“Buf, me saca de quicio la gente que no saluda”. Lo dice Mónica, uno de los personajes secundarios de Saltando al vacío (aunque, por lo que estoy comprobando, en esta serie no hay ningún personaje REALMENTE secundario).
Y cuando leo este comentario aparentemente inocente ‒nada de lo que ocurre en la ficción es nunca inocente‒ de la chica que está enamorada de Edu ‒uno de los protagonistas, junto a Raúl y Luna‒, sonrío para mí, como me ha ocurrido otras veces a lo largo de todo este álbum. Conozco tanto a Man, he vivido y compartido con él tantos altibajos y alegrías, tantos choques y consiguientes reconciliaciones provocadas por las susceptibilidades de ambos (pero su susceptibilidad es imposible de igualar), que reconozco sus rasgos allá donde los deja: y lo bueno es que en este proyecto los siembra por doquier, a conciencia. Ya no hablo de sus rasgos de estilo como autor; las páginas de Saltando al vacío también están impregnadas de sus rasgos de carácter.
En Saltando al vacío 3 uno se encuentra de golpe y porrazo una pandilla de neonazis skins; un gang de portorriqueños; unos chavales aficionados a los videojuegos, que dibujan manga como secreta vocación, que practican parkour y se hacen tatus… Todo lo que Man dibuja ‒bueno, casi todo‒ en esta nueva y, en términos de seguridad narrativa y dramática, superior entrega de la serie, lo ha vivido en sus carnes… o se lo ha encontrado en persona. ¡Y uno lo nota en todos los detalles!
Man ha asumido mejor que nadie el lema “de lo local a lo universal” (no en vano, “mejor que sea cerca” es su consejo en los Extras del álbum, a la hora de encontrar una localización idónea, para todos los lectores que quieran dibujar una historieta). La capacidad de transferir al lector empatía instantánea hacia sus personajes fue siempre su primera virtud como narrador, pero ahora ya está bien provisto con otras armas de equivalente calibre: su minuciosidad a la hora de recrear el recorrido urbano de sus personajes, por una Barcelona reconocible en cada minúsculo detalle, me parece especialmente meritoria. Hacía tiempo que no transitaba una Ciudad Condal tan actual, tan veraz, en ningún otro cómic. Las calles, los edificios, los paseos, los traslados en transporte público…
Pero esto forma parte de un plan más amplio de Man, de su plan maestro, que es ahora cuando realmente empieza a dar jugosos frutos: llevar la realidad a la ficción, para que la ficción pueda ser vivida como real. Su obsesión por coger del gaznate a los lectores (¡juraría que uno por uno!) y meterlos de cabeza en la verdad cotidiana del trío protagonista, engloba muchos otros recursos que Man acomete con absoluta entrega profesional: por ejemplo, el lenguaje coloquial de los personajes y ese gusto por mencionar videojuegos o cómics o matices que existen en el plano de nuestra realidad y que sabe que ese lector asomado al universo de Saltando al vacío agradecerá al reconocerlos como propios también del suyo.
Man está absolutamente obcecado en su campaña por conseguir transmitir un único pero ambicioso objetivo a los lectores: anhela lograr inyectarles en vena lo mismo que él busca en la ficción ajena (y que nos ha hecho coincidir tantas veces en nuestros gustos cinematográficos, reconociendo al unísono la veracidad, la autenticidad del sentimiento detrás del impulso creativo del director: empatizando con aquellos filmes que cuentan algo porque lo sienten de veras; e indignándonos en igual medida ¡como colegiales tiernos! ante el cinismo de cualquier crítica desmarcada de esa valoración). Y lo que él busca es muy sencillo: emoción pura.
Man quiere emocionar a sus lectores como si éstos nunca antes hubieran consumido ‒se hubieran reído, llorado o conmovido con‒ una obra de ficción. Hacerles sentir que esa emoción es primigenia.
Y a fe mía que lo está consiguiendo el cabrón.
PD1. Mención aparte merecen las 24 páginas de Extras con que se corona el álbum. Nunca he ocultado mi escepticismo hacia las secciones con material extra en los cómics, habitualmente consagradas a redundar el aspecto gráfico, incluyendo bocetos y “decodificaciones” del proceso de la historia que poco contribuyen, antes al contrario, a apuntalar la contundencia de ésta: contener obra y making of en las mismas páginas nunca ha sido plato de mi gusto. Sin embargo, los Extras de Saltando al vacío 3 son una joyita en sí mismos: Man desglosa el proceso de elaboración paso a paso, no ya en un arrebato de megalomanía, sino porque ese proceso de elaboración resulta verdaderamente INTERESANTE. Su autor descubre buenos (y útiles) trucos de dibujo y algunas claves de sus inquietudes a la hora de trabajar las historias que le interesa contar. Su cándida sinceridad y su pasión por lo que hace ‒así como ese interés por organizar un equipo a lo mangaka, que yo apuesto poco a poco se irá materializando con éxito‒ insuflan de un inesperado interés divulgativo y convierten en un delicioso entretenimiento este colofón intramuros.
PD2. No voy a hablar de la espectacularidad de la planificación ni de la acción. En Man, eso se da por garantizado.
PD3. No os perdáis Saltando al vacío. No se hacen muchas obras así en España. Ni para Francia.
«Saltando al vacío»: Man (guión, lápiz y color) y Ego (color), publicado en España por Ediciones Glénat.
Copyright del artículo © Hernán Migoya. Previamente publicado en Comicsario, un blog para la fenecida editorial Glénat España. Reservados todos los derechos.