducto de libertad en una sociedad infantilizada, perpetuamente ofendida y escandalizada.
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